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Columna: La inexplicable magia del fútbol

15 de Agosto de 2001 | 00:07 | Carolina Valenzuela, emol.com
SANTIAGO.- Hoy fue posible comprobar que aquella frase que a menudo escucho de que "el fútbol tiene magia", tiene mucho de real.

Esta mañana escuchaba en los noticiarios el llamado que tanto dirigentes como jugadores hacían para que la hinchada de la "Roja" acudiera al estadio, y yo sólo pensaba en la pelea que tendría con mi hermano por qué ver en la tele a la hora del poco alentador encuentro con Bolivia, partido que claramente no estaba en mis planes por razones que están de más mencionar.

El fútbol es magia, provoca magia.Pero por esas vueltas de la vida, eran las nueve de la noche y yo estaba en el estadio, sintiendo el intenso frío ambiente, pero dejándome empapar poco a poco por el calor que transmitía el color rojo que llenaba lentamente las galerías y tribunas del complejo deportivo.

Sentada frente a la cancha comiendo maní y golpeando mis manos mientras Bolivia llegaba a nuestro arco en el primer tiempo, me preguntaba qué hacía que pese al frío y a que Chile no tiene posibilidades de ir al Mundial, cerca de 35 mil personas estuvieran allí casi hipnotizadas mirando cómo once jugadores se movían detrás de una pelota para conseguir un gol.

Acto seguido, me di cuenta que yo misma gritaba como loca de rabia cuando Bolivia nos marcó el primer tanto.

De pronto me concentré en los comentarios emocionados que un pequeño niño hacía a su padre sobre cada jugada del seleccionado chileno. Y mientras miraba cómo hombres y mujeres, sin distinción, gritaban y vivían cada minuto de juego, vino el penal para Chile. Mi salto emocionado casi me provoca una caída, evento que claramente habría pasado desapercibido por el jolgorio ambiente tras el estupendo desempeño de Marcelo Salas.

Me fui al entretiempo con un no sé qué en el estómago, una emoción especial de sentir que sólo basta estar ahí para que el color rojo reinante invada y provoque que una mujer, que poco y nada entiende de fútbol, se pare y grite como si fuera uno más de la mayoría de los hombres que están en el estadio.

Claramente no recuerdo las jugadas, no sé si el arquero se tiró para un lado o para el otro, si le pegaron o no a Salas o quién es cada jugador en la cancha. Sólo sé que ver la expresión del papá del "Matador" cuando su hijo hizo el gol que le da el empate a Chile, o ver cómo el estadio entero se para en un segundo para celebrar, me hace pensar en una sola palabra: magia.

Magia colectiva que sólo el fútbol provoca, aquella que pese a no tener opciones hace que miles de personas soporten el frío y gasten sus gargantas de tanto gritar, magia inexplicable que provoca que yo esté entre desconocidos gritando como desaforada sin que me importe, y que tanto artistas como políticos, famosos y anónimos, sufran, gocen, se enojen y sientan con una intensidad inexplicable.

Magia, que pese a los cientos de garabatos con los que se desahogaron los hinchas tras el empate, me hace estar segura que de todas formas acudirán con igual pasión y esperanza al próximo encuentro de la selección chilena.
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