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Cuando la alegría se transforma en enfermedad

Profesionales del Centro de Salud Mental, Cesam, nos guían frente a las dudas que la vida nos presenta.

13 de Octubre de 2004 | 10:07 |
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www.cesam.cl

Uno de los grandes desafíos en salud mental es el estudio y tratamiento de las enfermedades del ánimo.

Al pensar en estos trastornos habitualmente lo primero que se nos viene a la mente es la “depresión”. Unos más otros menos, todos tenemos alguna noción acerca de esta alteración del ánimo caracterizada por la aparición persistente de sentimientos tales como tristeza, desesperanza, pesimismo, culpabilidad, angustia y ganas de morir.

Estamos seguros que no puede ser sano sentir estas emociones “negativas”, sino, muy por el contrario, todos intentamos sentirnos bien, alegres y hacemos grandes esfuerzos por alcanzar la anhelada felicidad.

Pero ¿podrían la alegría y felicidad llegar a ser excesivas y transformarse en un perjuicio para nuestras vidas? Lamentablemente la respuesta es sí.

Hace ya muchos siglos atrás, los investigadores observaron y describieron un trastorno al que llamaron “manía” (diferente del significado popular que le damos a esta palabra, que se refiere a conductas de tipo obsesivo compulsivas), donde el estado de ánimo del afectado se exacerba, alcanzando niveles por sobre lo considerado normal para ese individuo.

Durante estos períodos de manía, que pueden durar meses, las personas se sienten con más energía de la habitual, pudiendo realizar muchas actividades e incluso, “picotear” de una en otra, sin completar ninguna, volviéndose improductivas.
Consultorio
Todas las semanas los profesionales de Cesam contestan una pregunta enviada por ustedes a través de "Escríbenos", ubicado en el costado izquierdo de la portada de Puntomujer.

¿Qué es la depresión?

Actualmente los trastornos del estado de ánimo se clasifican en dos grandes grupos: uno de ellos corresponde a los trastornos depresivos y el otro a los trastornos bipolares.

En ambas categorías los pacientes presentan episodios depresivos (disminuciones del estado de ánimo).

La diferencia entre estos dos grupos estriba en la presencia de episodios maníacos (en los que hay una exacerbación del estado de ánimo) presentes en los trastornos bipolares y ausentes en los trastornos depresivos.

Cuando decimos que una persona presenta una depresión bipolar estamos refiriéndonos a un individuo portador de un trastorno bipolar (con antecedente de haber presentado episodios depresivos y maníacos a lo largo de su vida) quien está cursando en ese momento un episodio depresivo.


Se perciben más seguras de si mismas, corriendo riesgos excesivos tales como iniciar proyectos poco realistas o inviables. Se pueden sentir superiores al resto de sus pares llegando a pensar, con absoluta certeza, que poseen poderes especiales como leer la mente de otros, predecir el futuro, saber la “verdad” de las cosas o ser elegidos de Dios. Se vuelven desinhibidos en su sexualidad y realizan múltiples acercamientos eróticos. Incluso pueden tornarse intolerantes a la frustración y a cualquier obstáculo que se interponga en el logro de sus metas, acentuándose otros sentimientos como la rabia.

Pueden consumir alcohol y drogas en forma desmedida, derrochar su dinero al comprar artículos de toda índole, salir de juerga, apostar grandes sumas de dinero en juegos o regalar sus pertenencias. Duermen y comen menos, lo cual sumado a las conductas anteriormente descritas, pone en riesgo su vida.

Y qué decir de las consecuencias deteriorantes de todos estos comportamientos sobre la imagen propia y la proyectada frente a la familia y la sociedad, además de los sentimientos de tristeza y culpabilidad que experimentan estos individuos una vez que pasa el episodio maniaco y se dan cuenta de lo que ha ocurrido.

Los investigadores también notaron que estas personas siempre alternan estos períodos de manía con otros de depresión y concluyeron que estos dos extremos en la perturbación del ánimo corresponden a la manifestación de una misma enfermedad a la cual denominaron “Psicosis maniaco-depresiva”, aunque en la actualidad ha habido consenso entre los especialistas en usar el término “trastorno bipolar”.

Se trata entonces de una enfermedad grave, con tendencia hacia la cronicidad y el deterioro progresivo, pero poco frecuente; se ha podido estimar que el 1% de la población estaría en riesgo de desarrollar un cuadro de este tipo, cifra similar al riesgo de presentar esquizofrenia.

Pero ¿será el cuadro clínico descrito, sumamente extremo por lo demás, la única manifestación posible de la enfermedad o existirán otras formas intermedias, más sutiles (y por lo tanto más difíciles de diagnosticar) que puedan afectarnos?

La respuesta es nuevamente sí; existen formas intermedias. En los últimos años, entre los especialistas ha ido tomando cada vez más fuerza la idea de que no existe un solo tipo de trastorno bipolar, sino que más bien un abanico de formas de presentación que incluyen desde cambios bruscos del estado de ánimo (incluso durante un mismo día), manías leves, temperamentos “acelerados” y muchas otras variantes.

Incluyendo, entonces, todo el abanico o espectro bipolar, el riesgo de presentar el trastorno aumenta a un 4 a 5 % de la población.

Frente a este panorama, surge la inquietud sobre cuál es el tratamiento o si lo hay. Hasta ahora no se han descrito formas de prevenir la aparición de la enfermedad, salvo el cuidado adecuado de la salud mental y la reducción del número y gravedad de las situaciones generadoras de stress.

También se ha definido que no existe cura para el trastorno bipolar, es decir, no existe un tratamiento que erradique definitivamente a la enfermedad como lo haría un antibiótico con una amigdalitis. Sin embargo, es posible tratar las fases agudas, prevenir las recurrencias y mejorar la calidad de vida de los afectados, como ocurre con otras enfermedades crónicas tales como diabetes o hipertensión arterial.

Los recursos con que se cuenta para enfrentar este mal son los medicamentos (dentro de los cuales los ”estabilizantes del ánimo” juegan un rol fundamental), la psicoeducación y las terapias psicológicas.
Además de lo anterior, es muy importante realizar un diagnóstico preciso y contar con el apoyo de la familia.




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