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Uruguay en la zona amarilla: La lucha de la "excepción de Latinoamérica" por no perder el control de la pandemia

El país mantuvo por siete meses indicadores positivos del control del covid-19 sin poner en marcha medidas sanitarias como cuarentenas territoriales. A fines de octubre, los casos comenzaron a escalar. Con un plan de 18 días, el Gobierno busca evitar el desastre que vieron en sus países vecinos.

06 de Diciembre de 2020 | 12:44 | Por Consuelo Ferrer desde Montevideo, Emol
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El uso de tapabocas en el transporte público es obligatorio.

Reuters
En Uruguay los colores son importantes. Quizás porque el Presidente Luis Lacalle Pou es además daltónico, la atención que se le presta a la gama de tonalidades es quirúrgica. Lo es, sobre todo, después de siete meses en los que el país estuvo pintado de verde, con un promedio semanal de casos de covid-19 menor a uno por cada cien mil habitantes. Mientras Latinoamérica subía a un ritmo exponencial sus contagios y decesos, en Uruguay no se registraban más de 35 diagnósticos diarios cada semana. En un momento hubo apenas 12 casos activos. En junio, cuando en Chile morían más de cien personas diarias, hubo días en los que ni siquiera se registraron nuevos contagios.

Ese fue el dato que el Mandatario resaltó el 1 de diciembre en una conferencia de prensa para la cual ya se había generado expectación, luego de dos días con récords de 208 contagios y varios por sobre los 150: que a pesar de su daltonismo, la prioridad para su Gobierno era no pasar de la zona amarilla a la naranja antes de final de año. La última vez que había hecho una conferencia así fue el 5 de noviembre, cuando se anunció que el país abandonaba la zona verde y entraba en la amarilla: hasta 10 contagios diarios semanales por cada cien mil habitantes. Para la escala uruguaya, se traducía un máximo de 350. "Los números eran todavía manejables por testeo y rastreo", recordó el martes Fernando Paganini, responsable del área de datos y modelos del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH).

"Planteamos en ese momento el desafío de llegar antes de las fiestas nuevamente a la zona verde, pero desde entonces observamos un deterioro de la situación. Hemos avanzado, en el último mes, con un crecimiento acelerado, exponencial, con el control amenazado. Los casos se duplican en el orden de 15 días. De continuar esta tendencia, a mediados de mes el promedio semanal de casos superaría los 300. Antes de fin de año estaríamos entrando a la zona naranja", explicó Paganini. "Concluimos que es necesario, en este momento, un refuerzo claro del control de la epidemia. Ya no está al alcance volver pronto al verde: el objetivo, ahora, es frenar el crecimiento", agregó.

El color: un indicador epidemiológico desarrollado por el Global Health Institute de Harvard, que calcula la incidencia de la enfermedad. La zona verde fue abandonada oficialmente el martes 20 de octubre, cuando se alcanzó un promedio de 40,86 casos en los últimos 7 días. Por primera vez, la incidencia llegó a 1,17 por cada cien mil habitantes. Ese mismo día, la prensa local informaba la preocupación que existía en el departamento de Rivera, donde se registraban diez escuelas con casos positivos. Esa fue otra excepción uruguaya: en el país, las clases presenciales se retomaron.

Se daba a conocer, también, la movilización del sindicato del Consejo de Educación Técnico Profesional, que ocupó un edificio central para protestar. Otro sindicato de telecomunicaciones resolvió en una asamblea presencial rechazar dichos de autoridades. Se veía, a nivel nacional, una "dificultad creciente para la adhesión a las medidas sanitarias", dijo esa semana la epidemióloga Jacqueline Ponzo a La Diaria. "Hay un desgaste que se genera por la acumulación de las restricciones", explicó, a lo que se sumaba que el bajo número de casos llevó a la población a sentirse confiada.

"Si hubiéramos seguido el derrotero de nuestros vecinos, hoy Uruguay debería estar por encima de 100 mil casos y de 3 mil muertes, pero esto no nos puede hacer conformarnos con la situación actual"

Luis Lacalle Pou, Presidente de Uruguay
Por eso, este martes, Lacalle Pou se flanqueó de sus asesores científicos y se dirigió a la ciudadanía. "Si hubiéramos seguido el derrotero de nuestros vecinos, hoy Uruguay debería estar por encima de 100 mil casos y de 3 mil muertes, pero esto no nos puede hacer conformarnos con la situación actual", dijo. Con solemnidad, el presidente centroderechista informó una serie de medidas a implementar hasta el 18 de diciembre, que persiguen frenar los contagios antes del fin de año.

Una medida: el cierre de bares y restaurantes a las 12 de la noche. Otra: el cierre de espacios techados para hacer deporte. La fiscalización de fiestas —que están autorizadas con ciertos protocolos— y la aplicación de multas por cada invitado que exceda las normas. Las clases presenciales siguen, pero se suspenden los actos de fin de año. Se recomienda, pero no es una obligación, fomentar el teletrabajo. "Esperamos haber logrado no bajar los casos, sino que esta segunda o tercera ola en todo el mundo no nos arrastre", dijo el Presidente. "Cada vez que supimos que venía una instancia y el Uruguay actuó en consecuencia antes, salvamos el examen. Esta situación no tiene por qué ser extraordinaria".

La fórmula del éxito

La llegada del coronavirus a Uruguay tuvo algo de anecdótico: uno de los primeros cuatro casos fue el de una mujer que aterrizó desde Europa directo en un matrimonio en Montevideo, donde se le vio bailando y celebrando. Los videos circularon entre los uruguayos, al tiempo que los contagiados directos subían a decenas. Más allá de ese primer brote el 13 de marzo, el constante riesgo para el país ha sido su frontera con Brasil, donde hay ciudades con traspaso constante de límites fronterizos y acarreo de casos. Ha habido, también, brotes en algunos recintos médicos.

Apenas se descubrió el primer caso, el Presidente Lacalle declaró emergencia sanitaria y se rodeó de científicos —sin tendencias políticas conocidas— para dejarles a ellos las decisiones relativas a la pandemia. Con el paso de las semanas se conformó el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH). Esa es una de las razones que se cita como parte de la fórmula del éxito: el rol preponderante que tuvieron las ciencias exactas.

Según un estudio publicado en agosto, la estrategia de trazabilidad fue exitosa: durante los primeros tres meses de pandemia, el virus se transmitió en cadenas de menos de cinco personas. En la mayoría de los brotes, se detuvo el contagio en la segunda generación.

Otra razón: las características sociodemográficas de Uruguay, un país con una densidad poblacional baja y un nivel de interconectividad entre localidades reducido. "La tasa promedio de contactos de la población es mucho más baja que la de urbes de otros países, lo que también facilita el seguimiento", explica a Emol el coordinador de la unidad de Sociología de la Salud de la Facultad de Medicina de la U. de la República, Franco González.

Ejemplifica con Santiago: "Si alguien con covid estuvo en el Metro, ir a buscar el hilo epidemiológico es mucho menos efectivo que acá, que la persona puede dibujar con cierta exactitud con quiénes mantuvo contacto: a qué transporte urbano entró, a qué hora y quiénes estuvieron ahí", cuenta. Según un estudio publicado en agosto, la estrategia de trazabilidad fue exitosa: durante los primeros tres meses de pandemia, el virus se transmitió en cadenas de menos de cinco personas. En la mayoría de los brotes, se detuvo el contagio en la segunda generación.

Además de las razones técnicas, está el factor cultural: el convencimiento de la ciudadanía fue, en un inicio, de tal magnitud que las calles estaban vacías y los empleados trabajando desde sus casas sin que el Gobierno decretara ninguna cuarentena territorial obligatoria. Según datos de movilidad de celulares procesados por Google, la asistencia a actividades recreativas en espacios como restaurantes o cines se redujo a un 75% a partir de marzo. En tanto, las visitas a lugares públicos como plazas, parques o playas bajó en un 79%. La permanencia en los hogares, por el contrario, subió un 22% respecto de la tendencia registrada hasta el 13 de marzo.

"Uruguay es un país que se ha caracterizado históricamente por tener niveles de civilidad relativamente altos", señala González. Da dos ejemplos: el acatamiento a la normativa de no fumar en espacios cerrados y la disposición de la ciudadanía a contestar las encuestas del Instituto Nacional de Estadísticas, que bordea el 95%. "Para mí este caso no fue una excepción, porque los niveles altos de acatamiento no me sorprenden", comenta.

Víctimas del éxito

La movilidad se mantuvo reducida los primeros meses, pero de a poco retomó cierta normalidad: la construcción volvió a operar, retornaron las clases presenciales, los centros comerciales reabrieron en junio. En agosto volvió el fútbol sin público, abrieron museos, se retomaron las obras de teatro. Llegando a octubre, la cantidad de personas desplazándose en vehículo aumentó en un 120% con respecto a abril, y quienes lo hicieron a pie subieron en un 158% según datos de Cromo.

El 13 de noviembre, con 627 casos activos y cerca de 12 mil personas en cuarentena, el ánimo ya era distinto. "Fuimos víctimas del éxito. De alguna manera, los uruguayos estamos cediendo terreno al virus", dijo el ministro de Salud Pública de Uruguay, Daniel Salinas, en una conferencia de prensa. "Queremos exhortar a no creérsela. Este partido no está ganado, tenemos que mantener las fuentes laborales y la educación, y para eso precisamos que la salud esté bien", añadió.

Los contagios se han dado en todas partes: "fiestas, reuniones adentro de autos, pijamadas, cumpleaños, asados y partidos de fútbol", precisó el ministro. Montevideo se convirtió en el "núcleo duro" de la pandemia en el país: siete de cada diez personas cursando la enfermedad están vinculadas a uno de los brotes montevideanos, según El País. La última semana de noviembre se contabilizaban 18 brotes en la capital uruguaya, y para el 1 de diciembre el Presidente Lacalle hablaba ya de 58. En diez días se habían triplicado.

"Fuimos víctimas del éxito. De alguna manera, los uruguayos estamos cediendo terreno al virus. Queremos exhortar a no creérsela. Este partido no está ganado, tenemos que mantener las fuentes laborales y la educación, y para eso precisamos que la salud esté bien"

Daniel Salinas, ministro de Salud Pública
Hubo múltiples imágenes de reuniones sociales sin distanciamiento físico ni precauciones sanitarias que se multiplicaron gradualmente a partir de junio. En noviembre, el Ministerio del Trabajo inspeccionó empresas y en más de la mitad encontró incumplimientos al protocolo sanitario. "Todos vivimos esa suerte de pánico inicial durante marzo y abril, y a medida que pasó el tiempo fue bajando", dijo el inspector general del Trabajo, Tomás Teijeiro.

A fines de ese mismo mes, un caso se volvió emblemático: los contagios dentro de la selección de fútbol uruguaya, donde 12 jugadores se enfermaron después del triunfo ante Colombia. La noticia llegó acompañada de una imagen que fue titulada por los medios internacionales como "la foto de la vergüenza": nueve seleccionados compartiendo en un fogón, sentados uno al lado del otro sin tapabocas y algunos tomando mate. "Se ve que había tanta convivencia y hermandad que no se siguieron las reglas", dijo el ministro de Salud Pública.

A Franco González le parece que, en cierta forma, hacer un análisis en torno a que la gente se relajó tiene un dejo simplista. "Lo que está ocurriendo es que el Gobierno adoptó la medida de ir en un proceso gradual, pero permanente, de apertura de la economía y la vida social, y la población fue tomando en conjunto ese camino en un contexto de mucha incertidumbre, de ir evaluando, a medida que se va transitando, qué riesgos estaba dispuesta a asumir, y cuáles eran los pros y los contras de sus decisiones", explica.

Su análisis es más complejo. "Lamentablemente hubo una hegemonía de las ciencias duras y del discurso médico en perjuicio de las ciencias 'blandas'. En el GACH no hay un solo cientista social y a mí me da la impresión de que eso se nota, porque la lectura que se hace sobre la evolución de la pandemia es muy impersonal, no se hacen lecturas oportunas sobre los cambios de comportamiento de la población frente a nuevos escenarios y en la toma de decisiones se nota la ausencia de profesionales con capacidad para hacer esas lecturas", dice.

El sello uruguayo

Por estos días, las noticias muestran restricciones como la cancelación de clases de danza en espacios cerrados o el cierre de gimnasios, actividades que para países que han tenido récords de muertes parecen de otro tiempo. Pasa también que los parámetros, en un país donde se han contagiado menos de 7 mil personas en ocho meses y solo han muerto 80, también cambian. Se hablaba al comienzo de la pandemia de que podía ser un riesgo en los países que lo hicieran bien: nunca podrían visualizar del todo lo que hubiera significado hacerlo mal, o al menos peor.

A pesar del contraste, uno de los rasgos de la estrategia gubernamental para enfrentar el covid-19 en Uruguay ha sido la del reforzamiento positivo. "Si Uruguay tuvo un éxito relativo en la primera etapa fue gracias a la conducta de los uruguayos", dijo el Presidente Lacalle en la conferencia para anunciar las nuevas restricciones. Para González, ha sido fundamental "evitar campañas que recurran a la culpa y la ansiedad" ni "apoyarse en transmitir miedo a la población como estrategia para mejorar el nivel de acatamiento".

"En la medida en que yo me sostengo en esos aspectos, el costo es muy alto para la población y se vuelve un boomerang contra ellos", explica el sociólogo. Lo que se genera en ese caso es que se pase de una situación de control social positivo —donde se contagian las conductas preventivas— a una negativa —cuando se asume que si alguien no toma las medidas restrictivas con la misma intensidad, en un contexto social desigual, lo hace por irresponsabilidad—. "El primero que puede minimizar eso es el Estado a través de las señales que manda. Si al momento de buscar razones lo que digo es que hay irresponsabilidad de la población, lo que estoy haciendo es sacarme responsabilidad yo", dice González.

Incluso en el escenario de contagios al alza, suspender las clases presenciales o sugerir una cuarentena obligatoria no están en el abanico de posibilidades uruguayas. De cara a las fiestas de fin de año, el llamado del Ejecutivo es a mantener los contactos en la familia y amigos cercanos. El Presidente, incluso, adelantó que no impedirá que los uruguayos que viven fuera del país puedan entrar a pasar la Navidad o el Año Nuevo con sus familias. "Hay una apuesta, en este momento, a priorizar la calidad de contactos por sobre la cantidad", resume González. Al sociólogo no le extrañaría que, entrado enero, la situación vuelva a controlarse gracias a una respuesta acorde por parte de la ciudadanía.

Hoy el país se acerca al umbral de los 2 mil casos activos, un número inédito en el transcurso de la pandemia. Si los casos se ponderan por millón de habitantes, Uruguay aparece con más incidencia que Chile. Por eso el Gobierno pidió a la población hacer un esfuerzo comunitario previo a las fiestas de fin de año, sobre todo pensando en que la solución definitiva podría llegar al país en abril. "Pedimos el esfuerzo a la población sabiendo que el horizonte de vacunación es en esa fecha", les rogó el Presidente. Se juega, con este plan, lo que parece ser la última alternativa de atravesar la pandemia con éxito dentro de Latinoamérica.