
Viernes Santo: Un Dios que no necesita castigar
“Si te portas mal, Dios te va a castigar”. Más de alguna vez se ha oído esta amenaza en boca de una mamá. ¡Tremendo, pero sí! No es que la mamá le quiera un mal a su hijo. Ella ama a su hijo y lo va educando a que se comporte. Si no lo hiciera, tarde o temprano el hijo será devorado por la vida porque la vida pide disciplina, modales y ética. Se dirá que tal vez la madre no está tan preocupada por el futuro del niño, sino que está agotada de él. El chiquillo friega y friega, no hay cómo tenerlo tranquilo. Sea lo que sea, Dios es invocado en esta causa. La madre mete miedo al hijo con Dios. Dios es de temer. “Castiga, pero no a palos”, se repite también. No a palos, no a patadas ni a chopazos, sino de un modo fino, inesperado. ¿Con una enfermedad, con un tropezón…?

Vistas las cosas “a posteriori”, la madre, enojada, dice al niño: “no viste, Dios te castigó”. El hijo viene llorando a sus brazos, se apretó un dedo en la puerta, se cayó en la vereda y se rasmilló las rodillas. Y bueno, para el infante la madre es buena, ella sabe, ella anticipa qué le va a suceder, y Dios es tan poderoso que en el momento menos pensado puede poner orden. Porque el orden, las cosas como tienen que ser, la ley, son más importantes que Dios. Dios está para garantizar la observancia de los mandamientos. No lo piensa talvez así el niño. Pero entra en su alma un “dios” que lo ama, que lo cuida, pero que es tan neurótico que, para organizar nuestra vida, a veces premia y a veces castiga. Porque Dios, como la madre, tiene una paciencia limitada. No puede arreglar las cosas solo por las buenas.
A Jesús, sin embargo, lo mataron porque vivió con tal libertad, con una seguridad tan grande en el amor de su Padre, que ponía en jaque a las autoridades religiosas de su tiempo y el edificio completo de preceptos, prohibiciones y sanciones que ellas había levantado para administrar el perdón de Dios. Jesús no desconoció la religiosidad israelita. Fue observante. Un judío de tomo y lomo. Pero su interpretación de la ley según su espíritu, el Espíritu que él tuvo como nadie, le hizo cumplir la ley de su pueblo con la creatividad que sólo un Hijo de Dios ha podido tener.
Hoy viernes santo, contemplamos en Cristo crucificado a un inocente. Parece culpable, un azotado de Dios. Pero no ha hecho mal a nadie. Dios no lo castigó por sus pecados. Pero tampoco lo castigó por los pecados de la humanidad. A Jesús lo asesinaron los hombres temerosos de perder su poder, los señores del miedo que atemorizan a las personas “para salvarlas”. El Padre de Jesús, en cambio, no mueve la vida humana a punta de amenazas. Lo hace con un amor indefenso como el de su Hijo. El Padre de Jesús no necesita que le crucifiquen un ser humano para restablecer el orden, la ley y las buenas costumbres. Y menos aún para reparar la ofensa a su honor mancillado por el pecado. El pecado existe, sin duda. Es lo único que mata. El Dios de Jesús no mata, sana, repara y con un amor inaudito, tan grande como para derrumbar el edificio de la religión del miedo y a sus fariseos, acogerá a las madres en sus brazos y escuchará sus descargas contra el marido, el trabajo, los hijos, su imposibilidad de ser mejores, aunque ello le tome toda una eternidad.
Jorge Costadoat
Teólogo y sacerdote SJ