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De adolescente raro a viejo singular

Raúl Alarcón es un caso de vida especial y lo sabe. Imagina a su padre cuando lo necesita, aunque éste falleció cuando tenía 11 años y recién, siendo un joven, superó su trauma con las mujeres. Hoy está feliz siendo lo que siempre quiso ser: un flojo.

13 de Enero de 2010 | 09:30 |
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Tiene 64 años, pero asegura que se sigue sintiendo “un pendejo”. Y no se podía esperar menos de Florcita Motuda.

Aunque no viste de frac, pescadores o máscara de buceo, si no más bien de tenida del Arrayán -buzo, bototos, polera- su carácter parece intacto. Entusiasmado, recomienda no depilarse las cejas, “porque son antenas”, dice, antes enseñar lo que considera su propia Quinta Vergara en el patio de su casa precordillerana, donde unos escalones de piedra y la imaginación arman una suerte de anfiteatro.

“...Muchos dicen que es un genio y otros que es un loco. Pero su calidad musical lo avala desde hace muchos años (...) desde ese primer conjunto que le vio nacer y que le dio la experiencia para llegar a este escenario en 1977 por primera vez, con una canción que dice ‘brevemente, gente...” introducía en 1983 Antonio Vodanovic a Raúl Alarcón, quien para ese entonces había dejado de llamarse así, para pasar a ser simplemente Florcita Motuda.

Hoy su nombre se mantiene, y exige que le llamen “Florcita”, nada de “Flor”, que no le gusta que le cambien el sexo a su nombre. Así ha sido presentado incluso en el ‘98, cuando ganó el Festival de la OTI con una canción que ponía de pie a una orquesta mientras cantaban el cumpleaños feliz.

Un genio o un loco. Algunos aún lo recuerdan cuando, también en Viña, cantaba “Todo Chile en pelota” o cuando a fines de los ’70 se disfrazaba de “Buzón Preguntón” junto a la Tía Patricia, en la tele.

“Yo escapaba de los cabros chicos que me pellizcaban las patas porque sospechaban que había algo raro ahí, y pedía angustiosamente la intervención del Servicio Nacional de Salud, para que clausuraran al buzón, porque era asfixiante vivir adentro de esa cuestión de esponja”.

-¿A tus 64, qué mantienes de niño, Florcita?
“Yo puedo partir de allá para acá, tengo bastante autonomía de vuelo. Pero en realidad sólo es un juego. Me da risa, porque a veces la gente me mira y piensa que a los 64 años debiera verme como un señor respetable y no poh”.

-¿Eres quien querías ser de niño?
“Es raro. Es que yo, muy de niño empecé a tener claro lo que quería ser cuando adulto”.

-¿Músico?
“Flojo. Miraba a la gente trabajar y decía: ‘yo quiero ser flojo’, y lo logré. Porque, en realidad, si definimos qué es ser flojo, es hacer lo que te gusta hacer, nada más. Yo participo del pequeño porcentaje de la población que vive de lo que le gusta hacer.
“Fue como quien hace un pedido al mundo... yo quiero ser flojo. Eso implica una cierta audacia o trasgresión frente a un mundo que va exigiendo las eficacias”.

-¿Se te ha hecho difícil llevar una vida media antisistémica?
“No. Tanto así que mi hermana chica me dice: ‘A vos la vida te lleva en brazos’, y en realidad, sí. Es que parece que la vida premiara esta cosa de coherencia de mi emoción y mi intelecto con lo que quiero ser”.

Se permite los errores, como una forma de aprendizaje, y confía, porque no está solo. A parte de sus dos hijos (Lucas, 20 y Olivia, 30) y a su madre, Florcita tiene a su papá donde lo necesite, aunque haya muerto éste, cuando el músico tenía apenas 11 años de edad.

“Yo no acepté la muerte de mi padre. Entonces, empecé a adoptar papás; el primero fue mi profe de historia y así seguí, hasta que al final me adopté yo como padre, con el siguiente diálogo:

-Papá, quiero cantar.
-Cante hijo.
-Es que no tengo buena voz.
-Yo te escucho.

Así que en todas mis actuaciones, en la primera fila, está mi padre incondicional, el que deja que yo haga lo que quiero hacer. En vez de ser un castigador o controlador, tengo un padre cómplice, al igual que yo lo soy con mi hijo y con mi hija”.

-¿No te crítica?
“No, lo que pasa es que cuando la estoy cagando, ahí está conmigo aperrando.
“La cago cuando, en vistas al personaje me empiezo a poner muy centro de mesa y digo pendejadas, cosas sin un respaldo sereno interno; como cuando, una vez, estaba en televisión y entró (Aldo) Schiappacasse y yo dije: ‘¿y este guatón es el Schiappacasse?’ Intentando ser divertido, había sonado en realidad como un tipo poco atento. Y esa relación con mi padre me permite tener un diálogo conmigo mismo, cariñoso. ‘La cagaste, en realidad fuiste muy desatento y le debe haber caído muy mal, buscando ser centro de mesa’”.

-Ese padre, ¿lo visualizas?
“Sé que está ahí. Puede tener diferentes caras, y yo siento que está ahí. Eso me parece más interesante que verlo”.

-¿Está aquí ahora?
“No, él aparece en el momento en que lo necesito. Uno no está todo el día con el papá, sería lamentable.
“Es como una intuición, es como que uno como planeta requiera de un sol, centro de gravedad, para poder girar en el sistema planetario, libremente”.

Y precisamente en primera fila vio Florcita a su padre, en 1977 cuando se las arreglaba para ingresar al escenario de Viña y comenzar a cantar ‘te miro gente...', canción que considera como un “acto de cariño” hacia las personas.

-Aunque la escribiste para una mujer.
“En principio, sí. En mis intentos fallidos de conectarme con el sexo opuesto, en rigor habría dicho: te miro Valesca, te respiro, Valesca... Yo peleaba por sentirme normal cuando era adolescente, y todo lo que significaba esa pelea interna, me daba muy poca movilidad y sentía una vejez absoluta. Era el momento de mi historia donde me sentí más viejo, limitado, porque no podía moverme, que no tenía autonomía de vuelo. Esa canción fue cantada con mucho cariño, siendo yo un componente de la gente, y mi padre también. Yo opté por tener un registro de paridad humana, esa canción significa eso”.

-¿Ya no te sientes raro?
“No, me siento un tipo singular, pero no como en esa época, cuando sentía incapacidad de conectarme con el sexo opuesto. Era tal mi ansia de comunicarme con las mujeres, que me llenaba de tensiones y no tenía movilidad física ni psicológica. Tenía la tremenda capacidad de mostrar lo peor de mí. Tanto así, que en una oportunidad, estando con una niñita que me gustaba, ella, graciosamente, me pegó un combito en el estómago y se me salió el tremendo peo (se ríe). Yo me sentía subnormal en esa época, que fue la más funesta de mi biografía.
“Mi mamá me revoloteaba a todas las niñitas que andaban por ahí, y no poh, uno tiene que tener experiencia antes de entrar a emparejarse; pololear con 2, 3 al mismo tiempo en esas edades que no hay consecuencias. Si no, lo haces después, cuando estás casado y ahí dejas la cagada”.

-Has dicho que las mujeres prefieren a los hombres maleducados y que las traten mal. ¿Cómo es eso?
“Es raro, pero niña bonita que me he encontrado anda con huevones pesados. Es como que le gustaran los tipos que la tratan mal. Lo digo como crítica, después de años de que me gustaran las niñas bonitas y de que me dejaran a un lado porque me encontraban muy ganso. Es una vulgar venganza”.

-¿Cómo te llevas con las mujeres ahora?
“Bien, muy bien. Mi pareja vive en Valdivia”.

-Ah, puertas afuera.
“Ella trabaja allá, es profesora y tiene un hijo. La relación a distancia es bien interesante porque he descubierto varias cosas. Una de ellas es que es interesante la castidad situacional”.

-Algunos lo llaman fidelidad a distancia.
“Yo no lo llamaría fidelidad porque está media manoseada la palabra. Aquí esa categoría no corre, sino que la coherencia de la acción. El que mi pareja viva en otra parte es bien interesante, porque cuando uno está tan cerca de una persona, está tan junta como esos espejos con aumento donde la persona se mira y no ve su cara, sino que ve puros poros o puntos negros. No ves a la persona, está tan cerca que no alcanzas a ver la universalidad de los atributos. Pero al estar lejos, la ves y es rico. Además que ahora existe el teléfono, existe internet...”

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