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Descifrando a Bachelet: ¿Cuál fue el estilo de mando de la Presidenta en estos cuatro años?

Hermética, próxima a sus convicciones y sin preocupación por formar un sucesor. Tres expertos analizan cómo ejerció el poder la Mandataria, con sus muestras más evidentes en la elección del primer gabinete y en las agendas medioambientales y de la mujer.

28 de Febrero de 2018 | 08:03 | Por Consuelo Ferrer Durán, Emol
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José Manuel Vilches, Emol.
SANTIAGO.- Los días que sucedieron al 21 de agosto de 2017 fueron difíciles en La Moneda. Los problemas empezaron con el rechazo del Comité de Ministros al proyecto minero Dominga, que fue cuestionado por el entonces titular de Hacienda, Rodrigo Valdés.

Ocho días después de iniciado el conflicto, la Presidenta Michelle Bachelet entró a zanjar su posición con respecto al tema. "Chile necesita que el desarrollo vaya de la mano del cuidado del medio ambiente. Lo exige la ciudadanía y es mi compromiso con nuestro futuro", expresó.

Dos días después, Valdés renunció, acompañado de su par en Economía, Luis Felipe Céspedes, y el subsecretario de Hacienda, Alejandro Micco. A su salida, Valdés lamentó no haber logrado "que todas compartieran esta convicción" por el crecimiento.

Es, quizás, uno de los episodios más emblemáticos del segundo mandato de la actual Mandataria, que dejará el Palacio de Gobierno en menos de dos semanas. Luego de él, se empezó a hablar incluso del "legado de Bachelet", asociado a una agenda pro medioambiental.

"Apareció una especie de 'capitana planeta' que decía que había cosas más importantes que el crecimiento. El mismo hecho de que Marcelo Mena termine siendo su ministro estrella hace que esa narrativa tenga cierta consistencia", analiza el académico de la Facultad de Gobierno de la U. Adolfo Ibáñez, Cristóbal Bellolio.

Fue, también, una muestra de su estilo de mando, que aunque se asemejó en la base al que mantuvo durante su primer periodo, los analistas diferencian por su empoderamiento en el sillón presidencial.

Las reformas por sobre las encuestas


"Su estilo me pareció siempre más próximo a sus convicciones que a los cálculos en que suelen incurrir políticos y gobernantes. Se pueden discutir esas convicciones, o al menos algunas de ellas, pero nadie podría decir que se trató de una Presidenta que puso el cálculo antes que las ideas", opina el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, Agustín Squella.

Dice, también, que su objetivo fue hacer transformaciones más que reformas, independiente de cómo fueron evaluadas con posterioridad. "Es un hecho que les dio preeminencia por sobre la cuestión de cómo le iba en las encuestas y si entregaba o no la banda presidencial a otro representante de su sector", añade.

El factor de las mediciones populares fue uno que estuvo muy presente durante su segundo mandato, principalmente por el evidente contraste con el primero: Aunque en 2010 terminó con cerca de un 80% de aprobación popular, hoy ronda el 40%.

"Su liderazgo ha tenido como una de sus características importantes una capacidad de empatía y un vínculo con el mundo social, aunque en este segundo gobierno esa conexión se perdió en un momento", comenta el académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. de Chile, Ernesto Águila.

Bellolio, por su parte, cree que el "beneplácito de la gente" no se ha perdido del todo. "Es imposible desconocer que muchas personas todavía le tienen un cariño, una gratitud y una admiración enormes, pero antes sus cifras de aprobación eran tropicales. En ese sentido, el caso Caval fue demoledor. Su capital, que era su carisma personal, se fue diluyendo rápidamente", menciona.

El académico hace una hipótesis: El fenómeno podría explicarse por la pérdida del apoyo de los sectores populares, que fueron de los que más la apoyaban.

"Se deben haber sentido traicionados al darse cuenta de que la única que persona en la cual confiaban porque tenía una manera horizontal de vincularse con la gente, resulta que era una política más que se aprovechaba de su cargo para beneficiar a sus cercanos", teoriza.

El círculo de hierro


Bellolio recuerda los meses después de que estallara el caso que puso en el ojo del huracán al propio hijo de la Mandataria y a su esposa. "Hubo muchas especulaciones, porque nadie tenía idea de qué estaba pensando la Presidenta", dice.

Para él, se trata de un ejemplo de un hermetismo que la caracterizaba, "en el sentido de que pareciera que sus decisiones están rodeadas de cierto secretismo, de círculos de poder no muy visibles", afirma.

Águila también reconoce el hermetismo como un elemento, pero derivado de que la considera una "outsider", alguien que no provino de la elite política chilena, "tanto desde un punto de vista social como con respecto a las redes que fabrican los políticos".

"En el segundo gobierno armó un gabinete muy personalista, muy de ella. Los que llegaron a las posiciones más importantes del gobierno no eran hombres de los partidos. Peñailillo era suyo, Arenas era suyo. Fue un gabinete más bacheletista que de la Nueva Mayoría"

Cristóbal Bellolio
"Su mandato vino como impuesto por la ciudadanía desde fuera. Su fortaleza era ser una outsider, estar fuera de elite. La desconfianza la llevó a un cierto hermetismo, a protegerse y poder ejercer el máximo liderazgo del país confiando en muy pocas personas. Es la manera que ella encontró de ejercer el poder", analiza.

En eso, considera Bellolio, su segundo mandato también se distanció del primero, pues "demostró que estaba empoderada" y no llegó "como un pajarito nuevo", como considera que sucedió en 2006.

"En el segundo gobierno armó un gabinete muy personalista, muy de ella. Los que llegaron a las posiciones más importantes del gobierno no eran hombres de los partidos: Peñailillo era suyo, Arenas era suyo. Fue un gabinete más bacheletista que de la Nueva Mayoría", dice.

Águila concuerda. "A la hora de elegir a sus colaboradores más cercanos, lo hizo muchas veces a contrapelo de los partidos, incluso del suyo propio, y de la opinión pública", comenta.

Dos coaliciones en crisis


Con el término de su primer gobierno y la victoria de la Alianza por Chile, empezó a sellarse el fin de la Concertación que reinara en los años 90. Ad portas de entregar la banda por segunda vez a Sebastián Piñera, la Nueva Mayoría atraviesa uno de sus momentos más difíciles.

Aunque dice tener problemas con la palabra "empoderamiento", Squella desliza que se imagina que "algo así le faltó en cuanto a poner en orden a los varios partidos que la apoyaron".

"Aunque también es verdad que esos partidos, incluidos algunos de carácter histórico, venían ya en largo y franco proceso de desprestigio y desintegración. Culpar a ella y a su gobierno del estado en que se encuentra la DC y el total desperfilamiento del PPD me parecen sendas exageraciones", afirma Squella.

"Si hay algo que la molestaba era que se generara la imagen de que estaba siendo pauteada desde afuera. Todos los liderazgos, sobre todos masculinos, que trataron de mostrarse como padrinos o mentores de Bachelet, pronto fueron a dar al ostracismo"

Ernesto Águila
Bellolio, en cambio, es más drástico. "No va a pasar a la historia por ser una buena conductora de coaliciones", asegura, destacando que los díscolos que después compitieron en las presidenciales por fuera del pacto —Jorge Arrate y Marco Enríquez-Ominami— tenían como origen su mismo partido.

A pesar de considerar que su liderazgo tuvo un carácter "caudillista", el académico considera que "abdicó de su responsabilidad de parir un sucesor". "Nunca entendió que en política es importante no solamente preocuparte del presente, sino de quién asegurará la continuidad de tu proyecto. Eso no le importó en el primer mandato ni tampoco en el segundo", comenta.

Águila asegura que aunque "ha confiado poco en los partidos, nunca renunció al suyo". "Eso da muestra de cierta comprensión de la acción colectiva que implica la militancia. Ella no es antipartidos, aunque a la hora de gobernar mantuvo las distancias", dice.

"Pero si hay algo que la molestaba era que se generara la imagen de que estaba siendo pauteada desde afuera", continúa Águila. "Todos los liderazgos, sobre todo masculinos, que trataron de mostrarse como una suerte de padrinos o mentores de Bachelet, pronto fueron a dar al ostracismo. En un estilo directo y silencioso, era muy celosa de sus prerrogativas como Presidenta", añade.

Los sellos de Bachelet


Para Squella, su mano se pudo notar en cosas como "partir con una reforma tributaria que tuviera el efecto de que más del 90% de la mayor recaudación proviniera del 1% más rico del país".

Águila, por su parte, le atribuye a su determinación las agendas de la mujer y de protección social. "Fue bien consistente, perseverante e incluso estuvo dispuesta a pagar costos", señala.

En cuanto a Bellolio, considera que su legado se traducirá en las reformas que "terminaron por democratizar el sistema político", como el fin del binominal y el voto en el exterior, además de aquellas en materia de igualdad de género y derechos civiles, como el aborto en tres causales y el Acuerdo de Unión Civil.

Aunque cree que donde su estilo de mando alcanzó los puntos más álgidos fue al inicio y al final de su segundo gobierno: Cuando eligió a sus primeros ministros, y cuando, repuntando en aprobación ciudadana, adoptó el medio ambiente como bandera.

"Si uno junta su figura con la del primer gobierno, es indiscutiblemente la primera mujer en ser Presidenta, lo que por sí solo ya es un legado. Pero en la película completa, cuando se mire en perspectiva, va a pasar a la historia como una figura importante en la política chilena. La historia va a ser benevolente con ella", concluye.
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