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The king of limbs

Éste es un disco bien pensado, diseñado con asombrosa precisión y que se interpreta desde un estado que, si no es fragilidad, se parece mucho a una honesta delicadeza.

25 de Febrero de 2011 | 11:19 |
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El álbum más breve de los ocho publicados hasta ahora por Radiohead (ocho canciones en poco más de 37 minutos, disponible hasta ahora sólo como descarga online) hubiese sonado extraño hace un lustro, pero a estas alturas afirma una estética de identidad reconocible en la banda: un rock electrónico cuya combinación de melancolía y apuro ofrece una eficaz metáfora de cómo enfrenta hoy el mundo el oído urbano-occidental. Muchos dirán que se vive y se siente así como en estas composiciones de pulsos entrecortados, pianos sombríos, vocales alargadas («esa mezcla de cámara lenta y aceleramiento que hace pensar en un choque automovilístico», <i>The Onion</i>), salidas desde creadores incómodos con su entorno pero a la vez conmovidos por él. La disyuntiva (falsa) entre cerebro y sensibilidad es una trampa de la que Radiohead ha sabido escapar a través de creaciones racionales de alto vuelo. <i>The king of limbs</i> es un disco bien pensado, diseñado con asombrosa precisión y que se interpreta desde un estado que, si no es fragilidad, se parece mucho a una honesta delicadeza.

No existe en estas canciones una estructura convencional de estribillos y coro —es improbable que alguien lo espere de la banda a estas alturas—, pero hay pliegues a los cuales aferrarse para escuchar cómo se despliega un Radiohead familiar, cálido, reconocible. El caso más evidente es "Cordex", suerte de balada sobre piano en la línea de "Street spirit", pero también el resto de composiciones —incluso las más aventuradas, como "Feral", levantada sobre sampleos vocales, o "Morning Mr. Magpie", con una guitarra incesante en diversas velocidades— son los de un grupo que asumió la búsqueda ya no como guía para el desarrollo de obras autónomas sino como un deber que debe satisfacerse en cada composición.

Van cuatro escuchas, y aún develamos capas de este disco denso y hermoso, que, si permite describir alguna distinción protagónica, es la de la voz de Thom Yorke como un cantante de asombrosa versatilidad e inteligencia, cuyo registro rugoso y otoñal brilla incluso más que en otros discos, por cómo convierte el trabajo riguroso y serio de sus compañeros en cantos de empatía con el oyente.

—Marisol García

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