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Elegantes ojos azules: El estilo de Julita Astaburuaga

Para varios, hoy falleció no solo una chilena, asistente común de los eventos más exclusivos de Santiago. También partió una de las mujeres con más glamur del país, que enseñó que la elegancia es una esencia que poco tiene que ver con la ostentación y los lujos.

14 de Marzo de 2016 | 12:20 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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En la década del 40, Julita era reconocida en los medios gráficos como una de las mujeres más lindas de Santiago.

Archivo El Mercurio.
SANTIAGO.- “Una de las jóvenes más hermosas de la sociedad santiaguina”. Así era descrita Julia Astaburuaga Larraín en 1945, cuando sus bellas facciones la hacían protagonista de un sinfín de bailes y reuniones sociales y rostro de una campaña publicitaria para una crema. Tenía 26 años y la imagen en blanco y negro en las revistas, apenas lograban rescatar los profundos ojos azules que la acompañaron hasta su muerte, este lunes 14 de marzo, por un cáncer de páncreas.

¿Cómo pude una mujer conservar ese halo de hermosura, por más que pasaran los años (falleció a los 96)? ¿Cómo mantener la elegancia acostumbrada en su infancia llena de viajes y vida social, si luego y tal como ella lo afirmó, no tenía el dinero necesario para adquirir los vestidos que alguna vez acostumbró? La respuesta a ambas preguntas la demostró esta mujer a lo largo de toda su vida pública, en la que se encargó de enseñar que la elegancia es una esencia que transita en otro camino distinto al de las grandes marcas y sobre todo, ostentaciones y grandes lujos.

Descrita siempre por sus conocidos como una mujer admirablemente positiva, supo sobreponerse a una truncada carrera como bailarina –“me echaron por gorda”, comentó una vez-, una separación, un mediático asalto que la dejó sangrando en la calle, el año 2007, y el suicidio de su abuelo, hecho que significó para su familia, además de la evidente pena, el fin de una “niñez de oro”, como Julita la recordaba.

“Vivíamos en la casa de mi abuelo, un gran palacio en Pedro de Valdivia, pegado a la Municipalidad de Providencia. Fue hecha por Josué Smith Solar y tenía una enorme piscina. Había miles de empleados y se hacían preciosos bailes. La nany inglesa nos sacaba a mi hermano Jorge y a mí a la ventana para que miráramos a la elegante gente bailando en la cancha de tenis”, relató en 2015 a revista Caras.

Se fue a vivir con su mamá a calle Ejército, donde el cambio de estilo de vida fue evidente, pero nunca hubo una sola queja, nunca faltó nada, y quizás las únicas diferencias las hicieron notar algunas personas de su entorno. “Mi mamá jamás se quejó. Ella tenía abrigos de visón, mink, chinchilla, armiño y astracán, y las joyas más lindas que te puedas imaginar. Esa era la verdadera riqueza en esa época, no como ahora que son las casas y los autos. Mi mamá continuó siendo igual de elegante, por lo que yo seguí naturalmente en ese mundo (…) Una vez se rieron de mí en el colegio porque la enagua que usaba era un vestido viejo de mi mamá. No me afectó. Nada me daba vergüenza”, recordó en la misma entrevista.

Un estilo independiente


De su madre aprendió no solo el arte del reciclaje de ropa –cuando se trata de prendas de calidad, éstas son eternas y bien vale la pena renovarlas-, sino que no dejar nada al azar cuando se trata del look.
Poco le importaban las tendencias de moda, qué se usa esta temporada y los colores que predominan el año. A Julita le interesaba la calidad, porque aprendió desde chica que un buen corte y una buena tela son garantía de buen gusto y una inversión que duran décadas.

Para tener un impecable armario, siempre contó con amigos diseñadores, como Luciano Brancoli, y con amigas que no dudaban en compartir la ropa que no usaban con ella. A esto se sumaban sus fieles camaradas del vestuario, Rómulo Lizana y Osvaldo Mendiburu, los dueños de Click, la tienda que por 44 años se encarga de traer cortes de Givenchy, Yves Saint Laurent o Chanel, entre otros, y confeccionar prendas personalizadas y a mano. “En todos mis cumpleaños me visto con algo de ellos”, dijo Julita en 2014, en una entrevista hecha a Mendiburu y Lizama, quienes habían decidido que Astaburuaga, a sus 94 años, fuera la modelo de sus prendas para dicha publicación.

Oro, perlas, lunares, animal print de leopardo, distintos azules que de aliaban con sus ojos, y el siempre bienvenido negro eran figuras y colores comunes de su vestuario, ya fuera en una alfombra roja, o yendo al concierto de rock de Yajaira, donde su nieto, Samuel Maquieira es guitarrista.


Una mezcla de humanidad (solía participar en cuanto grupo de beneficencia armaban sus amigas), y “frivolidad” estética, nunca negó que le gustara verse bien: "A mí me encanta arreglarme, me encanta la moda, el glamur, la gente, y creo que es muy importante a esta edad tener una dosis de frivolidad”, comentaba en 2003, a sus 84 años. “No me importa para nada que me consideren una vieja frívola, porque yo soy frívola y trascendente. Pienso en la muerte todos los días. No me conformo con la idea y le pido a Dios que me enseñe a aceptarla”.
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