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¿Quién manda a quién?

Mientras ellas han avanzado y recuperado un espacio para la toma de decisiones en el hogar, las concepciones tradicionales del papel del hombre y la mujer parecen permanecer casi intactos en el siglo XXI.

07 de Diciembre de 2009 | 12:47 |
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“Vieja, llegué. ¿Qué hay de comer?” parece una frase fuera de contexto en los tiempos actuales en que la mujer se ve cada vez más integrada en el mundo laboral y donde, en los países más desarrollados, incluso ha desplazado a miles de hombres que han optado por ser ellos quienes esperan a su pareja en la casa, donde cuidan a los hijos y preparan la cena.

Lejos se ven esos años en que la mujer callaba para delegar las decisiones del hogar al rey de la casa. Pero, ¿se trata de una realidad o una ilusión provocada por los mayores ingresos monetarios de ellas? Hoy, ¿quién tiene la última palabra?

“En general, tanto hombres como mujeres toman hoy las decisiones”, asegura la psicóloga y terapeuta de parejas, Pamela Cohen.

Sin embargo, sostiene que, sobre todo cuando el dinero escasea, “el que tiene más, se siente con derecho a mandar o a pasar la cuenta”, transformándose en un importante punto de conflicto.

Sus dichos coinciden con la opinión del psicólogo y sociólogo Giorgio Agostini, quien explica que, muchas veces, “cuando ella no es productora de bienes materiales, se siente incómoda de decirle al marido qué hacer, como si él le estuviera haciendo una especie de favor”.

Para Agostini, si bien es notorio el cambio de mentalidad en las generaciones nuevas, que parecen compartir más los roles y responsabilidades en el hogar, aún persisten comentarios masculinos del tipo “yo te ‘ayudo’ con las labores de la casa, en vez de ‘compartimos’” que denotan que “nuestra sociedad sigue siendo machista” y hay papeles que culturalmente permanecen arraigados en la mente de las parejas: ellas en el hogar, tomando sí las decisiones que se refieren a los hijos, y ellos, los protectores que zanjan los asuntos macros del hogar.

“Hoy en día donde el varón asume algunas cosas domesticas. Está más dispuesto a participar de la educación de los hijos, por ejemplo, pero cuando le dicen ‘este colegio es católico y hay que ir a clases de religión’, ahí delegan la responsabilidad a la mujer”.

Sus palabras concuerdan con las conclusiones a las que llegó un estudio de la Universidad de Chile, en conjunto con el Centro de Estudios de la Mujer-CEM, encargado por el Sernam, “Hombres y mujeres: cómo ven hoy su rol en la sociedad y en la familia”, que aseguró que “existe un acuerdo bastante significativo en torno al reconocimiento del ingreso de las mujeres al mundo laboral, siempre y cuando ellas den prioridad a su función maternal”.

Pero, para Agostini, este orden no resulta ajeno a la naturaleza humana. Si bien las mujeres exigen, cada vez más, su realización personal fuera del hogar y hoy toma sus propias decisiones en cuanto a sus ingresos, “siempre van a estar preocupadas de lo que ocurre en la casa”.

“Cuando un niño se enferma, los hombres nos desligamos un poco y delegamos responsabilidades. En cambio, las mujeres, cuando trabajan, muchas veces se sienten hasta culpables, por no estar acompañando a los hijos”, asegura.

“Pero hay una cosa que hay que reconocer”, asegura el sociólogo: “ellas esperan a que sea uno el fuerte, que le brinde la seguridad y la decisión. Y no se trata de negar los sentimientos y afectos; los hombres también lloramos”.

En cambio, explica que de ellas se espera que sean “las grandes portadoras de los afectos en el momento determinado”, entregando la estabilidad afectiva que ellos necesitan. “Que no se masculinicen”, pide Agostini, para no perder los atributos naturales que cada género parece tener.

”Gordo, conversemos”

Tanto Cohen como Agostini se muestran de acuerdo con que las cosas han cambiado; que ellas han ganado más espacio y hacen valer su opinión en el hogar, pero que el factor monetario pesa cuando la balanza atribuye las decisiones para hombres o mujeres, generando conflictos.

Sin embargo, Cohen rescata un acto simple -y gratis- y es precisamente, no evitar la confrontación por miedo al roce, para así dar paso al diálogo.

“Lo más importante es conversar, llegar a un consenso en el que ambas necesidades sean satisfechas; todo el tiempo hablar, desde el principio, desde el pololeo, planificar, dónde queremos ir, en qué gastar la plata, qué hacer con los hijos, todo”.
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