Mojo

En un país orgulloso de sus glorias rockeras, el primer disco en ocho años de Tom Petty con los Heartbreakers ha despertado un entusiasmo del que el resto del mundo se ha distraído por razones obvias (tiene que ver con pelotas Jabulani y canchas de pasto). Estados Unidos vuelve a celebrar en estos días la posibilidad de escuchar a una de sus leyendas musicales en plenas condiciones sobre la guitarra eléctrica, el pulso del R&B, y la observación lúcida y algo sarcástica de su entorno.

Tom Petty se solaza aquí en un rock de raíz sureña más ocupado en los Allman Brothers que en tendencias contemporáneas, y levanta quince canciones ideales para los ya conversos pero probablemente aburrido para quienes se asomen sin antecedentes. Son temas largos, que pueden extenderse más allá de los seis minutos porque alguno de sus músicos se entretuvo en algún solo improvisado: el disco tiene más de jam-session que de compatibilidad radial y, en ese sentido, se puede uno imaginar a un Petty dichoso por haber llevado esa aventura entre amigos a buen puerto. La ejecución instrumental de sus compañeros es impecable y, sí, los fans tendrán una fiesta con un disco ajustado a lo esperable (sin sorpresas) pero con máximo rigor interpretativo (sin tropiezos).

Para la crítica de Estados Unidos esta oferta basta para las cuatro o cinco estrellas («es dinamita», nos dice Rolling Stone; «suena estupenda conduciendo en una carretera», nos advierte otra revista), pero, para la europea, es «aburrida y decepcionante». Esa dualidad ponderativa es elocuente: si alguna vez Petty estuvo dispuesto a cruzar audiencias con álbumes de verdad propositivos (como en esa cumbre de rock-pop eléctrico que fue Full moon fever, hace 21 años), su identidad está dada hoy por el acomodo en sus virtudes y en la fidelización de un público ya ganado. Los blueseros aplaudirán a rabiar el apego riguroso a la raíz, y los rockeros más conservadores se aliviarán al escuchar exactamente lo que esperaban. Todo indica que este álbum fue hecho para dejarlos contentos.

—Marisol García