SANTIAGO.- Uno de los momentos mágicos que recuerda Judith Klein es su fugaz encuentro, que después se hizo rutinario, con el científico Josef Mengele, el hombre que realizaba experimentos genéticos con los niños judíos que ingresaban a Auschwitz.

"La muerte de infantes era una actividad normal en sus laboratorios: para crear una mejor raza, fabricar jabón con la grasa humana, telas para pintura con la piel de los muertos, hacer muñecas con los niños que pasaban a la cámara de gas... espeluznantes recuerdos que Judith revivió ahora, cuando a principios de año, volvió a ese
ghetto. Incluso le abrieron la zona, cerrada por 15 años, donde experimentaba Mengele.
¿Cómo fue ese primer encuentro con Mengele?
"Cuando llegamos a Auschwitz, nos sacaron la ropa, desnudas, vino un alto soldado con cosas en el hombro, bien buenmozo, y me preguntó si éramos mellizas por otra de mis hermanas. Teníamos vergüenza por estar desnudas, le dijimos que no. Supimos que nos habíamos salvado, pues él no se dio cuenta de nuestro parecido, estábamos rapadas y delgadas, porque a los mellizos se los llevaban a los laboratorios de Mengele. Salvamos. No lo pensamos".
¿Y lo volvió a encontrar en Auschwitz?
"Otra vez vimos llegar al mismo soldado, y una niña lo vio y dijo,
aquí está Mengele, se van a llevar a 200 niños, otra vez, al gas. Yo pregunto quién es Mengele, y me dicen que es el que me preguntó el otro día si era melliza con mi hermana. Cuando llegó tenía un palo blanco y tocaba finamente en el hombro de los niños, y los soldados lo sacaban y llevaban a un camión. El solamente tocaba con el palo, y por atrás se llevaban a los niños. Cuando llega a nosotros, nos mira y como que nos reconoció, y no con su palo, sino con su mano me hizo cariño. Y se fue ¡nadie nos tomó al camión, nos hizo una caricia como te salvaste... sobrevivía!".
Se repetía ese gesto los otros días...
"Todos los días, cuando llegaba Mengele, nos veía a las cuatro, se sonreía y no nos podía tocar con el palito. Era como un milagro, muchas veces quedamos 500 de los mil, siempre quedamos adentro de las barracas, nunca nos llevaron, como que Dios nos cuidó y de ahí surge el título
Semillas de Dios. Nadie podía creer que sobrevivíamos. El título resume aquella experiencia, que dedico a mis padres, mis hermanos y a los seis millones de judíos víctimas del Holocausto".
Ahora cuando fue a Auschwitz, ¿cómo se sintió en el laboratorio de Mengele?
"El laboratorio estaba 15 años cerrado, por vergüenza; cuando fuimos lo abrieron para nosotros porque exigí que abrieran el lugar. Arriba, estaban los colgadores adonde colgaban a los niños, sacaban la piel, los cueros, para hacer telas para pintar cuadros. Hacían muñecas para los otros niños, para que jugaran, a los mismos que esperaban para hacer experimentos, usaban la grasa para hacer jabón y nos los daban para lavarse ¡¡qué animales!! Me gustaría saber que harían si hacen eso con sus hijos, parece que sus corazones eran fríos. Todavía escucho los llantos de esos niños".
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