No es solo que molesten o incluso a veces atemoricen: son también costos que pagamos y oportunidades que perdemos.
Esa es la aproximación del economista y sociólogo Jorge Fábrega al fenómeno de las incivilidades. Académico del Centro de Investigación en Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo, Fábrega usa el análisis económico para estudiar las dinámicas sociales y su impacto. Un cruce de disciplinas que ayuda a entender por qué cuestiones como una música que se escucha a todo volumen en medio de la noche o un asado que se cocina en plena vereda pueden ser algo más que un mero incidente urbano.
—¿Qué debemos entender por una incivilidad?
—Lo esencial de las incivilidades es ser transgresiones a ciertas normas que no alcanzan a ser delito —explica.
Pero esa primera definición lleva a Fábrega a hacer luego una distinción clave. Por una parte, dice, están aquellas conductas que violan una norma que es ampliamente compartida, incluso por el responsable de la incivilidad. Por ejemplo, el caso de un ciclista que se desplaza siempre por las ciclovías, pero que en un momento puntual, por la razón que sea, se sube a la vereda: él sabe que no debería hacerlo, pero igual lo hace.
Hay, sin embargo, un segundo y más complicado tipo de incivilidades: cuando no existe una norma que todos acepten, pero sí hay un espacio público compartido. Es, por ejemplo, lo que ocurre cuando un nuevo grupo de personas llega a un lugar y sus costumbres chocan con las de quienes estaban allí desde antes. "Ahí tenemos dos cosmovisiones, y lo que una percibe como incivilidad, la otra lo percibe como su manera legítima de actuar. Hay una disputa de normas, de cómo se habita el espacio público", hace notar el académico. El caso más claro son las tensiones que suelen producirse con la llegada masiva de inmigrantes a una ciudad o a un barrio.
Convenciones sociales que nos ahorran costos
Ello pone además en evidencia el carácter dinámico de las incivilidades, un fenómeno donde las valoraciones van cambiando en el tiempo. O, como dice Fábrega: "No hay un manual de cortapalos de qué es lo civil, qué lo no civil, porque es algo que se aprende en la interacción con otros". Pero eso, claro, no hace menos necesaria la existencia de una visión compartida de las normas sociales o al menos la disposición a acatarlas.
"Nosotros —señala—, por la mera interacción de unos con otros, vamos desarrollando ciertas convenciones de prácticas o expectativas mutuas. Y una vez que tú y yo anclamos una expectativa mutua, hay ciertas cosas de las que ya no tenemos que preocuparnos. Piense en un contrato entre dos personas. Ellas tienen que poner por escrito un montón de cosas anticipando lo que deberán hacer en todas las posibles circunstancias que surjan. Pero cuando hay una expectativa compartida, el tamaño del contrato es más chico, tienen que gastar menos energía en hacerlo, porque hay cosas que se esperan y que son aceptadas por ambas partes, aun cuando no estén por escrito. Eso es lo que hace la convención social: te reduce los costos de transacción".
Costos que, por el contrario, se multiplican cuando la percepción de las personas es que las incivilidades se han vuelto el pan de cada día y ya no se puede confiar en que el otro hará lo que se espera de él.
Para que se instale esa percepción, no es ni siquiera necesario que las transgresiones efectivamente aumenten. En tiempos de redes sociales, cuando cada persona tiene un celular y hay un teléfono en todas partes, "una incivilidad que antes no se veía ahora se ve y se transforma rápidamente en un meme. Y mientras más disruptiva sea, más se difunde, y esa sensación por sí misma genera realidad".
—Un comentario habitual es la queja de que "hoy cualquiera hace cualquier cosa": la idea de que hay más impunidad en las incivilidades. ¿Tiene alguna base?
—Lo que ahí está sucediendo es que hay un proceso incipiente de anomia: lo que antes nos regulaba en nuestra vida en común ya no nos está regulando tanto, pero lo nuevo que va a emerger para regularnos aún no ha terminado de consolidarse. Entonces, en ese espacio anómico, surge esta preocupación. Y es súper importante. Nosotros podemos pensar en las incivilidades como cosas menores, pero esas incivilidades del día cotidiano, que van generando un malestar permanente, la percepción de que ya no sé lo que pasa en el espacio público y lo que puedo esperar, eso genera demanda política por algún tipo de liderazgo de autoridad que logre resolverlo. Los sentimientos asociados a búsqueda de orden, de seguridad, se vuelven más intensos.
—¿Cuál es el vínculo entre incivilidades y percepción de inseguridad?
—La civilidad supone cierto ethos compartido. La incivilidad es que ese ethos ya no lo compartimos. Antes yo ya sabía qué iba a pasar en el espacio público, ya sabía qué esperar de los otros y los otros sabían qué esperar de mí, pero ya no. Entonces, tengo que tomar acciones para protegerme. Empiezo a andar, por ejemplo, con cámaras en los autos; a no salir a ciertas horas. Esos costos de transacción que tenía resueltos, ya no los tengo.
"Está el caso famoso de Nueva York y los vidrios rotos: cuando en un vecindario las cosas están sucias, feas, rotas, el lugar empieza a ser considerado inseguro. Y al ser considerado inseguro, las personas evitan ir y los que viven allí son estigmatizados. Se produce un círculo vicioso que hace que, como es más inseguro, quienes podrían haber decidido instalar un local ahí no lo van a hacer, y las inversiones empiezan a ser menos. Se genera una dinámica que hace que nadie esté dispuesto a hacer el esfuerzo necesario para revitalizar la zona".
—¿Son entonces las incivilidades también un problema económico?
—Exactamente. Supongamos que pudiéramos clasificar las incivilidades en cinco tipos: unas que tienen que ver con ruido, otras con mobiliario público, otras con suciedad y así. Cuando esos distintos tipos de incivilidades se acumulan unas sobre otras en alguna zona específica de la ciudad, empieza una dinámica en que esa zona pasa a ser como un atractor de incivilidades, porque pareciera que las normas ahí no funcionan. Entonces, los que quieren evitar estar asociados a eso se mueven hacia otros lugares. Hay menos inversión, menos cuidado del espacio público y todo eso hace que el deterioro se acentúe.
"Hay un costo muy concreto asociado a revitalizar la zona: el costo de pintarla de nuevo, reparar las calles, el patrullaje policial, etc. Ese es un costo económico directo, pero, además, al perder vitalidad estos lugares, las personas se empiezan a mover hacia otros. El problema es que quienes no pueden moverse —por ejemplo, porque no tienen el capital suficiente— pierden oportunidades. Pero también las pierden aquellos que podrían beneficiarse de hacer un match con ellos porque no los van a encontrar o incluso no los van a contratar justamente porque vienen de ese lugar. Y así también la valoración de la zona en términos del valor del metro cuadrado empieza a bajar. En definitiva, la incivilidad, a pesar de que esto pueda parecer bien etéreo, tiene un costo económico significativo porque es básicamente una cristalización de la desconfianza mutua".
La solución del "pituto" y un talento que se pierde
—Tendríamos entonces el costo directo: limpiar, reparar, y el costo indirecto: la caída del valor del suelo, la reducción de las inversiones. Pero usted habla además del costo que supone la desconfianza hacia quienes provienen de una zona asociada a incivilidades.
—Claro. Eso debería preocuparnos especialmente en Chile, donde, desde que existen las mediciones, aparecemos como un país en que confiamos poco en el otro. Partimos de la base de que yo no sé si tú vas a cumplir tu parte del acuerdo, si me vas pagar o vas a respetar los plazos. Y cuando tú tienes una sociedad que debe hacer una alta inversión en tratar de generar mecanismos que me protejan debido a la desconfianza, eso tiene un costo económico importante en oportunidades que no se aprovechan.
—¿Eso pasa en los grandes negocios también: la empresa que dice no voy a invertir en tal lugar, solo voy a construir en tal otro?
—Sí. Y también, en vez de contratar al experto en X, Y o Z, voy a contratar a aquel que conozco, que no es experto, pero sí puedo confiar en él. O al que sí tengo algún mecanismo de enforcement mutuo, porque, si falla, va a haber una sanción social, pues pertenecemos al mismo grupo. Entonces, ¿qué es lo que pasa en países como el nuestro, con alta desconfianza? Bueno, cada cierto tiempo va a salir un reportaje que hable de cómo, en el sector público o el privado, son todos amigos: la idea del pituto. El pituto es una norma social que existe para reducir costos de transacción. El problema es que no siempre en tu entorno va a estar la persona con la que tú maximizarías riqueza u oportunidades. Mientras, en esa zona que es insegura, que la valoración de su terreno está en declive, hay un personaje que tiene un talento, pero nadie lo va a aprovechar, porque la desconfianza está instalada.
—¿Hay un vínculo entre menor percepción de incivilidades y desarrollo? ¿Qué es antes y después?
—Lo que sabemos es que van de la mano, que al parecer la causalidad va en ambas direcciones: un círculo virtuoso. Si tú logras generar la dinámica de reducir incivilidades, los efectos económicos de mejoría en la valoración del suelo, de que se instalen nuevas inversiones, empiezan a suceder y como consecuencia va a bajar a su vez la sensación de incivilidad. Y cuando parte al revés también. Por ejemplo, cuando en algunas ciudades de Europa, zonas que estaban botadas, las transformas, o aquí mismo en Santiago, cuando en sitios eriazos instalas algún mobiliario urbano, eso ayuda a mejorar el entorno. En ese caso, no es que la incivilidad se haya reducido y por tanto llegue algo, sino que hubo una acción pública y, al mejorar el entorno, empiezan a bajar las sensaciones de temor y de incivilidad.
—Preguntado de otra manera: el fenómeno de la incivilidad, ¿es una traba para el desarrollo?
—Es una traba para el desarrollo. Y si vamos al comienzo de nuestra conversación, es probablemente una de las trabas más difíciles de resolver porque está anclada en las prácticas sociales, que se construyen junto con otros. Entonces, si tú estás atrapado en un mal equilibrio, por ejemplo, en la desconfianza mutua, salir de ese escenario requiere un cambio de juego. Y eso, cuando son personas en la calle, nadie tiene una incentivo para hacerlo. Solamente puede surgir de algún emprendedor político o de alguna autoridad que logra cambiar la interacción de unos con otros. Entonces, efectivamente, invertir en mejores condiciones de zonas verdes, en luminarias, en limpiar grafitis, tiene una rentabilidad social asociada por la reducción de las incivilidades y la recuperación de esos espacios.
Chile, en el difícil "corredor estrecho"
—Uno escucha a alguna gente decir: nunca vamos a ser desarrollados porque hay demasiadas incivilidades en Chile. ¿Hay sentido en esa afirmación?
—El mejor de los mundos es uno en que dos individuos no necesitan hacer mucho esfuerzo para coordinar un intercambio. Puede ser un intercambio donde yo te compro algo, en que los dos hacemos un negocio juntos o en que tú me vas a enseñar algo a mí, lo que sea: mientras menos esfuerzo tengo que hacer previo al intercambio, esos costos, que se llaman costos de transacción, se van a cero. Y eso sucede cuando tú y yo tenemos una cosmovisión compartida.
"La segunda capa es cuando quizás no tenemos la misma cosmovisión, pero sí tenemos la misma forma de resolver nuestras diferencias. Ahí el costo de transacción existe, pero es más bajito. Entonces, los países que logran establecer mecanismos eficientes de hacer exigible tu responsabilidad por las cosas en las que te involucras tienen menos incivilidad porque la gente termina cumpliendo: la persona se sube al transporte público y paga, aunque nadie esté fiscalizando, porque sabe que eventualmente la sanción sí va a existir y no se la va a poder sacar ni el hijo de una autoridad ni nadie. Ahí tú tienes una sociedad que ha logrado reducir los costos de transacción a lo mínimo. Ahí efectivamente hay menos incivilidad y más desarrollo".
"Otras sociedades no tienen eso y deben gastar esfuerzos o en baipasear normas o en hacer normas que funcionan por un tiempo y luego fracasan y quedan atrapadas en el subdesarrollo. Países como Chile, que han logrado cierto progreso institucional, están en un punto intermedio, en un ‘corredor estrecho’, como lo llama Acemoglu (el Premio Nobel de Economía 2024), que funciona y que podría llevar al desarrollo, pero hay que transitarlo".