La sola imagen de Manuel García empuñando una guitarra eléctrica y alargándose en un solo distorsionado por más de medio minuto (como el de "Amistad" o "Reloj"), era una posibilidad por completo improbable hace sólo cinco años. Pero el reduccionismo en el análisis que afectó al vocalista de Mecánica Popular en su debut solista terminó siendo, a la larga, el mejor estímulo para mantener su música obligada a la sorpresa. Estarán quienes quieran seguir viendo a García como un émulo de Silvio Rodríguez, y allá ellos: son referentes mucho más amplios, diversos y coloridos que los de la trova cubana los que animaron su sonido en Témpera (2008), su magnífico segundo álbum, y también es el rico nutriente de un autor adulto y curioso el que hoy sostiene S/T (sin título).
A los 40 años de edad, el nativo de Arica se parece cada vez más a sí mismo cuando canta, pues logra traspasar en estas nuevas canciones ideas que hablan de una valiosa identidad autoral, vinculada al cauce amplio de la música popular, la observación de detalles domésticos y una melancolía que es más reflexiva que apesadumbrada.
De hecho, y en comparación con sus dos anteriores álbumes, S/T sorprende como un disco asombrosamente sencillo. La guía de estas canciones no es el mensaje solemne ni los arreglos de alto vuelo, sino el flujo de la melodía cómoda (siempre tarareable) y la invitación a instrumentos que van aportando durante el desarrollo de los temas (muchas de estas canciones comienzan de un modo y avanzan hacia la nueva sonoridad a la que las va llevando García y su banda). Había antes en los discos del ariqueño una atmósfera unitaria de principio a fin, pero esta vez cada canción parece un mundo autosostenido, diferente en contenido y tono al que lo precede.
El paso de "Alfil" a "Catalejo" y luego a "La terrible canción N°1", por ejemplo, —por nombrar tres de los mejores títulos del disco— es el paseo, primero, por la escena en extremo simple de un desayuno en pareja («tú eres la reina que dejó a su rey por un afil / Sí, porque el café lo tomas junto a mí»); luego el canto invernal (y semirrecitado) a un amor con el que se han compartido «tardes, lluvias, viajes»; y al final un devaneo algo angustiante frente a una lluvia que homologa la pena de un payaso de circo. Aunque la base de todas ellas es la guitarra, son tres atmósferas sonoras por completo diferentes entre sí.
Grabado en una gran sala, este disco transmite la calidez de una banda en vivo, porque es entre amigos (algunos, tan experimentados como Camilo Salinas y Fernando Julio) que García puede hoy distinguirse como un autor portentoso, sin temor a compartir funciones, e interesado en integrar a otros también a sus letras ("Joan" es un saludo de admiración a la viuda de Víctor Jara). Hay imágenes personales y otras más políticas (como en la vehemente "Piedra negra"), pero eso es parte de un flujo temático que suena natural, sin cuoteos ni más quiebres que los varios enfoques esperables en un autor cómodo con su inquietud creativa. Mucho se habla hoy del refortalecimiento de la trova chilena y del éxito que los solistas están teniendo por encima de las bandas, y es tentador ubicar a Manuel García como el iniciador de esa tendencia. Pero incluso eso sería reducirlo. García comienza a ubicarse, por mérito propio, en un cauce aún más amplio, que es el de los cantautores chilenos capaces de trascender a sus generaciones.
—Marisol García