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Columna de Astronomía | La clave escondida de un "viaje a las estrellas"

Fantasear con la conquista de lugares lejanos parece ser parte del ser humano. Pero llevar esos periplos a la realidad, por lo menos a escala estelar, aún es solo un sueño.

29 de Junio de 2016 | 09:08 | Por Alejandro Clocchiatti
Por Alejandro ClocchiattiAcadémico del Instituto de Astrofísica de la U. Católica de Chile

Doctor en astronomía de las universidades Nacional de La Plata (Argentina) y Texas en Austin (EE.UU.). Fue investigador postdoctoral en el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo. Actualmente es profesor titular del Instituto de Astrofísica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, e investigador del Instituto Milenio de Astrofísica y del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA).

Hay un hilo que enhebra prácticamente toda la producción de ciencia ficción, desde el primer cuento ("El Sueño", escrito por Kepler en 1608), hasta la última película estrenada: un cierto infantilismo que asume un universo más parecido a lo terrestre que al real y que minimiza la dureza de los viajes espaciales. Es posible que sea el precio a pagar para que el arte se venda y la industria prospere. Pero un costo escondido es que el velo de la fantasía nos impide ver una realidad más frágil y exquisita: estar vivos en la Tierra es como haberse sacado la lotería cósmica, muchas veces.

Partamos por el universo: las leyes físicas del nuestro permiten que todo lo que conocemos exista, pero dependen de constantes que son arbitrarias. Si cambiamos ligeramente alguna de ellas, descubriremos que los átomos dejan de ser estables o que las estrellas no pueden formarse. No tendría por qué haber otro universo como este.

Sigamos por las aceleraciones cósmicas. Hubo una, hipotética, cuando el universo tenía menos que billonésimas de segundo, la que "planchó" las arrugas primigenias del espacio-tiempo y permitió que éste se expandiera suavemente. Hay otra, reciente, que de haber nacido un poco más fuerte hubiera impedido la formación de grandes galaxias. Y necesitamos la Vía Láctea para poder tener estrellas como el Sol.
Alejandro Clocchiatti:
Especular con universos paralelos mejores es arriesgado y en el nuestro no hay que salir a buscar un paraíso porque ya estamos en él

Pensemos ahora en el Sistema Solar. Nuestro Sol es un tesoro con masa apropiada para una vida estable de miles de millones de años. También están nuestros planetas hermanos, en especial Júpiter, cuya gran masa y moderada distancia al Sol lo hacen actuar como escoba de asteroides y cometas, disminuyendo la cantidad de impactos que la Tierra ha recibido a lo largo de los eones. Y la Luna, que se formó por una gigantesca colisión con la Tierra, y que luego se convirtió en un escudo que la protegió de otros miles de colisiones y estabilizó su rotación.

Y la Tierra misma, cuya temperatura es óptima para la química del carbono, y cuya masa, calor residual y rotación le permitieron mantener por miles de millones de años una tectónica de placas (http://portalweb.sgm.gob.mx/museo/es/riesgos/tectonica/tectonica-de-placas) que renueva su superficie y atmósfera en un equilibrio exquisito con la biósfera.

Los sistemas planetarios extrasolares nos dan más contexto: abundan los Júpiter cercanos, que destruyen los planetas interiores, y la gran mayoría de los planetas de tipo terrestre son inhabitables. Corot-7b, por ejemplo, es 58% más grande que la Tierra, pero 98% más cercano a su sol, al que mira permanentemente con uno de sus hemisferios. Mientras en este tiene océanos de roca fundida, nubes de vapor de silicio y lluvias de lava con granizo de piedra pómez, el opuesto, en sombra perpetua, estaría entre los sitios más fríos de la galaxia.

Entonces, especular con universos paralelos mejores es arriesgado y en el nuestro no hay que salir a buscar un paraíso porque ya estamos en él. Pero, incluso así, pensamos en viajes galácticos.

Dejemos de lado el hiperespacio, que es menos que una conjetura, y resignémonos a la física: los viajes durarían entre miles y centenares de miles de años, dependiendo de la energía disponible. Necesitaríamos crear una biósfera robusta y estable, en una nave espacial gigantesca, para una odisea que durará cientos de generaciones. Es decir, crear un pequeño planeta, que tenga gravedad (natural o artificial) y su propia fuente de energía.

Me gustaría que, en la astronomía, los realizadores y público de ciencia ficción leyéramos el mensaje del presente: pensar más en cómo cuidar, estabilizar y reproducir biósferas, que en cómo irnos de la nuestra. Esta es una de las claves de nuestro futuro viaje a las estrellas.

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