“Haití es un país lindo”, dice y los ojos se le llenan de lágrimas, pero que jamás soltará en la entrevista.
Llegó apenas hace 72 horas en el avión FACh que llevó ayuda humanitaria y ha concentrado todas sus fuerzas en informar a la organización
América Solidaria sobre qué está sucediendo en ese país caribeño, golpeado el martes 12 de enero por un terremoto que dejó casi todo en el suelo.
Libe Larvarte llevaba 9 meses de voluntaria en Haití, en el cargo de coordinadora, cuando la tierra se sacudió. Ella había ido a dejar a una amiga al aeropuerto –que salió en el último avión que despegó- y estaba en clases de francés en un instituto cuando todo pasó. El edificio en que se encontraba resistió, pero al comenzar a caminar por las calles visualizó la magnitud del desastre.
Chilena-española (nació acá, pero partió a la Madre Patria a los 4 años), Libe no describe el horror que vivió, sólo se limita a decir que las imágenes que más la impactaron fueron ver a decenas de haitianos, heridos graves, cargados en puertas o en lo que fuera, esperando pacientes ser atendidos en los jardines de la casa del Primer Ministro, la Prematura. Ahí, en silencio, aguantaban el dolor sin pasar a llevar a los que habían llegado antes.
“En el momento de la tragedia éramos todos iguales, después, no”, cuenta al explicar que ella fue alojada en la embajada francesa y ahí recibía comida, mientras los que estaban al otro lado del muro, ni siquiera agua.
“Necesito volver a Haití”, agrega. Pero sabe que tendrá que esperar que las cosas se normalicen un poco. Su regreso a Chile se explica por el hecho de que allá se necesitan personas que cumplan funciones muy específicas (médicos, especialmente) y no que consuman lo poco que hay en el país. “Había que ser un aporte a la emergencia”.
-Te criaste en España, ¿conocías los temblores?
“Allá nunca, había sentido temblores en Chile (regresó ya mayor a su país natal), pero nunca un terremoto. Y lo increíble es que en Haití no había conciencia de que esto podía pasar, de que estábamos encima de una falla”.
-¿Cómo lo viviste?
“Cuesta reaccionar; se siente impotencia, pero después, porque en el momento no se entiende lo que ha pasado. La primera reacción mía fue saber dónde y cómo estaban mis amigos, mi pareja, los voluntarios y tuvimos mucha suerte porque todos estaban bien.
“A partir de ahí, empezaron a llegar las noticias y uno le iba tomando el peso a lo que estaba pasando. Al principio uno está atónito y después se va calibrando lo que ocurrió”.
-¿Perdiste amigos?
(Su voz baja de tono) “Sí, todos hemos perdido amigos, no hay nadie que no los haya perdido a no ser que hubiera llegado el día anterior. O todos tenemos amigos que perdieron familia”.
-Los haitianos lo han pasado mal. ¿Después de esto tienen una sensación de castigo, de por qué a nosotros?
“No lo sé. No sé si explican el terremoto; ellos son un pueblo que ha sufrido muchas situaciones difíciles y ante las dificultades se vuelve a parar, se junta, utiliza los mecanismos que ha tenido siempre para sobrevivir.
“América Solidaria mandó cuatro médicos que ya habían estado allá y hablan el idioma y ellos se instalaron en la Prematura, que está al lado de la embajada de Chile; ahí llegaban heridos muy dañados, siendo cargados, y aguantaban las curaciones y después agradecían con una sonrisa. Haití es un país muy estoico”.
-¿No lo perciben como una injusticia?
“Seguramente sí, yo veía eso y decía,
dónde está el coro griego, a qué Dios hemos ofendido porque, realmente, la sensación era de absurdo, de tragedia inexplicable, casi de ensañamiento. No sé cómo lo están interpretando ellos”.
-¿La mayor impotencia es sentir que todo es tan grande que no se tiene salida?
“Es que no se puede tener una perspectiva individual; desde ahí es imposible de resolver. Hay que tener una visión de grupo; yo estuve 9 meses, mi organización lleva muchos años, hay experiencia acumulada, y hay que trabajar, hay que usar esa energía.
“En América Solidaria, más que impotencia, estamos todos movilizados pensando en el futuro. Eso es lo que pensamos quienes queremos a Haití y lo sentimos nuestro país”.
Vuelve a la isla con la mente y dice que fueron tantas las cosas terribles que vio que no puede apuntar a cuál la impactó más... “Había que seguir caminando. Ver a la gente sufriendo con una sonrisa me hizo preguntarme si yo tendría esa fortaleza”.
“Cuando ocurrió el terremoto la gente se juntó a rezar, eso es lo que hacía. Y temblaba y rezaba cada vez más fuerte y eso es lo que siguió haciendo todas las noches. Y cuando yo escuchaba esos rezos decía
hay que trabajar. Lo único que te alivia un poco es sentirte útil”.
Estudió ciencias políticas en el país vasco y trabajó en la Unesco, organismo en el que trabaja su pareja. Desde mayo del año pasado estaba en Haití y desde allá seguía un curso de educación social a distancia.
A sus 30 años, postuló como voluntaria en América Solidaria para viajar a la isla. Ya allá, fue designada coordinadora de los demás voluntarios que se mueven entre Puerto Príncipe y un pueblo que está al sur, Aquín. Ahí está el Centro de la Pequeña Infancia donde tiene presencia la Junji.
-¿Qué te marcó de los 9 meses vividos en Haití, previo a la tragedia?
“Es curioso, Haití no es un país cómodo para vivir; es un país donde cuesta movilizarse, hace mucho calor, pero desde que llegué me sentí en mi casa, me gustaba la gente. No sabía creóle, pero el modelo de América Solidaria hace que vivas la realidad del pueblo, aunque no igual”.
-¿Cómo los definirías?
“Siento que es un pueblo muy digno y también un poquito cabezota. Es gente orgullosa, saben que son la primera nación negra, que nacieron de una revuelta de esclavos y que son pobres, pero al mismo tiempo, se presentan de igual a igual y eso me gustó.
“Es difícil generalizar, pero siempre uso la figura del ‘tap-tap’ (el microbus); en el tap-tap caben todos, incluso los blancos. Todo el mundo se acurruca, se hace un espacio, suben con las cosas del mercado, se pasan los niños, se pasan las monedas, te sientan en sus faldas. Están acostumbrados a las limitaciones, pero lo llevan con la cabeza en alto”.
Con una sonrisa recuerda el arte haitiano, la belleza de sus creaciones en pintura, metal, madera y otros que se define por su colorido y creatividad. “Es un país de contraste, de fortalezas”.
-¿No se sienten menoscabados por la pobreza que los golpea o los conflictos?
“No se cómo definirlo, pero creo que su orgullo les permite vivir. Por eso también cuesta realizar algunos trabajos porque ellos viven el día a día y a los que van con un proyecto, planificado, les cuesta instalar la idea del largo plazo, de la organización”.
-¿Hay mucha desesperanza?
“No, la gente vive, al día. Uno no pude decir que es gente infeliz, triste o cabizbaja. Sufren, enfrentan situaciones muy complejas, pero salen adelante con su ritmo; se ríen, la vida se hace en la calle y por eso, la lógica es del corto plazo porque es lo que tienen más a mano para salir adelante”.
-¿Por qué optaste por ser voluntaria?
“Me gusta mucho el modelo de América Solidaria, cómo trabaja, la perspectiva de igualdad, horizontalidad, de sumarse, para trabajar juntos, con y no por. Se trabaja desde el respeto También, de alguna manera, busqué que mi destinación fuera Haití porque mi pareja estaba allá”.
-¿Vas a volver?
“Sí, sí, lo que tenemos que tener ahora es humildad para saber cuándo es el momento, porque todos nos morimos de ganas de estar ahí. Para nosotros, hablo de los voluntarios que nos tuvimos que venir, Haití es nuestra casa. Es un país que queremos, nos sentimos parte, tiene caras e historias, pero queremos hacer un aporte real. Yo... (se le entrecorta la voz) necesito volver a Haití”.