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Columna por Paulo Ramírez

22 de Febrero de 2000 | 00:40 | El Mercurio
Si el Festival de Viña ya era un hito anual en la televisión chilena, su organización y exhibición por parte de Canal 13 le han otorgado una categoría de gran evento con mayúsculas.

En promedio su audiencia ha estado casi diez puntos por sobre las ediciones anteriores, las de Megavisión -que en 1997 y 1998 llegaron a 35 puntos: ahora el festival está en los 44 puntos-, y ha generado un nivel de interés en los medios informativos que, se supone, refleja la atención que el propio público le está prestando.

Con esto, Canal 13 tiene en sus manos un potencial gigantesco del cual sacar partido durante los próximos seis años. Pero al mismo tiempo tiene una tarea igual de grande para hacerlo crecer.

En alguna medida, el buen resultado de audiencia obtenido se afirma en dos pilares cuya relevancia decrecerá con el tiempo: el tradicional liderazgo de Canal 13 en el mercado televisivo chileno y las expectativas nacidas desde el momento en que se adjudicó la organización del certamen.

Por eso pudo darse el lujo de diseñar un espectáculo con mucho de continuismo: reiterando las misma tradiciones, trayendo a artistas con historial exitoso en la Quinta Vergara y reciclando una competencia musical que en cuarenta años dejó muy poco más que los dieciseis temas seleccionados para este 'revival'.

Por eso que ahora comienza para la estación el desafío mayor. El festival del 2001 debiera marcar lo que el del 2000 no ha hecho: el comienzo de una era, la era de Canal 13.

Hay ya algunos avances que pueden ser tomados en cuenta. La pareja de animadores es el principal. No hay necesidad de pensar en otros que no sean Cecilia Bolocco y Antonio Vodanovic. El escenario, la iluminación y la dirección televisiva alcanzaron también un gran nivel (lo único negativo es que por culpa del larguísimo corte comercial nos quedamos sin ver los bis de Joe Vasconcellos y de Luis Jara). La participación de los artistas chilenos es el tercero entre los elementos más rescatables, a pesar de que no se asumieron demasiados riesgos.

Pero comenzar una era como se debe obligará a solucionar varios problemas. El sonido es el principal: no sólo no estuvo a la altura de Canal 13, sino que quedó bastante por debajo de Megavisión.

La programación del show también quedó en deuda. Hubo intérpretes que nunca debieron estar y otros a los que el tiempo se les hizo corto. Quedó muy claro que un festival de esta envergadura requiere una producción artística de primera magnitud: da la impresión de que esta vez primó demasiado el ojímetro.

Más allá de reiterar los aciertos y corregir los yerros, lo que se le viene encima a Canal 13 es imprimirle a la fiesta su propio y distintivo sello. Por su tradición, por el aporte que ha hecho en muchos otros ámbitos de la televisión, debiera ser impecable en lo técnico, de alto nivel en lo artístico, muy amplio en su espectro de interés para el público; trascendente, en una palabra.

Más allá de los momentos llamativos que todos reconocimos (el baile de la Bolocco, el clamor popular por Vasconcellos, los desconciertos generados por "El Malo", la gaviota de oro entregada a Coco Legrand, la gaviota de plata que despreció Enrique Iglesias, las lágrimas de Xuxa), Viña 2000 como un todo no deja demasiado para la posteridad. Sobre todo, no deja mucho que nos permita reconocer que fue Canal 13 su dueño y señor.

Paulo Ramírez
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