MADRID.- Osvaldo Guayasamín, probablemente el mejor pintor latinoamericano del Siglo XX, fue en su vida privada un hombre alcohólico y violento, capaz de pegar a una mujer hasta la extenuación, según "Una luz sin sombras", un libro autobiográfico escrito por su segunda esposa, Luce DePeron.
La obra, editada por Circe, es un relato aterrador de las vejaciones sufridas por Luce en sus trece años de convivencia con el pintor ecuatoriano -"mi verdugo"-, que dejó huellas imborrables en el alma, y también en el rostro, de esta mujer de origen belga y ruso.
Luce DePeron (París, 1928) se enamoró de Guayasamín (1919-1999) en 1952 al ver sus cuadros colgados en casa de unos amigos en Quito. Al interesarse por el autor, sus anfitriones le advirtieron de que era un hombre casado y con cuatro hijos, pero ella insistió y acabó convirtiéndose en su alumna y amante.
En su primera noche juntos, el pintor la conduce a un antro sórdido, impregnado de un fuerte olor a orines. Cuando Guayasamín sale del baño y la ve desnuda sobre la cama, le espeta: "Pareces una puta".
Las humillaciones se convierten, desde esa noche, en una constante en la tormentosa relación que mantienen entre 1952 y 1964.
DePeron encuentra una explicación a su sometimiento a esos malos tratos en su propia biografía, pues de niña hubo de soportar a un padre violento, con quien "aprendí a no quejarme de mis dolores físicos y a ser valiente".
Pero la diferencia entre Guayasamín y su padre, según Luce DePeron, era que éste se arrepentía de sus arrebatos, mientras "Osvaldo se quedaba tan pancho".
Luce describe sus primeros años juntos mediante estampas cargadas de violencia, como cuando relata la estancia de ambos en Guayaquil, en 1953, donde las borracheras, los golpes y los insultos eran continuos. "Judía de mierda", le llega a decir el pintor por mirar la factura en un restaurante.
"Los amigos que visitaban nuestro piso escupían en el suelo, y a mí me tocaba limpiarlo todo después", relata Luce, que recuerda que en una fiesta, tras haber sufrido un aborto, Osvaldo le dijo: "Maldita sea, puta".
En esos años, Luce y Guayasamín viven entre Quito, Nueva York, Caracas y Barcelona.
Guayasamín le aseguraba que estaba tramitando el divorcio de Maruja Monteverde, pero los papeles nunca llegaban. Ella se cansa y se marcha a su París natal.
El se presenta en París y se produce la fatal secuencia reconciliación-separación: "Cuando se marchó dejó la cuenta de su hotel sin pagar, para que yo la saldara, y a mí, un ojo morado porque me negué a acompañarlo en su gira por Italia".
Pero vuelven a Nueva York y se casan, el 14 de febrero de 1957, día de San Valentín. Se queda embarazada de su primera hija, Shirma, y vuelven los malos tratos.
"Los senos se me hincharon como balones, lo que me permitió tener un cuerpo escultórico por primera vez en mi vida, un placer del que no pude disfrutar porque Osvaldo adoptó la costumbre de darme puñetazos en ellos para impedir que diera de mamar a mi hija cuando lloraba durante la noche", relata Luce.
En 1958 la echó de casa, embarazada y con la pequeña Shirma en brazos. Pero ella, nuevamente, vuelve con él y regresan a Quito, donde tienen a su segunda hija, Dayuma, y levantan su casa de Bellavista.
"Trato de evocar algún momento agradable con Osvaldo (...) pero mi memoria está teñida de recuerdos amargos", dice Luce DePeron.
Y rememora también la afición de Guayasamín por ir al cine y ver dos o tres películas seguidas. "Si yo me negaba a acompañarlo, empezaba a romperme vestidos en pequeños trozos, uno tras otro, a cortar con hojas de afeitar los ojos de los retratos que me había hecho, hasta que yo finalmente accedía a ir con él".
El desenlace de la relación se produce cuando Luce decidió divorciarse en 1963 después de que un familiar de Guayasamín, de 16 años, intenta violar a una de sus hijas. Al contárselo Luce al pintor, éste exclama: "¿Qué quieres? Hombre es".
Luce, quien "jamás había experimentado por completo el placer sexual", se entrega en brazos de su abogado, pero vuelve momentáneamente con el pintor, con quien tuvo una tercera hija, Yanara, antes de la separación definitiva.
"Ahora reconozco en su obra toda la rabia que expresaba su rostro cuando me golpeaba, y veo cómo lo embriagaba el placer y el poder cuando pintaba el dolor humano", concluye esta mujer que, a los 73 años, reside en Quito dedicada al arte y al diseño de joyas.