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Perfil: Jean Bertrand Aristide, el defensor de los pobres derrocado por el pueblo

Historia de un Presidente que empezó como sacerdote obrero, se transformó en un político que prometía liberar a los pobres de la miseria y terminó autoexiliado de su país.

29 de Febrero de 2004 | 11:23 | DPA
Jean Bertrand Aristide
Jean Bertrand Aristide cuando era sacerdote, septiembre de 1988.
CIUDAD DE MÉXICO/PUERTO PRÍNCIPE.- En sus últimos días al frente de la jefatura de Estado haitiana, Jean Bertrand Aristide fue perdiendo cada vez más el sentido de la realidad.

Mientras que rebeldes armados sitiaban Puerto Príncipe y saqueadores extendían la inseguridad en las calles de la capital, el Presidente seguía sentado en su gran palacio y aseguraba en entrevistas telefónicas que no abandonaría la residencia oficial hasta febrero de 2006.

Pero al final, Aristide, de 50 años, recuperó la idea de realidad: en la madrugada de hoy abandonó Haití y voló hacia el exilio.

El ex sacerdote salesiano se ha hecho un nombre en la historia de su país, que el 1 de enero celebró los dos siglos de independencia, como un luchador por la democracia, pero también como un demagogo.

Desde que entró en política a finales de los años 80, Aristide no ha dejado de ser una figura controvertida. Sus partidarios lo veneraban como un mesías que podía liberar a los pobres de la miseria, mientras que para sus oponentes políticos era un dictador encubierto.

Ya desde el final de la dictadura de Duvalier en 1986, el sacerdote obrero, originario de Port Salut, en el suroeste de Haití, se hizo un nombre como predicador radical. A finales de 1988 fue expulsado de la Orden Salesiana por sus posiciones extremistas.

Como representante de las esperanzas de los pobres, ganó las elecciones presidenciales de diciembre de 1990 con el 67 por ciento de los sufragios.

Ya durante su primer mandato, Aristide no tuvo mucho tacto. En vez de buscar el consenso con los diferentes sectores sociales, lo que hizo fue polarizarlos. Bajo la acusación de incitar a los pobres a la violencia, los militares lo derrocaron el 30 de septiembre de 1991. Durante tres años estuvo en el exilio.

Y tras un infructuoso embargo contra la junta militar, el entonces Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, ordenó la intervención de 20.000 soldados en Haití. El 15 de octubre de 1994, Aristide regresó triunfante al país caribeño.

En febrero de 1996 tuvo que ceder el sillón presidencial a su amigo René Preval, ya que la Constitución haitiana prohíbe una reelección inmediata. Tras haber acumulado una jugosa fortuna, presidió a partir de ahí una especie de gobierno adicional desde una mansión de lujo en los alrededores de Puerto Príncipe.

Cuando volvió a presentar su candidatura en las siguientes elecciones, el clima político en Haití estaba ya envenenado. La oposición boicoteó las elecciones presidenciales de noviembre de 2000 como respuesta a manipulaciones ocurridas en las elecciones al Senado de mayo de ese año.

Aristide ganó oficialmente con el 92 por ciento de los sufragios, pero la oposición nunca lo reconoció.

El Presidente, según sus críticos, no está interesado en las instituciones democráticas, no quiere instancias intermedias entre él y las masas populares. También lo consideran un maestro de la hipocresía. "Puede hablar muy bien. Es lo que aquí llaman un 'pico de oro'", dice su antiguo compañero de camino Gérard Pierre Charles.

Como Aristide no mantuvo muchas veces los pactos, la oposición, unida en la Plataforma Democrática, no quería entrar en más compromisos con él. Sólo su renuncia ofrece según ellos la posibilidad de un nuevo comienzo al país más pobre del continente americano.
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