SANTIAGO.- Este miércoles se cumplen 100 años de la abdicación del Zar Nicolás II, fecha que marcó el fin de la monarquía en Rusia y dio el impulso para que iniciara la época comunista liderada por Lenin. La revolución soviética empujó esta dimisión en 1917, llevando al cierre de los más de 300 años que la familia Romanov había gobernado a los rusos.
En 1896 el joven Nicolás II, de 26 años, llegó al poder y gobernó durante tiempos de crisis económicas y conflictos militares. Uno de los hechos más recordados en su mandato fue "el domingo sangriento"-las protestas pacíficas ante el Palacio de Invierno que fueron violentamente reprimidas- que llevó al Zar a aceptar las reformas para la creación de una monarquía parlamentaria, a pesar de que nunca creyó en esta. Por otro lado, el estallido de la Primera Guerra Mundial terminó demostrando la debilidad del Imperio Ruso.
Aunque ya habían ocurrido otros atentados, la muerte del consejero religioso de la familia real, Grigori Rasputín, en 1916, fue el quiebre para la monarquía rusa. A partir de esa muerte, el zarismo tuvo sus días contados.
Importancia de la abdicación
El Zar renunció después de que la Revolución de Febrero pusiera en el mismo bando a los obreros, burgueses y soldados, y los manifestantes alzaran "el trapo rojo", como lo llamó un testigo francés, en el Palacio de Invierno, mientras cantaban la Marsellesa y coreaban la palabra "república".
Además, firmó el documento abatido por una guerra que afectaba los recursos de su imperio, contra su primo alemán el káiser Guillermo. Una vez consumada esta decisión se oficializó un Gobierno provisional y Nicolás regresó a Petrogrado -San Petersburgo antes de la guerra- junto con su familia, quedando confinados en la villa Tsárskoye Seló.
Sin embargo, en octubre –noviembre en el calendario actual- apenas Lenin y los bolcheviques tomaron el poder, convirtieron al zar en su prisionero y lo enviaron a una casona en Ekaterimburgo, en los Urales. Allí los soldados leninistas fusilaron a toda la familia real (Nicolás, su mujer Alejandra, sus hijas Olga, Tatiana, María, Anastasia y su hijo Alexéi, más cuatro ayudantes) en el sótano de la residencia.
Los bolcheviques intentaron borrar toda huella del pasado imperial, pero en cuanto cayó la Unión Soviética en 1991, el culto a los zares regresó con fuerza, más aún después de que se hallaran sus restos cerca de Yekaterimburgo.
La Iglesia Ortodoxa santificó a la familia real y tanto Boris Yeltsin, el primer Presidente democráticamente elegido en la historia de Rusia, como su sucesor, Vladimir Putin, han respetado este credo como lo hicieron los Romanov.
La realidad de hoy
Este miércoles, 100 años después, son pocos los ciudadanos rusos que apoyarían la reinstauración de la monarquía. Además, sólo un tercio de estos aún valora positivamente el trabajo de los líderes soviéticos como Lenin.
El Presidente de Rusia, Vladimir Putin, al igual que los zares, se apoya en la Iglesia, a la hora de promover los valores tradicionales ante el relativismo moral occidental, y el Ejército, con el que defiende los intereses nacionales, desde Kaliningrado a las Kuriles y desde Crimea a Siria.
Los expertos consideran que Putin está cometiendo ahora los mismos errores que el último zar, ya que, además de intentar perpetuarse en el Kremlin hasta 2024, no sólo no ha introducido reformas políticas, sino que sus últimos años de mandato Rusia ha experimentado un retroceso democrático.
Los descendientes del último zar, María Romanova, y su hijo Gueorgui, residen en España y no pierden la esperanza de que la institución monárquica juegue algún papel en el futuro de Rusia.