EMOLTV

Ballet Kirov en Santiago (7/10/1996)

03 de Octubre de 2003 | 10:55 |
Federico Heinlein

7/10/1996

Un acontecimiento memorable en nuestra vida cultural fueron las presentaciones del Ballet del Teatro Maryinsky de San Petersburgo, particularmente famoso por su larga tradición y la época del coreógrafo Marius Petipa, hacia fines del siglo pasado. Pudimos apreciar la excelencia del célebre elenco durante su primera función pública, ofrecida el sábado en el Aula Magna de la Escuela Militar.

Una parte substancial del segundo acto del “Lago de los cisnes”, coreografiada por Petipa e Ivanov, nos introdujo al estilo de los visitantes.

El cuerpo de baile se desempeñó con bastante exactitud, aunque llamaron la atención las zapatillas ruidosas que, para el oído, convertían algunas evoluciones de cisnes en trápala de potrancas. La georgiana Irma Nioradze (Odette) y Victor Baranov (Siegfried) formaron una pareja de poesía e ingravidez extraordinarias, cautivando en especial ese maravilloso port de bras característico de tantas bailarinas del Kirov.

En el segundo bloque del espectáculo vimos una sucesión de números inconexos encabezada por el solo “Muerte del poeta”, sobre el Adagietto de la Sinfonía N 5, de Gustav Mahler. Faruj Ruzimatov, director artístico asociado de la compañía, es un bailarín cuyo dominio muscular y repertorio de actitudes impresionan. Encontramos, eso sí, que su pantomima, por instantes grotesca, estuvo en total desacuerdo con la sublime música, hasta cierto punto vilipendiada por esta utilización.

Tres dúos atestiguaron los méritos de las primeras figuras. La grácil y alada Irina Yelonkina se unió con Victor Baranov en un pas de deux de “La bella durmiente” (Chaikovski-Petipa); muy expresivamente ejecutaron Igor Zelensky y la juvenil Diana Vishneva aquel otro sobre música del mismo compositor, coreografiado por Balanchine. Conmovedores fueron Andrei G.

Iakovlev y Maya Dumchenko en el dúo de “Romeo y Julieta” (Prokofiev-Lavrovsky), al irradiar el desborde entusiasta y pasional de adolescentes: él con un solo muy preciso, ella exactísima en la gavota.

A través de la “La muerte del cisne”, ideada por Fokine sobre música de Saint-Sens, entregó su tarjeta de visita Uliana Lopatkina, cuya fuerte personalidad supo amoldarse a los requerimientos de la popular coreografía.

Aquí volvimos a admirar la elocuencia de los brazos, ora ondulantes cual serpiente, ora con estilización de un cuello de cisne.

Partituras del paduano Drigo y del vienés Minkus, ambos de extensa afiliación al Maryinsky de San Petersburgo, sirvieron de base sonora a los últimos trozos del deslumbrante espectáculo. El gran final de “El corsario” (Drigo-Petipa) corroboró la técnica, el temperamento y la expresividad del uzbekistaní Ruzimatov y permitió aquilatar el arte soberbio de la estupenda Yulia Majalina en el papel de Medora.

Sin que, después del segundo intermedio, constituyera un aporte muy significativo, la escena culminante de “Paquita” (Minkus-Petipa) ratificó la calidad elevada del Kirov. El sólidamente preparado cuerpo de baile y cinco solistas de primer orden hicieron de marco a las hazañas estelares de Igor Zelensky y Uliana Lopatkina. Los giros y saltos de él, los 32 fouttés de ella, los consagraron como dignísimos representantes de la alta escuela del ballet ruso, por más que habríamos preferido ver a la Lopatkina en uno de sus roles dramáticos.

Destacó la jerarquía musical de las grabaciones que reemplazaron a la orquesta.
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?