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The final frontier

20 de Agosto de 2010 | 16:42 |
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Mucho se ha discutido en los apasionados foros "metaleros" sobre este decimoquinto disco de estudio de Iron Maiden. Desde su extensión (una hora y diecisiete minutos) hasta la promocionada "vuelta a las raíces" que terminó reconvertida en una producción cercana al prog-rock. O metal-progresivo. Porque éste no es un disco de baterías veloces, riffs asesinos y tres solos de guitarra bombardeando los parlantes. Claro, hay momentos del clásico Maiden como "The alchemist", sostenida a guitarras gemelas y la extraordinaria voz de Bruce Dickinson. Pero lo interesante con The final frontier, más allá de su estética heavy-futurista, es que puede entenderse como un golpe a la mandíbula a todos los que los señalaban -junto a AC/DC, Ramones o incluso los Rolling Stones- como una banda que se repetía eternamente en cada disco.

¿Cómo ignorar los sintetizadores o baterías y guitarras procesadas de "Satellite 15...the final frontier", tema que abre el álbum? ¿Cómo pasar por alto los quebres rítimicos de "Starblind" o los juegos guitarra-bajo de "When the wild wind blows? ¿Cómo obviar la estructura épica de "The man who would be king" o las guitarras tan blueseras que aparecen en los puentes de muchas de estas canciones?

En todo el repertorio hay elementos que escapan de esa caricatura "Iron Maiden" que se fue construyendo con el tiempo. Esa estúpida idea que engloba todo la NWOBHV (New Wave Of British Heavy Metal) de los '80 -y sus herederos- como una subcultura machista, monocorde y eternamente adolescente (de ahí la crítica a los solos de guitarras como sublimación de las prácticas masturbatorias). El problema es que quizá estás inquietudes musicales -canción folk inglesa, futurismo electrónico alemán, blues, sonido industrial- al fin llegaron a buen término. Algo que se había adelantado en discos taríos como Brave new world (2000), pero que acá es explícito. No es casual que sus integrantes hayan reconocido en entrevistas que volver a sonar como en la época del Killers (1981) era perder el tiempo.

Si bien por momentos The final frontier suena más como una colección de canciones-ideas más que un disco como obra, sorprende escuchar cómo una banda legendaria se vuelve inquieta sin caer en el refrito (como se ha acusado a Metallica del disco Death magnetic) o el ridículo de quienes aun creen que tocar a mil por hora es "brutal". De hecho, es notable como Iron Maiden sin jamás haber entrado del todo al "canon" del rock corporativo -ese que aparece en bandas sonoras, películas o antologías de la revista Rolling Stone- se ha convertido en las pocas bandas transgeneracionales que no viven del "piloto automático".

—JC Ramírez Figueroa

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