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Los próceres que lucharon por la física

Varios gestores de la Independencia fueron decididos patrocinadores de la enseñanza de esta disciplina en Chile, a la que consideraban fundamental para su desarrollo. Ya a fines del siglo XVIII, en plena Colonia, se dictaban clases teóricas y prácticas. La "malla curricular" de la época comprendía un profundo estudio de la filosofía y varias horas de laboratorio.

26 de Septiembre de 2008 | 16:49 | Marcela Carrasco Cabello

SANTIAGO.- Que Chile no tiene tradición científica es un mito. Ya antes de la formación de la Junta Nacional de Gobierno, había un profundo interés en las ciencias, y particularmente en la física, por parte de varios ilustres súbditos de la Corona de España.


Súbditos que más tarde se transformarán en los patriotas que darán a Chile su condición de nación independiente.


Así lo demuestran los historiadores Claudio y Flavio Gutiérrez, en un artículo publicado en la revista "Historia" de la Universidad Católica.


Científicos y patriotas


El precursor de la enseñanza de la física fue el multifacético Juan Martínez de Rozas. El hombre fuerte de Concepción fue el primero en dictar clases de física experimental en Chile: la enseñó desde 1781 hasta 1783 en el Colegio Carolingio.


¿Pero por qué Martínez de Rozas, abogado y doctor en derecho civil y canónico, enseñaba ciencias? En esos años, la física era considerada una rama de la filosofía. Los fenómenos físicos como el movimiento, la luz o el sonido eran explicados a partir de conceptos como el ser, la potencia y el acto.


Quien quería aprender física, tenía que estudiar a Aristóteles.


Y, precisamente, la otra cátedra de “este sabio i acreditado majistrado” —como lo llamó O’Higgins— era la de filosofía escolástica.


Los alumnos de Martínez de Rozas realizaban experimentos para ver en acción las leyes físicas aprendidas en clase. Aunque no hay certeza, es muy probable que usaran para ello los instrumentos traídos a Chile por otro importante patriota: José Antonio de Rojas, uno de los líderes de la conspiración de los tres Antonios, que buscaba dar la independencia a nuestro país en 1781.


Visionario y adelantado, Rojas no sólo se dedicaba a conjurar. Entre sus aparatos se cuenta una máquina eléctrica con varios accesorios, que después pasaría a formar parte del inventario del Instituto Nacional. Entre cuándos y mistelas, el artefacto en cuestión causó impacto. Tanto, que Rojas se ganó el mote de “brujo de la Colonia”.


La Academia de San Luis no se quedaba atrás. Aunque orientada a su aplicación en problemas militares, la clase de física del ingeniero español Agustín Caballero incluía estática, dinámica, hidroestática, hidráulica y óptica en su plan académico.


Physicae Institutanis


Con la llegada al poder de José Miguel Carrera, ambas casas de estudio se fusionarían en el Instituto Nacional, el cual comenzó sus actividades con 18 cátedras. Una de ellas, física experimental, dictada por el presbítero José Alejo Bezanilla. Interrumpida durante la reconquista, fue retomada en 1819.


Los discípulos de Bezanilla no la tenían fácil. En física general estudiaban cosmografía, geografía física e historia natural. En física particular, analizaban los fenómenos físicos y sus causas.


Por si fuera poco, los libros no estaban en español. Los textos guía eran el enorme libro de Laurentio Altieri, un texto que incluía física astronómica y óptica en sus 600 páginas (en latín) y el de Mathurin-Jacques Brisson (en francés).


Bezanilla dictaba sus clases en latín. Según un testigo, “cuando cursaban filosofía en latín, un profesor les enseñaba con el nombre de física un centenar de axiomas más o menos faltos de sentido sobre el equilibrio, la caída de los cuerpos, la luz, el sonido”. El mismo testigo relata que los alumnos memorizaban en latín los axiomas presentados en clase.


Tradición republicana


La ciencia capturó el interés de varios próceres, quienes veían en ella una de las bases para el desarrollo del país. Antes de la Independencia, Manuel de Salas escribía frecuentemente a las autoridades de la Corona, pidiendo recursos para establecer una escuela de aritmética, geometría y dibujo.


"La práctica de las ciencias sólidas y el cultivo útil de los talentos es inseparable de la grandeza y felicidad de los estados", dijo Juan Egaña en 1812.


La clase dirigente estaba muy interesada en incorporar la ciencia al desarrollo del país. En 1823 se funda la Academia Chilena, que contaba con una sección de ciencias físicas y matemáticas a la que pertenecía, entre otros, Manuel Blanco Encalada. Una de las decisiones fundamentales fue la contratación de profesores extranjeros.


En 1827 el ingeniero español Andrés Antonio Gorbea se hizo cargo de la instrucción matemática en el Instituto Nacional y tradujo la Física Experimental de Biot, a la sazón el texto guía. Fue el primer libro de física publicado en Chile.


A pesar de su reputación y de que fue el primero en dictar un curso de mecánica racional, Gorbea no tuvo muchos alumnos. Su ramo no era obligatorio.


No obstante, la física seguiría desarrollándose, gracias al impulso dado por nuestros próceres. Andrés Bello decía que “las principales profesiones de Chile son la agricultura, minería, comercio y abogacía: todas exigen muchos conocimientos de física y es necesario proporcionarlos en la enseñanza preparatoria”.


El gran cambio se dio con la llegada a Coquimbo del ingeniero polaco Ignacio Domeyko. Emigró a nuestro país con 30 cajas de instrumental químico, físico y de mineralogía.


Su misión no era fácil. Domeyko tuvo que enseñar a hijos de mineros sin instrucción previa en ciencias básicas.


Tres meses después, sus mejores alumnos realizaron un examen público en el que explicaron los principios del barómetro, el termómetro, la construcción de bombas y el poder del vapor. También realizaron experimentos con máquinas eléctricas y neumáticas. Domeyko cuenta que el público quedó complacido.


Y la física se masificó. En 1858, apenas 40 años después de la independencia, ya eran catorce las instituciones que la enseñaban; tres de ellos eran colegios para señoritas.


En una época donde la educación femenina se centraba en dotar a las jóvenes de los conocimientos necesarios para brillar como dueñas de casa y en reuniones sociales, sorprende saber que de los 272 alumnos que estudiaban física en el país, 108 eran mujeres.


Pero eso ya es otra historia.

¿Y el sueldo?

Antes de la Independencia, Manuel de Salas ya clamaba por la necesidad de profesores de ciencias con formación académica, como consta en una carta a José de Santiago Concha. Salas consideraba que los docentes debían recibir un estipendio adecuado.


"Habiendo de persuadirse a los oyentes de las ventajas que les traerá su aplicación a las ciencias exactas, mal podrán concebirlas viendo sin recompensa al único que las ha cultivado con aprovechamiento y constancia”, dice en la misiva.

Manuel de Salas organizó un gabinete de Física e Historia Natural de Chile en la Academia de San Luis

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