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Lurín, el último valle verde de Lima

A unos 40 kilómetros al sur de Lima, el valle es un singular entorno apacible y repleto de pequeñas tierras agrícolas.

26 de Marzo de 2011 | 14:51 | Por Sabrina Rodríguez, EFE
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EFE

LIMA.- En medio de la aridez de Lima y pese a la constante presión urbana, el valle de Lurín todavía conserva un entorno ecológico, que conjuga con un rico pasado histórico, paisajes playeros, gastronomía y artesanías.


Ubicado a unos 40 kilómetros al sur de Lima, el valle es un singular entorno apacible y repleto de pequeñas tierras agrícolas y casas dedicadas al cultivo de hortalizas y frutas, que se han visto invadidas paulatinamente por fábricas de diversa índole.


De las tres cuencas fluviales de Lima, el valle de Lurín es el mejor preservado y pasa prácticamente desapercibido a ojos del turista, pese a albergar un sinfín de atractivos, asegura a Efe Ponciano Paredes, asesor de la Municipalidad de Lurín.


Para los amantes de culturas milenarias, están las ruinas de Pachacámac; para los apasionados de la naturaleza, las playas y sus islotes; para los aficionados a la hípica, los caballos de paso; y, cómo no, para las buenas bocas, unos exquisitos chicharrones de cerdo al estilo local.


"Lurín es una reserva natural, ofrece arquitectura milenaria, granjas interactivas, una excelente gastronomía producto de lo que produce el valle, estructuras coloniales muy bien conservadas como la catedral", detalla orgulloso Paredes.


En la difusión de estos y otros tantos atractivos trabajan las autoridades locales, que han puesto en marcha modestos proyectos para beneficiar a sus 96.000 habitantes y emprendedores locales, todo con el fin de revitalizar las economías domésticas y atraer a viajeros.


El esfuerzo se ha materializado en la construcción de un moderno mirador para contemplar toda la extensión del valle, una serie de pequeños módulos gastronómicos a orillas de las playas y una nueva vía asfaltada donde se concentran 18 talleres de diversas artesanías.


En medio de este pequeño oasis, se extiende en una zona árida las ruinas de Pachacámac, un conjunto arqueológico con restos de 1.800 años de antigüedad por el que han dejado sus huellas cuatro culturas diferentes, entre ellas la inca.


Dedicado al dios Pachacámac (deidad de los terremotos), al complejo acudían antiguamente los gobernantes con sus ofrendas textiles, piezas de cerámicas y objetos de oro y plata en búsqueda de pronósticos meteorológicos, cuenta la guía Marlene Pachón.


Uno de los tres templos del conjunto arqueológico, que en temporada alta recibe a más de 700 visitantes diarios, casi todos escolares, albergaba una representación del dios Pachacámac, que ahora tiene su réplica colocada en el mirador recién construido.


La implantación masiva de granjas de cerdos en la década de los 80 metamorfoseó el valle, que antes había sido productor de algodón y hasta enclave para la pesca de camarones (aunque curiosamente nunca tuvo ni puerto ni muelle).


Este distrito ecológico cuenta también con un centro de formación agrícola, que funciona además de granja interactiva, y conserva una gran hacienda, donde se crían los famosos caballos peruanos de paso, una raza confortable y oriunda de Perú, aclamada en otras latitudes.


"Es un animal que resulta cómodo gracias a su forma de caminar, porque tiene la peculiaridad de andar lateralmente, mientras que los otros caballos trotan y caminan en diagonal", explica a la sombra de un árbol Marcos Canessa, de la Asociación nacional de criadores y propietarios de caballos peruanos de paso.


Además de albergar una de las barriadas más antiguas de Lima y de tener el primer puente colgante de metal en Perú, Lurín esconde una manzana repleta de artesanos, emigrados por la violencia terrorista vivida en la sierra décadas atrás y cuyos retablos se cotizan a 5.000 dólares la pieza.


Resguardados de un sol intenso, los lugareños permanecen a la expectativa de turistas para avivar sus negocios, mientras el valle intenta esquivar la llegada de más proyectos industriales, peligrosos para la preservación de este distrito ecológico.


Se trata de una tarea difícil, dice Paredes, cuando la gran metrópolis le endosa las consecuencias de su desordenado crecimiento urbano y entorpece la conservación del llamado último valle verde de Lima.

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