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    Segundo lugar Concurso 2006

     

     

    “El Belén de hoy, mi mejor crónica” de Yessenia Valenzuela N

     

    Caminando por un centro comercial en vísperas descubrí el verdadero sentido de la Navidad. Parece una frase reiterada y cursi, pero fue en esas circunstancias como encontré el rumbo de mi corazón y lo abrí a un sentimiento nuevo y grandioso. Si bien no era como aquel personaje tacaño del cuento de Navidad me faltaba mucho por comprender. Vivimos en una burbuja hasta que decidimos romperla. No hay mejor modo que tomar la decisión. Si alguien irrumpiera en tu vida y te obligara a conocer otros mundos, probablemente lo odiarías y lo culparías de tu desgracia. En mi caso fui yo quien quiso ver más allá.

     

    Fue un 23 de diciembre cuando mi amigo Alfonso me contó que iba a pasar una Navidad distinta: acompañaría a los niños enfermos y solitarios del hospital.


    - Es maravilloso, Alfonso, ¿quieres que les envíe algo?- pregunté.
    - ¿Por qué no vienes tú, Sofía?
    - Ehmm, no sé, es que... Nunca he ido a algún lugar sí y menos en Navidad.
    - Sofía, nunca es tarde, hay que comenzar. Tampoco he ido en Navidad.

     

    Era cierto, pero por lo menos Alfonso habría de darme tiempo para decidir. “De acuerdo, pero no lo olvides, es mañana, te esperaré hasta las 9 de la noche, si no me llamas, partiré sin ti y te quedarás con la duda”. Admito que la idea era atrayente, pero a la vez, no me sentía capacitada para llevar a cabo tal labor y pretendía pasar Navidad una vez más en la ruidosa fiesta familiar con un montón de regalos y mucha comida. Al día siguiente el diálogo telefónico con mi madre aumentó mis dudas.

     

    -Hija, estará excelente, tus primos de Santiago traerán su banda y tocarán villancicos versión rock- rió- ¿no faltarás verdad?
    - Mmm, entretenido, me parece que te llamaré más tarde para confirmar, me invitaron a pasar una Navidad distinta y confieso que tengo mis dudas.
    -Mi amor, no te puedes perder la fiesta que estamos preparando. Si vieras lo hermoso que luce el árbol con los regalos que todos han venido a poner. ¿Qué hay del álbum de este año? ¿No lo harás? (Admito que esa voz de reproche y tristeza siempre había conseguido descolocarme y terminar por aceptar, pero esta vez tenía mis aprensiones).
    - Mamá, reitero, te avisaré. Te prometo que será a una hora prudente. Y ya no soy la única en la familia que porta una cámara digital. Esos ya no son privilegios de periodistas. Adiós, te amo.

     

    Sabía que mamá debía estar enojada. Pero inexplicablemente necesitaba conocer aquel mundo nuevo. Eran las 8.45 a.m. Estaba atrasada para el trabajo, así que me dirigí apresuradamente al diario para la pauta. Ningún tema me parecía lo suficientemente relevante para las vísperas de Navidad, pero algo debía cubrir, entonces sin pensarlo demasiado anuncié que escribiría sobre la Navidad de los niños enfermos, abandonados y solitarios del hospital y que enviaría mi texto por correo en la madrugada. Miradas atónitas se dirigieron a mí, de extrañeza, desconfianza, ternura y pena. No me importaba, ya lo había dicho y no quería retractarme. Estaba bien, relajada y en calma. De pronto mi editor rompió el silencio.


    -Bien, Sofi, tómate el día. Espero tu crónica hasta las 4 a.m. Y cuidado, que te daré una portada.
    - Gracias.- susurré, pues acababa de tomarle el peso a mi decisión.

     

    Me marché llena de incertidumbre. Tenía toda una jornada por delante, pero al darme cuenta de que no había comprado regalo alguno, me dirigí al centro comercial, que como era de esperar se encontraba atestado de gente. Observé esos rostros con paciencia, cuál de todos más poseído por el afán de compra. Era una carrera descontrolada por conseguirlo todo, por tener más, por “ser mejor que el resto”. No pude evitarlo, me vi envuelta en el mismo afán. Perdí toda noción de la fecha que conmemoraba. Sólo importaba conseguir regalos, casi sin recordar para a quien iban dirigidos. Observé imágenes repetitivas que ya no me espantaban, hasta que cuando, agotada de tanta carrera, decidí irme a almorzar. Entocnes, un niño de unos 4 años se me acercó sonriendo.

     

    - ¿Me das algo? Tengo hambre- dijo en su lenguaje enredado, y lo miré enternecida.
    - ¿Qué te gustaría comer?- pregunté.
    - Lo que sea. Mmm, pero preferiría completos, una vez comí uno y eran ricos.


    - Bueno, espérame un poco. Mientras cómete esta pizza que me queda, voy por tus completos. Me dirigí apresuradamente al local más cercano y compré aquel deseado sándwich. Sólo podía pensar en la cantidad de comida que mi madre estaría preparando para la ostentosa fiesta de Navidad, lo mismo que la mayoría de las familias del país y del mundo, mientras miles de niños y sus familias morían de hambre. Recordé que el niño Dios, era tan pobre como ellos y que nadie casi se da el trabajo de ayudar a los Jesús de hoy. Con el completo y una bebida en la mano y el corazón lleno de preguntas sin respuestas, regresé a la mesa.


    - Oye, pequeño, ¿dónde estás?- pregunté cuando vislumbré a lo lejos a un guardia llevándose al niño de un brazo.
    - ¡No!- grité sin importarme la gente que se volteó – déjelo, está conmigo.


    - ¿Es suyo el niño? - preguntó el guardia alelado
    - Él viene conmigo y me acompañará a almorzar- respondí sin inmutarme, tomando al niño aún asustado en brazos- siéntate.

    Comí con Francisco, que así se llamaba el pequeño angelito que en un almuerzo me enseñó tanto de la vida. Cómo nos cierran los ojos nuestras burbujas, no nos permiten ver a estos ángeles por todos lados, teniéndolos tan cerca, con alas sólo visibles a ojos humanos. De pronto se levantó, me dijo gracias, y regalándome un besito en la mejilla y un avión de papel, anunció:

    -Tengo que irme, rezaré siempre por ti- sin esperar respuestas se marchó corriendo.

     

    Después de mi encuentro con Francisco cambió mi idea sobre la Navidad. Decidí comprar regalos más austeros y mirar más alrededor. Ya sabía qué hacer con mi día. Así, me dispuse a llamar a Alfonso.

     

    - Espérame, tengo mucho que contarte, pasaré por ti a las 8.30- dije.
    - ¡Sabía que irías!, te espero Sofi, no te preocupes.

    Entonces fui directo a la casa de mis padres, que lucía hermosa y rebosante de adornos y regalos, parecía una película norteamericana de la que ya había decidido no formar parte, y yo, un viejito pascuero, provista del enorme saco en que se había convertido la bolsa de tienda en que llevaba mis regalos comprados antes de conocer a mi pequeño amigo.

    - Sofi! – exclamó mi hermana al verme, sin despegar la vista de mi bolsa de obsequios- ¿Tan temprano tú por aquí? ¿te dieron el día libre?
    - Nada de eso, Vale, más bien tengo trabajo esta noche, ¿está mamá?
    - ¡Esta noche!- se apresuró a contestar Valentina- Pero si es Nochebuena ¿qué tipo de trabajo vas a realizar?


    - Luego te cuento, niña, ¿dónde está mamá?- insistí y con gesto de fastidio mi hermanita de 16 años fue a buscar a mamá. Quien al escuchar mis motivos lloró, dijo que yo siempre prefería mi trabajo y, al final, se conformó, apelando a la “solidaridad que siempre has demostrado”, lo cual me hizo sentir muy culpable, pues en absoluto concuerdo con su idea.

    Estuve con ellas hasta las 7.30 para luego partir a casa y arreglar todo lo que había adquirido para esa noche: títeres y libros de cuentos, porque creo que son las mejores herramientas para un regalo con sentimiento, lo mismo que un lápiz y un papel, que reemplazan mundos completos. Así puntualmente estaba en la vereda de la casa de Alfonso, donde aguardaba también el auto de unos amigos suyos.

     

    -Hola Sofía- dijo Alfonso con una sincera sonrisa- no te arrepentirás, te lo aseguro, los niños nos enriquecen el alma.


    - No te preocupes, amigo, hoy experimenté ese gran regalo y no dudo que esta será la mejor Navidad que haya pasado.

     

    Entonces nos dirigimos al Hospital Regional, específicamente a una parte del sector infantil, donde una docena de niños entre 3 y 14 años, asumían una Navidad en soledad y silencio, pero a poco llegar les convencimos de lo contrario. Presentamos los chistes de Gabriel y los bailes de Marcia, disfrazada de un personaje de televisión, mientras los niños reían felices. Comimos galletas de Navidad horneadas por mi madre y cuando ya eran las once, improvisé un escenario en una camilla y me escondí tras las cortinas blancas, sacando a relucir los 12 personajes que había comprado, para narrarles las historias del “Burrito de Pascua”, “Rodolfo, el Reno” y el Nacimiento, último y principal número de estos actores de trapo, con música de fondo, por parte de Alfonso y su guitarra.


    Los niños mantenían la atención y los mayores estaban emocionados, sólo quedaba esperar la llegada del viejito pascuero, quien puntualmente a las 12, les hizo entrega de regalos plagados de magia e imaginación. Los niños sonreían felices, cantamos unos villancicos y cuando la mayoría se había dormido, nos marchamos en silencio, con el corazón lleno de regocijo.

    Saliendo de la sala recordé que debía escribir una crónica, y se lo conté a mis amigos.


    -¿Una crónica de esto?- preguntó Alfonso- me parece genial que la gente sepa la realidad de estos niños de quien nadie se acuerda en Navidad, pero por favor no nos nombres.


    - No lo haré, ya estás lo suficientemente pagado- reí, cuando antes de cruzar el umbral descubrí una imagen familiar, un retrato en blanco y negro de…


    - ¡Francisco!- exclamé
    - Vaya, si son informados los periodistas. Es el primer niño que atendió esta sección del hospital. Tenía cuatro años vivía en la calle en el abandono. Murió un día como hoy, hace 40 años.
    - No es posible, yo lo vi hoy, comí con él.
    - ¿Estás segura Sofía? Eso no puede ser.


    - Sí estoy. El me enseñó tanto, mató todas mis dudas. Amigo, me voy a escribir mi mejor crónica- dije, procesando increíblemente rápido el significado de aquel milagro y esperando que mis amigos también pudieran conformarse.

     

    Despidiéndome, corrí a casa, donde me aguardaba un teclado lleno de sentimientos, de vendas desechadas, porque es tonto taparse los ojos a las grandiosas realidades que pueden transformar un día materialista y consumista a su verdadera esencia, un día de compartir y dar de nosotros sin condiciones. “El Belén de hoy”, se tituló mi mejor crónica, aquella que escribí gracias a un ángel chiquitito que vino a enseñarme mucho en un almuerzo.



     

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