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Marco Silva: Un caradura que dice ser hincha pelotas

Autor de clásicos espacios en el extinto “Plan Z” y “Plaza Italia”, este creador por oficio regresa a la comedia como guionista de “Desfachatados”, recordando algo del humor que caracterizó su generación en lo que fue el Canal 2. Aquí reflexiona sobre la tv de hoy y otros temas, como su venta de condones en la iglesia de su colegio, y como enfrenta su síndrome de hijo único con sus cinco retoños.

23 de Enero de 2013 | 08:39 | Por Ángela Tapia. F., Emol
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Albertina Martínez, El Mercurio.
Cuando Marco Silva iba en tercero medio, llamaron a su papá para informarle que su único hijo sufría déficit atencional, pero que, como buena noticia, había cursado todos sus años escolares con éxito. Tal síndrome, eso sí, lo persigue hasta hoy, pero al igual que en su época colegial, no le ha significado daño alguno. Al contrario, lo mantiene a sus 46 años, haciendo literalmente, de todo.

El creador de espacios digitales como Elpost.cl o Momwo.com, dejó de hacer radio junto a quienes fueron sus compañeros en Duna por ocho años, Marcelo Comparini y Felipe Izquierdo, para dedicarse a lo que llama su “boutique creativa”, a los libros que espera publicar este año, entre novelas negras y recopilaciones de historias. A eso se suma las revistas virtuales que crea para empresas y los guiones de proyectos televisivos. Actualmente, se puede ver parte de su trabajo tras los sketches de “Desfachatados”, el programa de los miércoles de Mega.

Allí ha podido regresar a los espacios humorísticos e incluso ha recordado clásicos creados por él en “Plan Z”, programa del extinto Canal 2, donde Marco pasó a la posteridad con gags de culto como “El asado”. “Doce años después todavía hay algunas personas que me dicen ‘hagamos un asado’, en la calle. Hoy existe una especie de revival de ‘Plan Z’, gracias a YouTube, donde el número de personas que ve los videos es como ocho veces mayor que el rating que teníamos en ese momento. Pero a pesar de que no nos veía nadie, cuando íbamos a alguna parte nos hablaban como si fuéramos estrellas de rock”, cuenta el ex compañero de trabajo de Pedro Peirano, Ángel Carcavilla y Rafael Gumucio, entre otros personajes recordados por una generación de los 90 que rogaba por una renovación en la oferta de humor en la tv. “Ahora me di cuenta que los compañeros de mi hijo de 15 están descubriendo ese programa. Me asombra que las cosas permanezcan tanto y que al final, tal vez, mi lápida diga ‘su misión en la vida fue el sketch del asado’”.

La de hoy, sin duda es una televisión distinta a la de entonces, pero aún así, confiesa Marco, sigue buscando la forma de meter la sátira, el pensamiento ácido y la crítica en su trabajo.  “Por eso fue un regalo este ‘Desfachatados’, porque no hay muchos espacios para eso”, asegura, agregando un profundo agradecimiento por el elenco principal, compuesto por Javiera Contador, Kurt Carrera, Pablo Zamora y Fernando Godoy, además del equipo de guionistas al que pertenece, y que le ha permitido hacer espacios como el de ‘los curas de Vitacura’”.

-¿Qué te hace reír más que nada en el mundo?
“La gente seria. Creo que los que se toman las cosas demasiado en serio, el mundo político, empresarial, la elite, la gente conservadora, desde el partido comunista hasta el ultra derecha.  Me da risa la gente que va por la vida creyéndose súper racional, cuando el general de sus actos es desde lo emocional y sentimental”.

-¿Por lo ridículo?
“Sí. En los matrimonios, trato de ponerme afuera porque me tiento de la risa cuando el cura habla y es solemne. No me gusta la gente que no se ríe de sí misma, pero me causa mucha gracia la gente demasiado seria, que se cree poseedora de la verdad.
“Chavez me parece alguien muy gracioso, con sus discursos de ocho horas y ese lenguaje de ‘aquí huele a azufre’. Una vez me puse a ver un discurso de ‘Aló, Presidente’, y una persona le dijo que en el estado de donde venían no había luz eléctrica. Y él: ‘A ver, ¡qué traigan a Guzmán! ¿Cómo que no tienen luz eléctrica? Mañana mismo, hablas con el Presidente de Corea y le instalas luz eléctrica a la señora’. ¡Era una huevada fascinante! ¡Qué llamen a Piñera para que vea eso, así tiene que ser! (ríe)”.

-¿Con ganas de tener un programa de tv de nuevo?
“No. El riesgo que se corre frente a las cámaras -a pesar de que puedes ganar plata- es en directa relación a lo que te puedes quemar en pantalla. Si yo hubiera estado en el lugar de (Martín) Cárcamo, habría aparecido como una nota chica y divertida en algún medio chico. Pero apareció esposado en todas partes y tuvo que pedir disculpas. Es una cuestión súper compleja y a mí no me gusta. Entiendo que haya profesiones así. Soy amigo de mucha gente que está en eso, toda mi generación de Canal 2. Pero no te puedes equivocar y yo no podría vivir con esa presión. Me siento más cómodo creando cosas que  con el nervio”.

-¿Qué tienes de desfachatado, sinvergüenza, caradura?
“He hecho de eso mi profesión. Soy un tipo que siempre ha tratado de tomar riesgos, pero eso no quiere decir que sea loco. Partamos por que vendía condones en la iglesia”.

-¿Ah?
“Es que mi papá vendía productos médicos y una vez le saqué una caja de condones y le pregunté si los podía vender. Me dijo que sí y descubrí que, aunque mis compañeros de colegio no tiraban mucho, sí les gustaba pretender hacerlo. Así que ponían condones en su billetera para después hacer como que se les caía y que vieran que tenían una vida sexual activa. Después me fijé que el mejor lugar para vender era en la iglesia, porque en invierno íbamos todas las mañanas a misa. Al final me delataron como si hubiese sido un huevón del mercado negro. Me llamaron y me dijeron que por los antecedentes de la familia no me iban a echar, pero que me iban a dejar condicional por el resto de la enseñanza”.

-¿Qué te dijeron en tu casa?
“Mi viejo me dijo: ‘¿Sacaste un buen precio?’. ‘Sí’, le dije. ‘Entonces no vendas más en la iglesia, pero vende en otra parte’. Así que empecé a ofrecerlos afuera del colegio y me fue muy bien. De ahí no pasé a otras cosas, no vendía drogas ni nada. Me quedé en el  negocio del látex”.

-No pareces ser alguien muy pudoroso...
“No, no soy muy vergonzoso. A mí me dan vergüenza ajena algunas personas. Felipe Izquierdo, por ejemplo, me ponía tenso”.

-¿Por qué?
“Porque es alguien que se pasa de rosca, y lo digo con todo el cariño y respeto. Una vez, dio un discurso en la Plaza de Armas de San Pedro, y yo rogaba para que la gente se tomara las cosas que él decía con humor, porque de lo contrario, nos iban a quemar. No tiene límites. Esas cosas me pasaron por ocho años, y así inventé la frase ‘¡sal de ahí!’, porque se metía en cosas que nunca se sabía cómo iba a salir. Me pasa algo parecido con Piñera, con su entusiasmo e intensidad”.

-Hay notas especiales de sus chascarros en Emol.
“Es que a veces, él es incapaz a veces de bajar un poco las cosas, de decir un adjetivo menos, una palabra menos. Se devuelve a echar la talla y uno quiere decirle: ¡No, por favor! Se equivoca con el lenguaje, a los muertos los pone vivos, a los vivos muertos… Y ¡no, sal de ahí!”.

-Tu informe del jardín infantil también da para reírse.
“Sí, y parece que era súper mañoso. Además tenía el síndrome de hijo único”.

-¿Eso te persigue hasta hoy?
“Según mis compañeros de trabajo, sí. Creo que soy buena persona, pero supongo que debo ser hincha pelotas, regalón. Me siento hijo único porque nunca tuve problemas con que la bebida quedara al nivel del resto de los hermanos, para que todos tuvieran lo mismo, porque siempre fue toda para mí. Me transformé en alguien solitario, pero tengo cinco hijos de tres matrimonios, y cuando nos juntamos todos en la mesa los domingo, me siento súper intimidado”.

-Pensé que ibas a decir “orgulloso”.
“Por supuesto que orgulloso, pero intimidado. ¡No sé dónde esconderme! Pienso ¡cómo hice esto! Los amo mucho, pero yo era solo y ahora tengo que compartir la bebida al mismo nivel, tengo que repartir las porciones iguales para todos. Si me dicen ‘¿por qué le diste más a él?’ no les puedo contestar ‘¡porque es mi favorito! ¡Lo quiero  más! (ríe)”.

Marco continúa con su desahogo, comentando que vive con sus tres hijas (Natalia, 19; Caterina, 10, y Rocío, 7), y por lo tanto sus espacios habitables dentro de su hogar son mínimos. “Por ejemplo, perdí mi velador el año pasado, porque se convirtió en un recipiente de regalos de mi hija menor. Ella guarda sus tesoros ahí”.

-Qué tierna…
“Sí, pero no tengo nada. Pero a pesar de todo, mis hijos me alimentan. Sacaron mi sentido del humor. Mi hija mayor está haciendo comics y está por sacar una novela. Las otras dos están comenzando a tirar un par de líneas. Con la del medio hice un cuento y ella sola ganó la presidencia de su curso, presentando su campaña electoral con un rap de Anita Tijoux. Al final, mi casa es un gran taller. Estimular a mis hijos ha sido una pasión”.

Su chochera continúa, muy a su modo: “La de 7 (Rocío), es mi hija chica, el concho. Es muy buena para el deporte y la metimos ahora a clases de trapecio. El de 12 (Diego) también es deportista y es seco para las matemáticas, por eso es un  tipo raro (sonríe). Y ya el de 15 (Benjamín) quiere ser guionista de videojuegos. Como todos los de su generación, que piensa en grande, quiere irse a estudiar a Nueva Zelanda. A su edad, mi meta era estudiar en la Católica de Valparaíso. Pero ellos no tienen límites con esto del mundo globalizado. Eso me parece indecente”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Vicio privado…”.

-¿Coleccionas algo?
“Hijos (ríe)”.

-¿Quieres agrandar la colección?
“No, económicamente ya no es viable. Siempre pensé que tendría hijos solo hasta los 40; a los 39 tuve el último, y ahora que tengo 46, tengo que parar. Además que mudar de nuevo y pasar por esa etapa…”.

-¡La más linda!
“Sí, pero ya la hice cinco veces y ya tengo mi cuota. Ahora estoy más cerca de que me llegue un nieto con mi hija mayor. Además que estoy súper metido con mi hijo adolescente, con mi hija chica, disfrutándolos a todos como están. Una guagua implicaría ponerle mucha atención y dejar de tener tiempo con los otros”.
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