Madrid.- Una antigua fotografía en sepia de un Gabriel García Márquez de un año, comiendo una galleta con ojos asombrados, encabeza el primer tomo de las memorias del Nobel colombiano, un libro que desvelará que, en muchos sentidos, su literatura está más cerca de la realidad que de la magia.
El primer volumen de las memorias, que el escritor ha titulado "Vivir para contarla", será puesto a la venta el jueves próximo de forma simultánea en todo el mundo de habla hispana.
Tituladas "Vivir para contarla" porque, como el escritor dice en el epígrafe, "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".
El primer tomo de las memorias de "Gabo" recorre los primeros treinta años de su vida y, con ellos, algunos de los momentos y personajes reales que pueblan relatos y novelas fundamentales en la historia de la literatura en lengua española.
"Gabo" comienza sus memorias cuando, a los 23 años, su madre le va a buscar y, tras confundirle con un mendigo, le pide que la acompañe a Aracataca para vender la casa en la que pasó su infancia, un viaje que ambos realizan primero en un barco que navega entre el fango, el calor y los insectos y después en un tren fantasmal.
En ese viaje, en el que pasan por una finca bananera con un nombre, "Macondo", que le gustaba sin conocer su significado por "sus resonancias poéticas", "Gabo’’ se ve en la encrucijada de no poder retrasar más contarle a su madre que había "desertado" de sus estudios universitarios para ser escritor y periodista, pese a que sabía el disgusto que provocaría en sus padres.
Partiendo de aquel viaje en el que germinaría la idea de la primera novela que en 1955 le publicarían, "La hojarasca", y en el que confirma una vocación "arrasadora" que es "la única fuerza capaz de disputarle sus fueros al amor", el escritor desentraña, con una precisa y fotográfica memoria que salta adelante y atrás, sus recuerdos, hasta 1955, cuando las amenazas tras la publicación del reportaje "Relato de un naúfrago" fuerzan su salida del país con destino a Ginebra.
Por las 579 páginas de "Vivir para contarla" desfila el noviazgo de sus padres, que luego trasladaría a "El amor en los tiempos del cólera", la historia de un conocido de la familia que recrearía en la de Santiago Nasar de "Crónica de una muerte anunciada", o la de muchos de los personajes, como su abuelo -evocado en el coronel Aureliano Buendía- o la de la tía que murió el mismo día en que acabó de coser su mortaja, que habitan"Cien años de soledad".
"Gabito no engaña a nadie, lo que pasa es que a veces hasta Dios tiene que hacer semanas de dos años", dijo en algún momento su madre, en una frase que puede aportar una nueva perspectiva sobre lo que ha pasado a la historia de la literatura como realismo mágico.
Sus inicios en el periodismo y su pasión por el reportaje, un género al que considera surgido de la "misma madre" que la novela, forman también una parte importante del libro, en el que "Gabo" cuenta cómo realizó artículos sobre sangrientas revueltas o sobre la miseria de algunas zonas de su país, en una época en la que apenas le quedaba tiempo ni para su vida privada ni para consultar su saldo.
Aquel que de niño se ganó en la familia "la mala reputación" de tener "recuerdos intrauterinos y sueños premonitorios" y que con su forma de contar la realidad trataba de hacerla "más divertida y comprensible", rememora también los inicios de su relación con Mercedes Barcha, a quien en 1955 dejó en Colombia "con el traje verde de novia sin dueño y el cabello de golondrina incierta" y que luego recuperaría para tenerla a su lado hasta hoy.
El también escritor colombiano Alvaro Mutis, a quien García Márquez menciona una y otra vez por el apoyo que le prestó en aquellos años, ha dicho en alguna ocasión que no había realismo más intenso que el de "El coronel no tiene quien le escriba", algo que queda confirmado en los ocho capítulos de estas memorias.