Cuando el invitado estelar del último capítulo de "Por fin es lunes", José Luis Rodríguez, apareció en directo en Canal 13, a las diez y veintidós minutos de la noche, ya llevaba varias horas sobre su propio escenario. Había hablado en directo por los micrófonos de un par de radios, había firmado autógrafos a un centenar de fans en un local céntrico de Santiago y había ensayado los libretos de un sketch lamentable. Esta es la historia de un cantante famoso, que, por lo mismo, sabe de sobra que al público hay que ganárselo día a día.
Pablo Márquez F.
(18/07/2002)
"Bienvenido, mi amigo", dice José Luis Rodríguez, el incombustible "Puma", apenas baja de su habitación del hotel Sheraton, enfundado en un sweater de hilo negro y pantalones de cuero al tono, para ir en busca de lo que vino.
La estrella latina de edad desconocida y fama panregional se ve radiante. Hace apenas unas horas, de madrugada, aterrizó en Santiago, procedente de Miami, y aunque no ha dormido mucho no parece cansado.
Para nada. Incluso ya se ha detenido a saludar a los fans que ha encontrado en el camino y ha dado una entrevista mañanera para el diario La Segunda. Apenas algunos minutos para reponerse del viaje.
"Cuando el vuelo llega, es porque estuvo bien", dice mientras se cierra el abrigo gris que cubre su figura compacta, aún atlética, y se monta en el asiento trasero del Mercedes Benz azul metálico que lo tendrá paseando por las calles de Santiago hasta pasada la medianoche. Pero recién es mediodía, el sol está picando con energía a las doce con dos minutos, y a esa hora el final de la jornada se ve lejos. Muy lejos.
En el aire
Las cámaras de TVN lo aguardan a la entrada del edificio verde del consorcio Iberoamerican Radio Chile. Unas tomas al pasar, un saludo rápido y ya está montado en el ascensor que lo lleva hasta los estudios de Radio Pudahuel. Por los parlantes suena "Agárrense de las manos" y cuando Pablo Aguilera dice la hora, las doce de la tarde con veinte minutos, la voz ronca y pausada del venezolano empieza a llegar de "Arica a Puerto Montt".
No se acuerda bien cuándo fue la última vez que cantó en Chile. Y no se refiere a la Teletón del año 2000, porque eso, aclara, no fue un concierto regular. Tampoco sabe qué responder a la pregunta de cuándo vendrá a hacer un show en vivo, pero adelanta que está escribiendo un libro con sus memorias y que estará muy sabroso.
Vamos a la música. Suena "Y volveré", el primer corte promocional de "Champaña", su nuevo disco, y las luces de la central telefónica parpadean con histeria. La gente quiere hablar con el Puma y el Puma quiere hablar con la gente. La señora de Curanilahue le dice que lo quiere mucho y el cantante le responde, amén, gracias mi amor.
Ahora sí te dejamos, José Luis, para que vayas a firmar los autógrafos, gracias por tu tiempo. Tanda comercial, una foto para el recuerdo y otra vez frente al ascensor. "¿Y ahora?", pregunta el venezolano con su gracia chévere. Al otro lado del pasillo, en el mismo piso, espera un contacto de último minuto y en vivo con radio Corazón.
De pie, Patricio Torres se pregunta cuándo vamos a tener un nuevo disco del Puma y el venezolano le aclara que es justamente el que tiene en su mano izquierda. Eso sí, no se acuerda haberse encontrado con el animador en un ascensor, hace muchos, en Miami. Se hace tarde, mi hermano. Un gusto.
En la tierra
El paseo Estado va repleto de ida y vuelta, una de la tarde y veinticuatro minutos, y parece imposible que un auto se haga espacio entre la gente, más aún contra el tránsito. Pero, flanqueado por dos carabineros a caballo, el llamativo auto de vidrios polarizados avanza lento. "Tranquilo, muy despacio", ordena José Luis Rodríguez al chofer mientras saluda a la gente que ya lo reconoce y le golpea el vidrio. Fuerte. Cada vez más fuerte.
Un par de minutos, empujones y tropiezos mediante, le toma cruzar los casi 30 metros que separan la calle del escenario montado, al final de la tienda Griffith del Paseo Huérfanos, para la firma de autógrafos. Cámaras, flashes, gritos y golpecitos al pasar lleva la comitiva.
A salvo, detrás de una mampara de vidrio, el Puma se ordena un poco, se peina la melena y se sienta a una mesa provista de lápices y muchas cámaras alrededor. Poco duraría sentado. "Si te gusta la fama, tienes que buscarla. Si te gusta que te conozcan, tienes que buscarlo. Asumo la responsabilidad que yo mismo he creado. Por eso no me molesta la gente", diría más tarde para justificar la ruptura del protocolo y su espera por los fanáticos ahora de pie y con los brazos literalmente abiertos.
Y sigue el desfile. Qué gusto, mi amor. No puedo creerlo, don José Luis. Pero no te pongas tan nerviosa, mi vida. Es para mi madre, Puma. Afuera, los que tienen su copia del disco "Champaña" en la mano lo agitan como pidiendo auxilio. Es la condición para poder acercarse al cantante y pedirle una firma, una foto, un beso o un apretón de manos. En menos de una hora se venden más de 500 copias y se acaba el stock.
"¿Viste a esa señora que abracé largo rato? Me dijo que tenía cáncer y que hacía años que estaba esperando este encuentro", dice mientras el chofer enfila hacia el hotel por Santa María y los ocupantes de los autos vecinos miran con cara de no estar seguros de si el señor del medio es o no el mismísimo Puma.
En la mesa
"Ningún cantante tiene el éxito asegurado. No se vende un disco por correo, por fax o por e mail", dice José Luis Rodríguez mientras corta un trozo de su congrio con verduras. "Puede darse el caso de que cuando estás muy pegado, muy pegado, no vas a los países y vendes igual. Pero nunca es lo mismo cuando la gente te ve y te siente, cuando estás con ellos y no te sienten tan lejano".
El maitre del restaurante "El cid", del Sheraton, el mismo que hace un rato salió a buscarlo al lobby del hotel para tomarle la orden de pescado y ganar tiempo, se acerca a la mesa y pregunta qué tal todo. Bien, gracias, muy bien.
"El público no está esperando por ti, el público es de quien vaya a buscarlo. Tienes que ir donde está él...", sigue con su hablar pausado. "¿Viste esas personas que viajaron 500 kilómetros (de Constitución) para que les firmara el disco? ¿Y si no hubieran entrado en la fila? Qué decepción se hubieran llevado. Por eso yo me acerqué...".
Y se acerca una señora, promotora de vinos Miguel Torres, que hace rato estaba esperando el momento para ofrecer sus vinos. Un chardonnay varietal, más tarde un cabernet Manso de Velasco y luego un ensamblaje Cordillera. El Puma se pone anteojos para leer la etiqueta, agita la copa, prueba y juega a hablar como ebrio. Le sale gracioso. Entonces cuenta que, en general, no es muy amigo del vino y que si toma, cuando toma, sólo es cerveza light para capear el calor de Miami.
"Uno es de comunicación, mi amigo. La radio, la prensa y la televisión", dice luego de rechazar la oferta de postre. "Antes hacía menos cosas y la gente se enteraba más rápido, ahora tienes que hacer muchas para que más o menos la gente se entere de que tienes algo nuevo". El maitre no se rinde y lo tienta con pastelería francesa. Eso sí, mi hermano.
"¿Que si tengo paciencia? Yo no hice un gran esfuerzo hoy con toda esa gente, simplemente tienes que ponerte en el lugar de ellos, más nada. Darles un poco de cariño. Hay mucha soledad también en las personas...", teoriza, pero lo interrumpe la señora de los vinos. Llega sin copas, con una agenda y un lápiz.
Más autógrafos. El manager aprovecha de recordarle que, además, tiene que firmar decenas de postales y chucherías por si alguien, por la noche, le pide un recuerdo durante el programa. Se acordaría más tarde del encargo.
"Mi vida no tiene misterios, mi amigo. El Puma a lo mejor es algo misterioso, pero yo no", dice con una carcajada y revuelve su ensamblaje de aguas hierbas: dos bolsitas diferentes en una taza. "El Puma es sólo un personaje. Imagínate que el chico que hizo el Hombre Araña (en el cine) se llevara el personaje para su casa, qué fastidioso".
Pero el Puma, cuenta, no se cree estrella. Es un tipo sencillo, que lucha todos los días contra el ego y el orgullo, sus enemigos mortales. Pero cuesta. "Y es más difícil al principio, cuando comenzamos a sentir el aplauso, el cariño, la admiración, el mimo. Engordamos y nos esponjamos como el pavo real, pero llega Dios y te desinfla con un alfiler", sigue y se acomoda en la silla. "Es que tú aprendes de los errores, porque del triunfo ¿qué aprendes?"
En la tele
Horacio Saavedra sube la escala de su orquesta y coro para dar con el tono exacto de "Baila mi rumba". José Luis Rodríguez preferiría cantar lo nuevo de su repertorio, pero cómo no entusiasmarse con el baile de la gente del equipo de "Por fin es lunes".
La coreografía y el doblaje de las dos canciones estelares, "Y volveré" y "Agárrense de las manos", ya están ensayadas. El estudio Gonzalo Bertrán, de Canal 13, a las siete y cuarenta y ocho minutos de la noche, se va llenando de rostros, técnicos y auxiliares. Faltan casi dos horas para que comience el programa y el Puma sigue ensayando el collage que, en vivo, deberá interpretar en diferentes segmentos del espacio. Puros grandes éxitos.
Fernando Kliche, Carolina Arregui, Alicia Pedroso y Sonia Viveros esperan, al fondo, en el set que servirá de escenografía para una parodia de las teleseries que abrirá el capítulo. La estrella será el venezolano y la idea es que hable muy venezolano.
Termina el canto y llega el teatro. José Luis Rodríguez se pone un audífono en la oreja derecha y va diciendo los parlamentos a medida que se los van soplando. A esta hora se improvisa. Se supone que el cierre lo debe hacer Coco Legrand pero todavía no llega.
Una pasada más. Alicia Pedroso se adelanta unas líneas y no se entiende nada. Fernando Kliche la pasa bien y se olvida de sus líneas. "Esto no va para el exterior, ¿cierto?", pregunta el Puma con una carcajada de resignación y su manager le hace un gesto con la mano.
El director quería un ensayo más, pero no. Las periodistas del equipo corren detrás del artista, hasta el auto, para convencerlo de que no hay tiempo para irse al hotel, que si quiere le mandan a buscar la ropa y se cambia en el camarín. El hombre no está de acuerdo.
Once minutos más tarde, casi diez para las diez de la noche, José Luis Rodríguez ya está de traje frente a la puerta trasera de su Mercedes Azul que lo ha paseado por Santiago desde el mediodía.
Hace frío y le recomiendan que se ponga la chaqueta y se cruce por el cuello la bufanda blanca, por si acaso.
"Gracias por la compañía, mi amigo", dice antes de entrar al asiento trasero. Se arregla un poco el pelo y antes de despedirse pregunta, en broma, si está despeinado.
Y no. El Puma nunca está despeinado.