VIÑA DEL MAR.- Mucho se espera de Elton John en esta edición del Festival de Viña del Mar, mientras que muchas gárgaras se han hecho en paralelo con las nueve veces que en este escenario hoy cumplió Miguel Bosé. Ambas posturas pueden ser reflejo de las posiciones que, en las horas previas al certamen, pareciera políticamente correcto tener, en este medio en el que buena parte de quienes no se pierden el evento se niegan cada día a confesarlo.
Pero el español simplemente trapeó con todos esos clichés esta noche, de la mano del que a todas luces es el espectáculo más sólido en lo que va de Festival, por mucho que les pese a todos esos que hasta hoy se preguntaban "hasta cuándo".
Al alero de una puesta en escena sencilla para los estándares viñamarinos, el cantautor reverdeció sus éxitos de 35 años, los que encadenó en un verdadero vendaval, sin concesiones.
Así fue desde la apertura con "Mirarte" y "Duende", dos clásicos de su repertorio que ofreció en versiones tan contundentes como enigmáticas, y en las que demostró que a este proyecto histórico que lleva su nombre y apellido, lo concibe en gran parte como un colectivo.
De ahí que, a falta de parafernalia extra, dispusiera a cada uno de sus colaboradores como parte de la escenografía, con él posicionado como uno más, desfilando con la estampa de lobo estepario que luce a sus 56 años.
Sólo "Nena" en la versión descremada de Papito se aparta en algo del continuo robusto que el español construye, a partir de arreglos que se esmeran en resaltar el carácter de himno que buena parte de sus temas tiene, y que se hace más evidente en el set íntimo que dispuso a poco de comenzar la presentación.
Evadiendo el lugar común del guitarreo acústico, Bosé optó por apelar a la naturaleza de las canciones: Los aires sevillanos de "Don Diablo", aunque se le escape un "gallito" en la misma frase que da título a esa composición; o la nostalgia de "Linda", una pieza envejecida con tintura kitsch, pero esta vez expuesta en una madurez distinta, gracias al cariño con que su autor parece tratarla.
Pero como esto es la saga de los "Papitos", no podían faltar los duetos: El primero en "Puede que" con Pablo Alborán, al que otorgó la responsabilidad de tranformarse en "el más grande"; y el segundo en "Morena mía" junto a Francisca Valenzuela, quien sumó una bendición más en su temprana carrera, ungida previamente por nombres resonantes como Bono.
El stock completo de trofeos llegó en dos tandas como consecuencia obvia, y Miguel Bosé lo recibió con llamativa emoción, dando cuenta de que lo suyo con Viña es un matrimonio sólido y vital. En su novena vez en este escenario, el cantautor insistió en que volverá cada vez que lo inviten y, tratándose de él no queda más que creerle. Mucho más temprano que tarde, una escena como la de hoy en la Quinta Vergara seguro que volverá a repetirse.