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Me gradué de hijo

Uno nunca termina de entender que los padres también se equivocan, que son injustos, que son manipuladores, que son humanos, que con el tiempo se convierten en débiles hijos nuestros, que son mortales. Que a veces también hay que decirles no. Bien fuerte.

15 de Septiembre de 2000 | 18:00 | Enzo Pascal
La escena debe tener fácil 25 años, pero todavía me duele. Yo no sabía nadar, porque como buen sureño necesitaba algo más que agallas para desafiar al agua.

En ese tiempo, mi padre trabajaba en una empresa de carbón y pasaba poco con nosotros. Tal vez por eso tenía una obsesión con cada uno: que mi mamá se dedicara a la casa, que mi hermana estudiara en las monjas, que mi hermano fuera médico, que yo, bueno, que yo aprendiera a nadar.

Era verano, pero a la orilla del río hacía frío. Yo jugaba con un barco y mi papá me seguía de cerca, sentado. Se me escapó el barquito de las manos y se fue lentamente hacia la garganta oscilante del río. Me quedé en la orilla, miré a mi viejo, viendo que el destino no tenía reversa.

Se sacó los zapatos y me pidió que hiciera lo mismo. Se sacó los pantalones y la camisa y me pidió que hiciera lo mismo. Hacía frío. En calzoncillos se metió al agua y me alargó la mano, pero no me atreví, no me atreví a seguir la mano de mi padre.

Salió del agua con el barquito. Me descuidé secando mi juguete cuando sentí un suave empujón que bastó para que me cayera al agua. Moví brazos y piernas. Les juro que seguí al pie de la letra lo quemi papá me gritaba desde la ribera, fascinado por su lección, pero me fui hundiendo, sin remedio, hasta que sentí la mano sacándome.

Me gradué de hijoNunca hablamos de esa tarde. Aprendí a nadar más tarde, solo, con mis amigos, de una manera menos brutal. Mientras flotaba, sentí la dureza de haber vivido por años con la sombra de papá y su dejo de fracaso y frustración.

Nadé hasta la otra orilla. Incluso reté al Lucho a una carrera y le gané. Mi padre no lo creería. Había crecido, había aprendido. No sé si solo, pero lo había logrado. Llegué a casa y se lo dije. Se fue a la pieza callado. Con el tiempo, supe que él también había aprendido que yo podía tomar mis propias decisiones, y que -como yo- era falible, humano, se iba a morir algún día y no podría estar toda la vida buscando a su manera lo que era mejor para mí.

Habíamos crecido. El y yo. Y aquí estamos.

Por Enzo Pascal.
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