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Mujeres, a despertar del sueño Barbie

03 de Febrero de 2015 | 10:11 | Por Cristina Vásconez
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Como muchas niñas de mi generación, jugué a las Barbies a tiempo completo. Veía en ese pedazo curvilíneo de plástico, la fantasía viva que prometía la llegada de un bellísimo príncipe en capa y a caballo blanco. Al crecer, y más allá del espacio concreto profesional que también desarrollé, casi de manera poco consciente sostuve ese aspecto de ensueño empalagado de romanticismo, que cual microondas existencial, me instaba a sólo aguardar el paso del tiempo para que la ilusión se tornara en realidad. Pero prontamente y en vista de lo cada vez más lejano del cuento, fui desechando esa visión y reconociéndola sólo como parte de una difundida ficción de celuloide, poco creíble para mí a esas alturas. Para mi sorpresa, he podido comprobar que muchas otras mujeres han quedado atrapadas en ese potente relato infantil.

Porque ya sea en Blancanieves, la Bella Durmiente o Cenicienta, Walt Disney desarrolló una hipnotizante trama en donde bellezas, más bien pasivas, siempre eran rescatadas de situaciones terribles por galanes protectores que juraban la dicha eterna.

El tema del amor romántico-tal como Julie Kavner revela a Dianne Wiest en la película de Woody Allen “Días de radio” es básicamente un concepto moderno. Efectivamente hasta la Edad Media, la pasión estaba asociada al desenfreno y el matrimonio exento de toda manifestación romántica. Sólo mucho más tarde se produce fuera del vínculo, dando paso al llamado “amor cortes”, con tintes de misticismo y ligado a lo platónico, lo inalcanzable.

Posterior a la Revolución Francesa y bajo el grito de libertad, igualdad y fraternidad, es que el amor romántico, como otros tantos privilegios antes exclusivos de la élite, logra ser masificado, al alcance de todo ser humano común y corriente. Con tal fuerza que en el siglo XIX surge con energía lo emocional, las pasiones y la belleza, dando paso así a la Era del Romanticismo.

En mi práctica en los talleres de Coaching para Solteras, surgen algunos casos en donde el tema amoroso es vivido de manera particularmente intensa, la pareja vista como un aspecto indispensable, frente a la cual, logros, carreras profesionales, entornos e incluso otro tipo de vínculos, son opacados, carentes de entusiasmo y orgullo. Pareciera que para estas personas nada compitiera en importancia frente a lo relacionado al corazón, la única puerta de entrada a la felicidad.

¿Serán prioritariamente víctimas de carencias, abandonos y de ahí la urgencia de generar apego? En mi experiencia esto no necesariamente es así. A iguales condiciones de vidas difíciles, otras mujeres vuelcan esos dolores y los transmutan de manera diferente ya sea en lo laboral, en la construcción de un proyecto personal o incluso en la avidez de la maternidad.

Continuando con la línea de abordar algunos de los rasgos de personalidad que dificultan el amor, es que hoy traigo ese estereotipo de mujer que hace del amor su foco de vida, y lo vive con total intensidad desde su primer inicio, con verdadera ensoñación y frenesí. Hablaremos de la “mujer soñadora”. Pero muy por el contrario de la caricatura Barbie que las dibujaría de rosa y sobre nubes, dada su habitualidad a hacer foco, podrían hacer gala de una serie de logros, competitividad y éxito.

Y es que desde pequeñas hicieron de la iniciativa su conducta diaria, la pro actividad y la meta su modus operandi. Entendieron que la vida es un escenario vasto de deseos a conquistar, la imaginación y el anhelo más motivante que el presente, sus motores diarios, la razón de su existencia. Conllevan el germen del emprendedor, capaces de saltarse los obstáculos de su aventura en pos de un logro final, obsesivas del mañana lo que eventualmente les facilita obviar un presente no siempre agradable. Esto mismo es lo que las faculta a participar en espacios laborales asociados a la especulación, la apuesta y el riesgo, y ser parte importante del mundo competitivo y económico de la sociedad.

Convencidas que el resultado final será fruto de su empeño, es que no escatiman en esfuerzo y trabajo, la seducción e impecable cuidado personal al servicio de un objetivo, siempre positivo, siempre ganador. Pero tal como hemos visto en muchos casos, siendo lo descrito su luz, también conlleva un lado desventajoso. En el afán de contemplar sólo la meta, su radio de acción de largo aliento las conecta principalmente con lo que aún falta, con lo no alcanzado. Cada conquista es reemplazada por un nuevo desafío. Su dificultad de vincularse al presente, el impedimento a gozar lo ya logrado, es sinónimo de constante desaliento e insuficiencia.

¿Qué sucede al interior de la pareja? Habituada a visualizar de antemano un final exitoso, la “mujer soñadora” revive el cuento de hadas incluso antes de conocer bien al galán, privilegiando personajes seductores, con aptitudes al magnetismo y el deslumbramiento, tal como transcurre en las historias de Disney. Apoyada en su hábito de mirar sólo una cara de la moneda, opta básicamente por el lado halagador y cortes de sus amantes, aquel que abunda en la conquista.

Más allá si corresponde, los reviste de un aura especial, redobla la galantería, los detalles de la seducción, el frenesí de la conquista. Impacientes por revivir su novela, se saltan preámbulos y dan temas por vistos, escuchando verdades a medias, alejándose centímetros del piso. Estiran el chicle de fantasía hasta más no poder, postergando lo más posible el cotejo con la realidad, una que muchas veces se aleja profundamente del sueño, pálida, superflua e infecunda. Y ese otro, al observar que la expectativa hacia él sea la de ocupar el rol del eterno galán de teleserie, siempre solícito-siempre presto, sospeche que éste le quede grande, se agobie y finalmente se reconozca fuera de la trama.

¿Cuál será el camino para estas mujeres? ¿Extirparles la ilusión, optar sólo por lo concreto? Sin duda los seres humanos necesitamos imperiosamente albergar una quimera, de otorgarle sentido a nuestras vidas. Ya lo describe muy bien Albert Camus en ese ya clásico de la literatura “El Mito de Sísifo” quien fue castigado por Zeus a subir una tremenda roca a la cima de la montaña, y una vez ahí volver a arrojarla al fondo, en un esfuerzo vacuo, por la eternidad. La reflexión que se propone es el tránsito de la tragedia a la sabiduría. En ella, Sísifo advierte con los años, y casi en defensa propia, el único sentido del que es capaz, de darle significado a su existencia: la conexión con la roca, su profundo amor a ella y el honor de hacerla alcanzar la máxima cumbre.

En síntesis nos revela que, dado el casi frecuente absurdo que enmarca nuestras tareas, lo anodino de nuestra cotidianeidad, la única manera de sobrevivir en alegría es conferirle sentido a la misma, asociarlo a un significado y sólo así, conectarnos al amor, al orgullo y la aceptación de la vida. Por lo tanto, el camino no consiste en erradicar el sentido y la visión de un mañana, sino que en un esfuerzo de equilibrio, el presente esté al servicio de ese propósito que tanto nos entusiasma.

Si te has sentido identificada en estas líneas, si sientes que en cada relación que terminas has perdido tu llave al paraíso celestial, aquí algunas pistas que pueden serte útiles:

- Por cada vez que te escuches planificando el mañana, reemplázalo por actividades inmediatas idealmente espontáneas, sin objetivo aparente.
- Aprende a gozar tus éxitos, celébralos. Has foco en lo que vas logrando, en aquellos espacios donde cunde la abundancia y resístete al impulso de elaborar una nueva meta.
- Si has decidido salir al “mercado del amor”, ábrate a conocer personas distintas a las habituales, prospectos que no habrías aceptado con anterioridad, menos efusivos, más discretos.
- Si tu natural tendencia te lleva al menos a entusiasmarse con deslumbrantes muestras de afecto, respira. Apóyate en tu red, pide ayuda a sus amigas, visita otras personas y no despegues los pies de la tierra.
- Si ya estás en una relación de pareja, aprende a valorar lo que realmente hay. Deja pasar esa adrenalina inicial, que si bien es atrayente puede ser un poco distractiva para la carrera de fondo, la verdadera, la genuina.

En definitiva, entender que la salida a esta compulsión romántica, será partir deteniéndose. Replantearse el mecanismo en que se ha operado, alejándose de las promesas a largo plazo, de manera de conectarse con la realidad, enamorarse del presente. Aprender una nueva forma de éxito, el que se asocia con la aceptación, con la maravillosa capacidad de adecuarse a los momentos y circunstancias de la existencia.

Comprender que tanto como el brillo matinal es entusiasta y energético, el cobrizo del ocaso también tiene lo suyo, nos propone otro ritmo y nos conduce al descanso. Conservar las ilusiones infantiles dentro del espacio de la melancolía como tantos otros artefactos de nuestra niñez. Reconocer que poseemos la libertad de Elegirlas y que la realidad que se nos presenta, es siempre mejor y porque despiertas siempre podemos
construir un nuevo sueño, uno autentico, uno propio, uno posible.

Saludos, Cristina Vásconez, coach de solteras.
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