
Era mi debut.
Mi primer campeonato de directora técnica de un grupo. Me habían llamado especialmente para que las entrenara para ese campeonato.
Así partió la iniciativa de juntarse, con motivo del campeonato de universidades a principio del siguiente año (marzo).
"Amanda, nos gustaría que nos tomaras", me dijo una simpática alumna de primer año que se me acercó a la cancha, al final de un partido mío. "Nos hablaron de ti, y queremos que nos ayudes".
Dije que sí de inmediato. Sin siquiera conversar, ducharme, nada, tal cual. Dije que sí. Ni lo pensé. Ellas querían intentar obtener un buen puesto o tan sólo algún puesto.
El grupo durante el año pasó por altos y bajos. Más bajos que altos. Problemas de asistencia. Problemas de lesiones. Problemas de aprendizaje. De todos los tipos de problemas que pueden aparecer cuando se juntan de sopetón más de diez mujeres tras un mismo fin.
Este fin era hacer un deporte en conjunto. Algunas conocían sus reglas, y lo jugaban. Otras empezaron de cero. Y así partimos.
El gran día llegaba, eso era lo importante. Después de un año juntas. El famoso sábado donde jugaríamos el torneo que se informaba hasta en los diarios del país. Sinceramente, creo que estaba más nerviosa yo que ellas. Que todas ellas.
No por la crítica. No por el que dirían si nos iba mal. No por la dificultad de cada partido, sino que por la rigidez que debía mantener yo como persona y como DT. Por la decisión y justicia al hacer los cambios. Por el compromiso de ellas con su universidad y con su deporte. Por la novedad de estar representando de otra forma a una institución. O porque simplemente me sentía una niña chica con vestido nuevo, y listo.
Sonó el despertador esa mañana. No me costó nada levantarme y emprender mi dudosa caminata (de todas las mañanas) a la ducha. Fue en segundos que ya estaba cantando bajo el agua, lista para vestir mis más elegantes prendas deportivas. Y sentirme una "entrenadora total".
Completé el auto con los materiales necesarios. Revisé que no me faltara nada. Una y otra vez. Y partí. Estaba adelantada. Pero nunca tanto.
Las alumnas debían estar a las 9:00 y yo llegué a las 8:45 horas. No era mucho, pero me bastó para ordenar mis cosas y reorganizarme (una vez más). En eso me encuentro con la organizadora del campeonato.
-Amanda, ¡hola! Tan temprano por acá.
-Si -contesté sin hablar mucho más-. Quiero ordenar un poco antes de que lleguen mis alumnas. Y seguí en lo mío.
El nerviosismo provoca eso en mí. Me pone seria, sin palabras, poco comunicativa. Por suerte no me dura mucho.
Y dieron las nueve de la mañana. No aparecía ninguna de las chicas. Las nueve y cuarto. Nueve y media. Nada. Nadie me llamaba, nadie existía. Otros partidos se jugaban en las canchas de al lado, y mis alumnas no aparecían. Me empecé a angustiar. A sentir mal.
Me estaban traicionando. Y sin avisar.
¡9:45 y nada! El partido era a las diez. No sabía qué podía pasar. Cuando ya eran diez para las diez de la mañana, me armé de valor y fui a la cancha donde nos correspondía jugar nuestro primer partido.
Con la cara llena de vergüenza fui a averiguar sobre el WO (walk over: forma de expresar cuando otro equipo no se presenta en la cancha).
Pregunté qué pasaba si el quipo no llegaba, etc. Mientras me explicaban llegó la Camila, capitán del equipo.
-Hola Amanda, ¿cómo estás?
-Camila!!! Cómo voy a estar, ustedes no llegaron, ya van a ser las diez y no hay nadie. Vamos a perder por WO en nuestro debut. Imagínate. Me siento mal. Estoy nerviosa.
-Amanda -dijo tranquilamente- ¿cambiaste la hora en tu reloj anoche?
Amanda Kiran