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Columna: Pelando bajo la lluvia

13 de Agosto de 2001 | 18:33 | Amanda Kiran
Entramos al camarín y como ya estaban las duchas ocupadas tuvimos que esperar. Estaba lleno de mujeres desconocidas para nosotras, puras "viejas cuicas", porque nuestro preparador físico nos había conseguido hacer el plan de pesas en un gran gimnasio, un gimnasio que no estaba a nuestro alcance.

Mientras la Caro, la Andre y yo esperábamos nuestro turno para ducharnos nos quedamos copuchando sentadas en el suelo. Nada malo, sólo de las pesas, las trotadoras, de eso que se habla dentro del camarín de un gimnasio.

Igual era divertido oír de fondo lo que las señoras conversaban de una ducha a otra, gritándose, jurando que estaban solas. Nosotras escuchábamos la mitad de sus historietas mientras hablábamos la mitad de nuestras cosas. Yo me desconcentré porque las señoras comenzaron a detallar algunas historias que no pensé que pasaban en la vida real.

La Andre y la Carola empezaron a sonar lejanas, así que seguí agudizando el oído hasta sintonizarlo bajo el agua que mojaba a las señoras con cuerpos renovados a mano.

Hay que ver lo bien que se puede escuchar todo en un camarín...

-Te juro -decía una- que la Beatriz se fue a la playa con los niños y al minuto me llama su marido Jorge para pedirme unos favores.

-Noooo -contestaba la otra-, ¿y que favores quería ese fresco, Soledad, por favor?

-Esos favores, pos, tú sabes, nada al final, sólo verme, es que él siempre estuvo enamorado de mi...

-¿En serio? -gritaba la otra-, eso sí que no lo sabía... Ay, se me llegó a caer el jabón.

-Sí pos, si la Bea es casi frígida, y sabe que yo no...

-¿Por que sabe eso, Sole?

-Porque fuimos pololos como a los 25 antes que conociera a la amargá de la Beatriz.

Algo me dijo la Andre, pero no le entendí. Estaba metida en el pelambre bajo la lluvia de agua caliente que de a poco les quitaba el oxígeno.

Lo que la Andre me quería decir era que me fijara en la mujer que había entrado. Debe haber tenido unos 37 años, bastante linda, tenía su buzo puesto y le faltaban las zapatillas, así que entró al camarín a cambiarse los zapatos para comenzar su serie de ejercicios.

La dama que cuida el baño, que estaba tan atenta al pelambre como yo, la miró con cara de circunstancia, y la saludó, mientras ella amablemente le devolvía el saludo. Se sentó cerca nuestro, nos levantó las cejas, yo se las subí de vuelta, y me puse a conversar con mis amigas.

Pero no las escuché. Me puse a pensar en las cosas que pueden pasar en un camarín de mujeres, porque las mejores y peores cosas de una persona pueden descubrirse en el secreto de estos baños, aunque es cierto que -como en el fútbol- en el vestuario hay un código de honor. Sin estar escrito, se sabe que nada sale.

La copucha de las señoras bajo la ducha prosiguió, largamente; de a poco las otras duchas se fueron desocupando, entré en una de ellas y escuché lo que no quería escuchar.

-La cosa, Sofi, es que terminamos agarrando como locos, y estamos esperando que la insopor de la Beatriz vaya a la playa de nuevo con los niños. ¿eso me convertirá en la amante de Jorge Andrés, que opinai tú?

De pronto se sintió que alguien cerraba la puerta del camarín. Entreabrí mi cortina, para observar mejor, y vi que la bella dama, que ya se había puesto las zapatillas, venía con una cara descompuesta hacia la ducha por donde salía la voz indiscreta. Mi corazón palpitaba, y no sabía qué hacer, así que no hice nada. Entonces, al llegar a la ducha famosa, la mujer abrió la cortina de sopetón, miró a la señora empapada y le dijo "¡mira Soledad, los baños son públicos, estúpida!" Y ¡paf!, le plantó la feroz cachetada.

Amanda KiranLa cara de la tipa le quedó tan descompuesta que de veras va a necesitar otro retoque del cirujano.

La engañada se secó la mano en el buzo y salió lo más rápido que la dejaba el piso mojado. Cuando ella ya salía, se cruzó con la Andre y la Caro, que venían semidesnudas a ducharse sin entender lo que había sucedido. Yo estaba blanca en el silencio repentino del camarín. Sólo se sentía el agua caer, como miles de pequeñas cachetadas contra el piso culpable.

Nos vestimos rápido sin hablar. Salimos y afuera estaba la mujer engañada, pedaleando con un ritmo raro. Apareció un entrenador, que se le acercó para saludarla.

-Ohhh!!! señora Beatriz, tantos meses que no la veía por aquí...

Amanda Kiran
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