SANTIAGO.- Faltan sólo dos pisos para llegar al helipuerto del edifico de la Telefónica y a Trivelli ya no lo veo. Viene atrás de Nicole Perrot, quien por segunda vez corre el Puma Run Up. Estoy completamente mareado porque llevo más de 30 pisos corriendo en círculo y hacia arriba. Es un eterno caracol, en donde la técnica que no fallé fue nunca dejar de avanzar de a dos escalones, bajo ninguna circunstancia.
La carrera no fue sencilla: estaba plagado de deportistas ultra rápidos y había que llegar en el menor tiempo posible a la azotea del edificio más alto de Chile, una carrera que por segundo año consecutivo se hizo en nuestro país.
Modelos y camarógrafos deambulan de un lado para otro, hay bicicletas de spinning para calentar los músculos, por el momento hay sólo sonrisas y nadie sabe el desafío que nos espera.
Antes de empezar, me percato que Marcelo Trivelli está en mi grupo de largada y lo desafío. Una vez aceptado, incluso pudo reflexionar: "Si la carrera presidencial fuera subir este edificio corriendo, la tendría ganada".
-¿Quién llegaría último?
"Yo creo que Insulza, por lo gordo".
-¿Y Lagos?
"No, él competiría".
Y razón tiene, porque si es uno de los políticos más deportistas que hay, razón tiene para sentirse, al menos en esta carrera como un posible vencedor. Sólo el ministro Andrés Velasco, famoso por sus trotes madrugadores, le podría hacer la pelea.
La cita era a las nueve de la mañana en el edificio de la Plaza Italia, una vez a dentro no paraban de ofrecernos bebidas energéticas y de ver desfilar a un sin fin de rostros televisivos probando su faceta deportiva. Nos dividían en grupos de largada y ahí caí con Marcelo Trivelli y Nicole Perrot, quien habla poco y sonríe mucho. Por eso mismo lo desafié, 30 años de diferencia frente a frente. El ying y el yang de la vida.
Partimos, pero antes de hacerlo una lluvia de flashes cae sobre nuestras caras, estaban todos los medios del periodismo farandulero esperando la sonrisa de cualquiera de nosotros. Perrot comienza utilizando una peculiar y experimentada técnica, la que consiste en ir de a dos escalones, despacito y afirmada de la baranda, como cuando los niños tratan de seguir a sus papás en las escaleras. Trivelli por su parte, opta ir por el medio de la pista y de a dos escalones, pero ese ritmo no le dura más allá del piso ocho y falta mucho todavía.
El piso nueve es la prueba mental, desde ahí hasta el 20 es como nada. O sea, se sigue por inercia, pero no por convicción, mientras a cada paso el aire se hace cada vez menos. La motivación es que al llegar a la meta tendremos la mejor vista en 360° de todo Santiago y que luego nos espera un cocktail gigante por parte de la organización.
Piso 27. Ya no siento los muslos, nunca imaginé que quizás moriría rodando por unas escaleras, y siento que ese momento ha llegado. El mareo por llevar girando y corriendo y transpirando y compitiendo ya no lo aguanto, por suerte soy el primero de mi grupo y Trivelli está atrás. Alguna vez que gane un normal.
"Falta uno, falta uno", dice una voz que sale no se de a donde. Salen las primeras cámaras y trato de correr lo más que pueda. Todo va acabar, todo va acabar, el corazón lo tengo demasiado agitado y el oxígeno escasea en las escaleras. De pronto la vista se torna increíble cuando se sale del túnel y ves un helicóptero amarillo volando por tu cabeza, con un hombre colgando que registra todo lo que ocurre en la azotea del techo de Santiago. Hay sol, rock, un helicóptero, sudas, más sol y en la meta te cuelgan inmediatamente una medalla de recuerdo.
Al final, la conclusión principal es que esta carrera no debería ser una vez al año, si no que por lo menos una vez al mes, ya que si todos tuviéramos la posibilidad de subir siempre el edificio de la Telefónica, seríamos un país con los mejores corredores de escaleras del mundo y así la gente no gastaría horas de ascensor en la semana y aumentaría la producción, el estado físico, el PIB, el estado cobraría más impuestos y, algún día, tendremos más beneficios públicos. Run Up.