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Entre tres se construye un átomo 24/6/2005

07 de Julio de 2005 | 19:58 |
Íñigo Díaz

La consigna de reemplazar un domingo de tediosa vigilia por un domingo de actividad puede darnos más de una sorpresa. A media tarde uno pone en la bandeja el álbum de 1957 A night at the Village Vanguard, por Sonny Rollins y su trío "pianoless" y después de cada tsunami que son los solos de saxofón tenor es posible escuchar los aplausos de unos cuantos tipos esparcidos por las mesas del local. El disco especifica que el 3 de noviembre de ese año —fecha del gig— fue un domingo y las señales inequívocas del registro fonográfico así lo indican: sugerente aire "chill out", poca gente, pocos aplausos, grandiosa performance grabada para la casa Blue Note.

El domingo avanza y nos guía hacia el club Thelonious, espacio que ha ido obteniendo categoría dada la versátil y ágil programación que ofrece toda la semana. Hasta los domingos uno encuentra presentaciones interesantes, como la de Gonzalo Palma, un pianista del eje Valparaíso-Viña del Mar que hoy está instalado en Santiago. En los merodeos del puerto, como buen pianista de jazz instruido no sólo en las técnicas interpretativas sino en la historia de esta música, fue en busca de dos compañeros que lo ayudaran a montar un trío acústico en el formato tradicional de piano-contrabajo-batería. Los encontró en las cuerdas de Carlos Rossat y en los tambores y platillos de Ariel "Yelo" Aguirre. Con ellos grabó el disco Standard en el fin del mundo (2002) y luego reemplazó a Rossat por Marcelo Córdova para grabar Los ojos de Claudia (2004). Eran sus compinches de clubes, jams y juerga porteña. Como hoy está en Santiago debió conseguir nuevos sidemen para continuar sus andanzas como pianista líder.

Ese domingo (y con seguridad varios domingos futuros), Gonzalo Palma apareció entre unos cuantos asistentes, secundado por dos músicos que no logran ocultar que su mayor placer es tocar. Roberto Lecaros Jr. es el nuevo contrabajista y Carlos Cortés el nuevo baterista. "Este es el primer ensayo que tenemos", dijo Palma desde la barra en el intermedio. Vaya forma de ensayar. Unas cuantas señales y a la cancha. Escuchar a un trío, da igual si es en la línea swing de Oscar Peterson, o bebop de Bud Powell, o tridimensional como Bill Evans, es toda una experiencia. Al auditor perdido le cuesta comprender la omisión de una trompeta, un saxofón o una cantante. El trío no necesita de ninguno de esos cuartos elementos, porque es un átomo indivisible, que vive de la autosuficiencia, se reproduce como organismo unicelular y es inmortal: para el colchón armónico, el piano. Para el enlace, el contrabajo. Para el ritmo, la batería. Para improvisar, los tres instrumentos. Para cantar la canción, también los tres instrumentos. Para estos casos no se necesita más. De seguro Gonzalo Palma seguirá en la ruta del trío acústico-atómico. Sus nuevos sidemen capitalinos están motivados y es un hecho que pronto habrá nuevas grabaciones. Con los pocos aplausos de los domingos basta y sobra.
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