A días de estrenar la nueva obra que dirige,
“Mi Marilyn Monroe” (en la Sala Finis Terrae), el actor Alejandro Goic, fuma un cigarro tras otro. Sabe que la vara es alta, que se espera de él lo mejor, como siempre, pero, a diferencia de otros tiempos, hoy no bebe alcohol para pasar los nervios del lanzamiento de un nuevo proyecto teatral y hoy dice estar recuperado del pánico escénico que por tantos años lo mantuvo sin pisar el escenario frente al público.
Está algo cansado y no es para menos. Quien interpretara al padre de familia en la exitosa película chilena “La nana” y ganara dos premios Altazor junto al equipo de guionistas de la serie “Los 80”, dice que para vivir dignamente se ve obligado en más de una ocasión a hacerse cargo de más de un trabajo paralelo de lo que desearía, aunque no niega que la vocación harto tiene que ver en que quiera participar en ellos.
Hace nada terminó de grabar “Los 33 de San José”, el telefilme de Antena 3, en el que hace de “el líder”, un minero que aceptó interpretar, siempre y cuando, quedara claro que en esta historia no hay héroes, sino víctimas de la irresponsabilidad empresarial. Mientras esas imágenes aún no se muestran a los telespectadores chilenos, hoy es posible ver su trabajo actoral en un personaje no menos llamativo, como lo es
Felipe Cardelli, un ex gente de la DINA, hoy, hombre encubierto y alcohólico, en la serie “Volver a mí”, de Canal 13.
Para Alejandro y cualquiera que conozca su historia, sabe que Cardelli representa más allá de un papel dramático, la llave que ha abierto pasajes de su vida difíciles de recordar. Por ejemplo, sus tiempos como dirigente del Partido Socialista, como hombre torturado y exiliado, y muchísimos años en que el alcohol se mostró como el mejor aliado para afrontar la pérdida de amigos y los momentos más crudos.
“Me invitó a participar María Izquierdo. Tuvimos sesiones donde vimos entrevistas a ex miembros de la DINA que fueron torturadores. Cosa un poco innecesaria, porque yo lo viví y fue muy fuerte recordarlo”.
-Esta vez tuviste que ponerte en los otros zapatos.
“Correcto, pero de igual forma, revivir esa situación de extrema crueldad fue doloroso, porque abrí una cortina de hierro con grandes candados que tenía. Fue algo que no quería enfrentar, a pesar de que ya había hecho antes una obra sobre eso (‘La mirada oscura’, de Jorge Díaz).
“Lo difícil fue cuando llegamos a esas escenas. Donde además la reproducción de los escenarios de tortura, debo decir, están magníficamente recreados. Así que fue muy fuerte, la verdad. Pero ese no es el centro del tema. Yo traté de hacer un personaje con volumen psicológico, con todas las aristas que tenemos todos los seres humanos. De hecho, Cardelli es un amante de la poesía, y es un buen punto, porque en determinadas circunstancias, cualquier persona podría terminar cumpliendo el rol de torturador, si sumas el fanatismo ideológico, por ejemplo. Eso es lo terrible. Fernando Pessoa dice que todos tenemos dentro una víctima y un verdugo. Eso explica en parte las cosas, pero no justifica la conducta de extrema crueldad de los torturadores”.
-¿Este proceso, el haber hecho este personaje, te ha ayudado en algo?
“Si, abrí el tema, pero hay estudios de gente que ha salido de campos de concentración y, según varios de los estudiosos, psicólogos y psiquiatras, la posibilidad de sanarse de una experiencia tan extrema es prácticamente imposible. Por lo tanto, uno tendrá que convivir con eso el resto de los días y tratar de hacerlo de la mejor manera posible. Pero creo que de alguna manera, estamos enfermos”.
-Otro tema que te toca de cerca con Cardelli es el alcoholismo.
“Yo fui alcohólico y una de mis grandes medallas personales fue haber salido de esa adicción. Estuve internado nueve meses en un centro de rehabilitación -aprovecho de mandarle cariños a los muchachos- y te digo que se hace muy difícil en un país que es absolutamente alcoholizado. Una de las razones por las que creo que la gente debería ver la serie, es porque no creo que haya una familia chilena que no tenga un problema de adicción de alcohol o de drogas. Creo que ahí el canal cometió un error, y lo digo sin ningún problema, de no darle una absoluta prioridad a esta serie. De esto debería tratarse la televisión, que podamos vernos y reflexionar sobre nosotros mismos”.
-¿Tuvieron que ver las crisis de pánico que te daban para comenzar a beber?“No. Puede ser un factor, pero creo que también la experiencia durante la dictadura gatilló, probablemente, algo que tenía en el disco duro. Se chupaba harto en la clandestinidad. Yo tenía un punto -un encuentro- donde estaban buscándonos para matarnos, y de repente no llegaban todos los compañeros y a ellos no los veíamos nunca más. Así que para seguir funcionando, uno cerraba de manera fría el capítulo, y yo le agregaba un trago, una especie de sedante para el alma. Comprenderás que no tuve que investigar mucho el tema”.
-¿Cuantos años estuviste bebiendo?
“Muchos años. No tengo recuerdo de muchas cosas en mi vida, producto de estar extremadamente borracho, cosas significativas desde el punto de vista de mis relaciones humanas, irrepetibles. De mis obras no recuerdo cosas... No sé, en París, en Madrid, cosas relevantes del trabajo, momentos importantes con la familia y los amigos. Eso sí que me entristece porque es irrecuperable y uno es su memoria”.
-Cuando Juan Vicente, tu hijo menor (11), tenía apenas unos meses de vida, te pusiste un pellet, fue él y tus lazos afectivos el mejor incentivo para dejar de beber?
“¿Sabes qué? Sí y no. En las adicciones, uno debe ser el protagonista, debe tratar de salir de esta situación donde la voluntad llega a cero. El resto acompaña, pero, en general, la única manera de salir es proponerse haciéndolo por tu propia vida y sanarte para poder relacionarte con verdad con tus hijos, con tus amores y con la sociedad. En general, no funciona mucho que un adicto a lo que sea, salga de eso por un hijo. Es muy probable que vaya a jalar más, a chupar más, a meterse más anfetas, por la angustia que le produce eso. La adicción tiene una estructura incontrolable, por lo tanto, no es que el adicto no tenga conciencia que tiene responsabilidades y relaciones de afecto que se están destruyendo. Él no quiere destruirlas, pero la adicción es más fuerte.
“Las terapias tienen que estar dirigidas fundamentalmente a que uno, por uno y su propia vida, debe sanarse. Muchas veces cuando estaba en este centro, yo tenía plena conciencia que estaba haciéndole un daño inconmensurable a la gente que más me quería y que estaba conmigo. Pero la sola mención de ese hecho, del cual yo estaba totalmente conciente, me angustiaba más y por lo tanto, me metía más mierda a la cabeza”.
-¿Qué te parecen las políticas públicas para frenar la drogadicción?
“Éste es un problema político y social, más allá de la cantidad de centros de rehabilitación y psicólogos que tengamos. Aquí hay un problema de profunda frustración desde el punto de vista humano. Tanto la clase alta y, qué decir, por razones de discriminación y humillación social, los sectores populares. Pero es importante comprender que las drogas, e incluyo el alcohol, son placenteras. Todas las campañas públicas son muy huevonas en cuanto a eso, porque van y dicen en televisión ‘la droga es mala’, y creo que cualquier cabro, al escuchar eso, debe pensar ‘¿Qué merca (droga) está consumiendo este huevón?’. Porque es al contrario, produce una sensación placentera. Me acuerdo de ver las charlas de los niños en el centro de rehabilitación. Nadie hablaba mucho, hasta que un día dije ‘miren cabros, la droga es rica. Por eso es peligrosa’. Y ahí noté que por primera vez se interesaron en conversar. Es un problema político serio, pero no está asumido como tal. Mis compañeros me contaban que con cueva tenían 4° medio, que conseguían una peguita en la que ganaban menos del mínimo. Así que me decían: ‘Me desprecian, me pagan una mierda, no saben ni mi nombre, soy basura, y las 150 lucas me las hago en media hora traficando’. Eso da para pensar”.
-¿Cómo enfrentas hoy los momentos de tensión, antes de un estreno, por ejemplo?
“Ése es siempre un momentos de gran exposición, sobre todo cuando el resto tiene muchas expectativas de uno y esperan que haga cosas geniales y las varas se disparan. Pero ya me he operado un poco de eso, aunque es algo que está presente y da ansiedad. Pero no hago nada especial, sólo fumo. Finalmente, es lo que más daño me ha hecho. Hace 40 días tuve un infarto”.
-¿¡Y qué haces fumando!?
“Porque he llegado a las más altas cumbres de estupidez humana. Estaba con mi viejo, que es Premio Nacional de Medicina (doctor Alejandro Goic), cuando me dio el infarto. Me empezó a doler el brazo y él me dio una pastillita para que no me desvaneciera”.
-¿No piensas cambiar tu estilo de vida?
“No. Sé que debo dejar de fumar, y eso es un primer paso, pero me cuesta. Antes del infarto, estaba fumando unas tres cajetillas. Ahora no, pero mantengo este maldito vicio, que es otra droga terrible. Del resto, no he cambiado nada, ni mi forma de comer. Soy un gran fan del colesterol. Cualquier cosa que traiga colesterol es maravillosa (ríe)”.
-¿Y cuál es tu vicio privado?
“Mis hijos son mi vicio. Mi hija, Alejandra, mi Sasha, vive en Suecia y es actriz allá, donde nació. Cuando tenía como 12 años le plantié que se viniera; le dije que acá estaba sus abuelos, sus primos... Pero me dijo ‘no papá. Porque yo no soy yo en español, yo soy divertida en sueco’. En su maravillosa intuición de niña cachó lo que es la patria, que es el manejo del lenguaje y los códigos locales. Ahí uno se siente en casa. No tiene que ver con la cordillera de Los Andes ni la empanada, más aún si es actriz. Pero ella encontró una patria para estar con la familia: el teatro, donde vivo yo y su madre. De Juan Vicente, mi pollo, me declaro gay. Estoy enamorado de ese muchacho”.