POR MARCELO SIMONETTI
Me resisto a escribir este artículo. No por tiempo. No porque lo encuentre una lata. Más bien es por incompetencia. No sé cómo hacerlo. Es así de sencillo. Se me ha pedido que escriba acerca de la pasión del rodeo. Del rodeo chileno. De cómo se vive un Campeonato Nacional (a propósito de que este fin de semana se disputa una nueva versión). De qué es preciso saber para llegar y disfrutar en la medialuna. Algo así como el abc del rodeo. Y acabo de caer en la cuenta de que hacerlo puede resultar una empresa tan difícil como convertir a un adolescente a la práctica del bonsai o sumar a un abuelo al club de fans de Molotov. Porque no es fácil el rodeo. Si usted sólo ha montado en los caballos del carrusel del parque de entretenciones, lo más probable es que su primera experiencia en una medialuna sea traumática. Que no entienda nada de nada. Que le parezca un aburrimiento mayor. Y que termine alegando en defensa del pobre toro que es atajado contra las quinchas. Quizá habría que partir por ahí, que el toro no es el mismo durante toda la tarde. Que en un rodeo ocupan cerca de 500 novillos y que el que corre en cada pasada nunca es el mismo. Eso para empezar. Así como en el fútbol la expresión máxima del deporte es el gol, en el rodeo lo que importa es atajar al "huacho" (huacho es la denominación que se le otorga al toro, por lo desamparado que sale a la medialuna). Una buena atajada se aplaude, se grita y hasta se festeja revoleando la manta. Colgar al toro de las verijas es una expresión que se usa cuando el caballo toma al "huacho" por la paleta trasera y, prácticamente, lo deja colgando de las quinchas. El jurado cantará cuatro puntos buenos, que es el máximo puntaje que se le puede otorgar a una atajada. Si en el fútbol el árbitro es el único jugador que no tiene hinchas, en el rodeo los jurados no se libran de esta suerte. Es usual, sobre todo en una final del Campeonato Nacional, que los fallos del jurado sean reprobados por el público. A veces con silbatinas eternas. Como en pocos deportes, si los jinetes consideran que el jurado se ha equivocado ni siquiera pueden levantar la vista, bajo pena de ser eliminados de la competencia. Pero lo cierto es que rara vez el jurado se equivoca. Su ubicación es privilegiada y le permite ver faltas que no se pueden advertir de las tribunas. De cualquier forma, errar humanum est y el derecho al pataleo es sagrado para el público corralero. Hay equipos grandes. También equipos chicos. Nadie duda que con el tiempo el Criadero Santa Isabel se ha convertido en el Colo Colo del rodeo. O la Ferrari, si queremos elegir un ejemplo tuerca. Cuentan con los mejores jinetes y con una caballada que está en el óptimo nivel. No sería raro que revalidarán el título, pero tiene tantas opciones como rivales quieren arrebatarle el cetro. Cada vez que sale el Santa Isabel a la cancha, el público se divide. Hay quienes aplauden la capacidad y el talento de sus colleras; y hay quienes, por abanderizarse con los más débiles, les llevan la contra. Usted elige, finalmente.
Pero sin
duda que si hay algo que le pone sal al rodeo son los locutores radiales,
una guía siempre útil para quienes no conocen al dedillo
el nombre de los jinetes o el de los caballos. Muchos de ellos han conseguido
armarse de una batería de dichos de brillante ocurrencia y no
tienen nada que envidiarle a los más conspicuos relatores del
balompié. Quizá el más connotado de ellos sea "Pincho"
Rioseco, un personaje al que se la atribuyen los giros más singulares
del relato corralero. Él es autor de la frase "¡esa
collera quiere camión!", dicho que sirve para ilustrar a
la collera de pobre desempeño, de nula destreza, que lo único
que le resta es salir de la medialuna, subirse al camión y regresar
a casa. |
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