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Columna de opinión: La Guerra Fría, una mirada desde América Latina

luego de los desórdenes políticos que caracterizan a la década de los 60, emergen nuevos actores internacionales. A ambas superpotencias se les hace cada vez más difícil imponer sus decisiones estratégicas a los países cercanos a su poderío. Surge entonces un poderoso bloque de países no alineados que se comportan como un tercer actor crítico.

05 de Junio de 2023 | 12:09 | Por Luis Maira
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El Mercurio
La Guerra Fría representa un período significativo en las relaciones internacionales del tiempo reciente, que abarcó las cinco décadas siguientes a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. La derrota de las fuerzas del Eje encabezadas por la Alemania nazi marcó el fin del predominio europeo en los asuntos globales e introdujo una nueva lógica de conflicto en las relaciones entre los Estados.

Durante las etapas moderna y contemporánea, España y Portugal, primero, y Gran Bretaña, después, habían sido los actores hegemónicos, en función de sus descubrimientos internacionales geográficos. Este mismo proceso llevó a la maduración y predominio del capitalismo, lo que dio lugar a una serie de ajustes que acabaron reconfigurando el escenario internacional. Esto se complementa con un proceso político y productivo decisivo, la formación y poderosa expansión de EE.UU., hasta convertirse, en la última década del siglo XIX, en la primera potencia industrial del planeta.

La consolidación de la hegemonía norteamericana fue clave para hacer del régimen de Washington el nuevo centro hegemónico del capitalismo mundial. Esto le permitió encabezar la Segunda Revolución Industrial. El primer reflejo de esta nueva situación fue el rol dirigente que las fuerzas armadas norteamericanas tuvieron para definir la Primera Guerra Mundial en favor de la coalición encabezada por Gran Bretaña.

La primera posguerra en los años 20 del siglo pasado tuvo así un centralismo norteamericano solo interrumpido por la sorpresiva recesión de octubre de 1929, que sumió al país en la mayor crisis de su historia. Este inmenso reto obligó cambios en el escenario político y productivo a partir de la llegada al poder de Franklin Delano Roosevelt. A partir de allí se produce un ajuste de su régimen político para reforzar la autoridad presidencial, que favorece un ejercicio cada vez más activo de su poder internacional.

EE.UU. buscó inicialmente la neutralidad en el segundo conflicto mundial, pero acabó siendo arrastrado a este tras la ofensiva militar de Japón en Pearl Harbor. Washington entró entonces a la guerra contra el Eje, en una alianza con Gran Bretaña y los regímenes democráticos europeos y también con la Unión Soviética.

Las secuelas de la guerra llevaron a un sistemático enfrentamiento entre Washington y Moscú, impuesto por las drásticas diferencias de sus regímenes políticos y su organización económica. Así se inició la Guerra Fría como una confrontación en que se pondrá en juego el modo de vida y la organización política y económica del mundo. El dilema fundamental, como apropiadamente lo subrayó el Presidente Truman, fue una disputa en torno a la organización política y económica mundial. O vivir como en EE.UU. o vivir como en la URSS.

En el diferendo de la Guerra Fría hubo claramente dos etapas. Una primera que se extiende hasta finales de la década de los 60, en que las dos superpotencias controlan eficazmente a los países adscritos a sus bloques, y donde las estrategias de la Casa Blanca y el Kremlin prevalecen.

Pero luego de los desórdenes políticos que caracterizan a la década de los 60, emergen nuevos actores internacionales. A ambas superpotencias se les hace cada vez más difícil imponer sus decisiones estratégicas a los países cercanos a su poderío. Surge entonces un poderoso bloque de países no alineados que se comportan como un tercer actor crítico. La fase 2 de la Guerra Fría, conocida como la Detente, fue así un tiempo de estrategias cambiantes y propuestas diferenciadas que fueron manteniendo la prevalencia de ambas superpotencias en función del monto de sus arsenales nucleares. Esto convirtió en sustancial el poderío económico y la capacidad de innovación de cada una, lo que intensificó el juego y la disputa, que incluyó a varios otros actores de ambos bloques. La diversidad de iniciativas y conflictos fue acercando a ambos rivales al momento decisivo en que la superioridad económica y militar de Washington acabó por prevalecer, dando lugar a la crisis del campo socialista. La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y, finalmente, la desaparición de la URSS, en diciembre de 1991, afianzaron ese proceso. EE.UU. ganó así claramente la Guerra Fría, pero no pudo en la fase siguiente, bautizada como Post Guerra Fría, ejercer las cuotas de poder o las posibilidades de conducción que su nuevo poderío parecía ofrecerle.

El escenario del conflicto bipolar tuvo un gradual impacto en los 20 países que forman la América Latina, donde fue disminuyendo la fuerte preeminencia de Washington y la disciplina de las naciones del sur a los dictámenes de la Casa Blanca y el Departamento de Estado, y donde buena parte de los 20 países de nuestra región plantearon en algún momento disparidades frente a Washington. El momento culminante que confirma esta tendencia fue el triunfo de la Revolución cubana y su posterior alianza con la URSS. Por primera vez un país de la región más cercana y dependiente de Washington se alineó en su contra, lo que incentivó grados distintos de autonomía internacional en varios otros países del área.

EE.UU. enfrenta ahora nuevos conflictos, como el planteado frente al poderío industrial de China. Todos, en un contexto diferente al de la Guerra Fría, en donde no se percibe la instauración de un único régimen alternativo.

La conclusión más importante es que las relaciones hemisféricas pueden caracterizarse por diversos grados de acuerdos o faltas de entendimiento con EE.UU., pero nos parece que el horizonte más fecundo para los 20 países latinoamericanos no estará en una agudización coordinada frente al régimen de Washington, sino en el establecimiento de nuevas estrategias de cooperación e integración que superen el fracaso y las restricciones de las tentativas anteriormente aplicadas en América Latina.

Entender que el mayor reto de los países latinoamericanos en la coyuntura actual es convertir a la nuestra en una región estructurada, capaz de funcionar bien en un mundo de grandes regiones, es la verdadera clave de una política exterior que ofrezca una mayor influencia internacional a los países latinoamericanos.

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