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¿Un equipo tirado?

El bochorno ante Argentina revivió las dudas que existen sobre la real capacidad del cuadro nacional. ¿Es un equipo o un grupo de jugadores lanzado a la cancha sin mayor orientación de su entrenador?

31 de Marzo de 2000 | 09:24 | El Mercurio
La interrogante no es nueva. Atraviesa la gestión de Nelson Acosta. Pragmático para algunos, improvisador para otros, la mirada del período no puede perder de vista un detalle fundamental: los grandes hitos de su era se afirman en actuaciones individuales, donde el peso específico de Iván Zamorano y Marcelo Salas no resiste discusión.

El tema no es menor. Una vieja máxima futbolera indica que cualquier equipo con aspiraciones debe sustentarse en el funcionamiento colectivo. Si éste falla, son las individualidades las encargadas de solucionar las dificultades que propone el rival de turno.

La reflexión posterior al desastre del Monumental indica que Chile no ha logrado quebrar esa norma. Es cierto que el actual sistema de eliminatorias, con escaso margen para que los entrenadores dispongan de los futbolistas, determina que las selecciones no resalten por su fondo de juego. Sin embargo, existen fórmulas para reducir el contratiempo. Como la utilizada por los verdugos del miércoles. Jugar y sumar minutos de trabajo. Argentina totalizó cien entrenamientos y 16 partidos, con amistosos de categoría donde corrió riesgos. Por ejemplo, la boleta en Porto Alegre (4-2) frente a Brasil. Pero hubo voluntad y coraje para enfrentarlos.

Una política opuesta a la del actual seleccionador. Con el débil argumento de que no existía lugar ni espacio para competir (se responsabilizaba a la calendarización), el técnico jugó poco y nada. Se apostó al trabajo de diez días en "Pinto Durán" casi como una pócima mágica. Pero la decisión de la FIFA - que retrasó la entrega de los jugadores que actúan en Europa- evidenció dramáticamente la fragilidad de esa planificación.

A partir de ahora el tema se agravará. En la eliminatoria anterior, además de los mencionados Salas y Zamorano, la fuerza, la estructura básica del equipo, recayó en el plantel de Universidad de Chile. Una receta, por lo demás, frecuente del fútbol local en las eliminatorias: en Inglaterra '66 fueron Universidad de Chile y, en menor medida, Universidad Católica, las que se llevaron el peso; en Alemania '74, Luis Alamos usó a un Colo Colo reforzado.

En el futuro los plazos se acortarán y cada vez habrá menos tiempo para que los entrenadores practiquen con los citados. Acosta, cuando se cuestionaba la escasa actividad de la selección, respondía que el grueso del plantel manejaba los conceptos gracias a sus casi cuatro años de trabajo. Así, se justificaba que fueran los otros sudamericanos quienes buscaran su puesta punto. Había, supuestamente, espacio para ese lujo.

Pero la cruda realidad demostró que Chile equivocó el camino. Y Acosta es el principal responsable. El seleccionador envió al campo a una escuadra que nunca hizo fútbol competitivo, apostó por los jóvenes del Preolímpico - sólo él sabe si fue por convicción, necesidad o demagogia- y, ante un equipo superior por historia e individualidades (y que además goza de un cuerpo técnico que no deja ningún detalle al azar), no tuvo respuestas.

Corregir las falencias será duro. La lógica imperante obliga a pensar que sólo un terremoto grado 10 podría modificar una estructura que se refugia permanentemente en la fortuna. Con ella a veces alcanza, pero por lo general el porrazo está a la vuelta de la esquina.

Por Danilo Díaz Núñez

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