Empieza a sonar La Habanera de la Carmen de Bizet y la rusa Svetlana Romashina se sumerge en el agua. Comienza un espectáculo que es un elogio al arte y al deporte en el Mundial de Corea del Sur. La nadadora dibuja trazos por toda la superficie de la piscina con precisión geométrica, exigiendo al máximo los pulmones y el cerebro, sin poder tocar el piso.
El punto cúlmine de su obra es el espagat. Sus piernas quedaron alineadas y extendidas en direcciones opuestas formando un ángulo de 180 grados, con la cabeza bajo el agua y estirando el tronco por encima de la superficie. Arrasó en las puntuaciones de los jueces. Le dieron 97 puntos.
Romashina lleva una década siendo la fuerza dominante del nado sincronizado. Nunca ha perdido una competencia. Es dueña de un increíble récord femenino: en Corea del Sur sumó su medalla número 21 en mundiales, todas de oro. Está a solo dos del estadounidense Ryan Lotche y a ocho del legendario Michael Phelps.
Su talento también le ha dado la gloria olímpica. Fue campeona en Beijing 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016. También ganó el dueto en Londres y Río.
Nació en septiembre de 1989 en Moscú y con solo 15 años ya formaba parte del equipo nacional ruso. Desde niña le gustó el baile y la natación. Su compañero de danza la ayudó a decidirse: no le gustaba estar con él. Disfruta de la pesca, la navegación, el aire libre y la naturaleza.
Su palmares podría ser aún más imponente, pero tras los juegos de Río decidió ser mamá. La piscina la seguía llamando, así que dedicó ese tiempo a entrenar a la selección y a ser asistente de la mayor. Ha vuelto a lo grande y ya tiene en la mira Tokio 2020.
Ni las dos hernias que tuvo en 2010 y en 2014 la han detenido. Ha ganado cuatro veces el premio a la nadadora sincronizada del año y en su país es una ídola: el presidente Vladimir Putin la ha reconocido con la Orden de Honor, la Orden por el Mérito a la Patria, la Orden de la Amistad y el título de Maestra Honorífica del Deporte.
