Columna de Astronomía | El problema de Copérnico, el arte de Borges y la chapucería de la "Tierra Plana"
Nos costó pasar del geocentrismo pueril al heliocentrismo, principalmente, porque no teníamos una física. Ahora no podemos esconderla bajo la alfombra.
18 de Octubre de 2017 | 09:32 | Por Alejandro Clocchiatti
Por Alejandro ClocchiattiAcadémico del Instituto de Astrofísica de la U. Católica de Chile
Doctor en astronomía de las universidades Nacional de La Plata (Argentina) y Texas en Austin (EE.UU.). Fue investigador postdoctoral en el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo. Actualmente es profesor titular del Instituto de Astrofísica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, e investigador del Instituto Milenio de Astrofísica y del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA).
En 1543, Copérnico publicó su revolucionaria cosmología con la Luna girando en torno a la Tierra y ésta, junto a los demás planetas, en torno al Sol. El modelo heliocéntrico se oponía al geocéntrico, que había sido hegemónico por catorce siglos. El problema de Copérnico fue que en su época todo se reducía a optar entre dos esquemas geométricos. El universo conocido podía explicarse igualmente bien con perspectivas centradas en Sol o en la Tierra. No había pruebas del movimiento de ésta, ni una teoría de gravitación para explicar las órbitas planetarias y justificar que podíamos viajar girando por el espacio a miles de kilómetros por hora sin percibirlo. El heliocentrismo se hizo arrollador recién un siglo y medio más tarde gracias a los telescopios y, sobre todo, a la física de Newton.
Resulta sorprendente que en la Inglaterra Victoriana de 1884, el escritor Samuel Rowbotham fundara la "Sociedad de la Tierra Plana", para denunciar la "inconsistencia de la astronomía", proponiendo una cosmología en la cual nuestro planeta sería un disco plano parecido al logo de las Naciones Unidas. Más notorio aún es que esa sociedad haya sobrevivido hasta hoy y que a principios de este siglo tuviera algunos miles de socios cuyo afán es demostrar que hemos vivido engañados por una conspiración que comenzó hace más de veintitrés siglos cuando Aristóteles explicaba por qué la Tierra es esférica.
En "Tlön, Uqbar, Orbius Tertius", Jorge Luis Borges imagina la confabulación de "una sociedad secreta y benévola que surgió para inventar un país" –Uqbar–, cuyas "epopeyas y leyendas no se referían jamás a la realidad, sino a las dos regiones imaginarias". Una de ellas es Tlön, que con el devenir de los confabulados se transforma en un planeta cuyos paisajes, fauna, flora y habitantes son descritos con fino detalle en una enciclopedia secreta. En el cuento, la trama es revelada por un libro que queda en un hotel cuando Herbert Ashe, un huésped perpetuo que era miembro de la sociedad, fallece súbitamente.
Los humanos tenemos una pasión innata –quizás una adaptación evolutiva– por encontrar el significado oculto en formas borrosas o lo que podría haber detrás de lo aparente
Alejandro Clocchiatti
¡Borges imagina una conspiración que imagina un país cuyos habitantes imaginan un mundo! Esta fantasía al cubo, lejos de ciencia, es pura literatura fantástica. Pero el arte borgeano nos da pistas para ponderar el mérito de la Tierra Plana y sus apóstoles, que sí deben pasar por el filtro científico. Primero, Borges describe la diferencia entre Tlön y el universo real comparando un laberinto urdido por hombres y otro urdido por ángeles: Tlön es fantástico en un sentido humano, al igual que la Tierra Plana. El universo real, por su lado, nos sorprende siempre con cosas que nadie había imaginado. Segundo, dedica párrafos brillantes a Herbert Ashe, a quien presenta diciendo "En vida padeció de irrealidad…".
¡Irrealidad!, esa es la enfermedad que sufren quienes adoptan con fervor estas teorías conspirativas. Los humanos tenemos una pasión innata –quizás una adaptación evolutiva– por encontrar el significado oculto en formas borrosas o lo que podría haber detrás de lo aparente. Pero no hay bien que por mal no venga: Si no contrapesamos la pasión con algo de razón y observación imparcial, podemos malgastar nuestro tiempo y energía en empresas irrelevantes, o negativas, para la causa humana.
La irrealidad se cura con ciencia. Y la Tierra Plana en particular con física. Si ampliamos la discusión cosmológica del "cómo" al "por qué", es obvio que la Tierra Plana clama por una física, aún desconocida, que explique no solo su forma exótica, sino todo lo que nos rodea (como la actual). Por ejemplo: los microchips, las alas del avión, el "wifi", las ondas sísmicas, el celular con su GPS, la TV satelital, las mareas, la bomba atómica, el láser, o el sentido de giro de los huracanes Katrina y Catarina.
No estamos en la Academia de Atenas. Lo que era ingenioso candor de geómetras en 350 A.C. es, en 2017, una intencionada, obtusa e insana opción por la ignorancia.