Mario Córdova
(16/09/2003)
Bajo la dirección de David del Pino, la Orquesta Sinfónica de Chile acaba de ofrecer el octavo programa de su temporada internacional, dedicado de lleno a Beethoven e integrado por una terna de obras.
La más extensa e interesante de escuchar fue el llamado Triple Concierto, Opus 56, la más famosa de las creaciones de todo el repertorio universal, con participación solista del llamado trío clásico (violín, piano y violoncello). Para su servicio originalmente éste grupo iba a estar conformado por Sergei Krilov, Stefanía Mormone y Celso López, pero la cancelación de la visita de los dos primeros hizo que fueran reemplazados -sin ningún anuncio oficial ante el público asistente- por los chilenos Alberto Dourthé y Luis Alberto Latorre.
Si tan extraña es la existencia de un concierto con esa singularidad solista, tan compleja es también la armazón al interior de la terna protagónica y su engranaje con el rol acompañante de la orquesta. Esta característica y, sin duda alguna, el cambio señalado hicieron que el inicio de la interpretación tuviera algunas irregularidades y desequilibrios que al llegar el segundo movimiento se disiparon y dejaron terreno libre para un servicio de real calidad, donde la mano de Del Pino ejerció un control extremo en aras de la perfecta sonoridad. La llegada del tercer movimiento con un prolongado pasaje a cargo del cello delató su incorrecto emplazamiento en el escenario, pues entre éste y el director no había ninguna posibilidad de comunicación visual. No obstante esta falla, la música venció y, pese a algunos desajustes menores que pudieron haber sido fatalmente mayores, el sufrido Triple Concierto llegó en esta etapa a sus mejores momentos.
Para después del intermedio estaba la imbatible Quinta Sinfonía, un plato que Del Pino demostró saber preparar con entera maestría. El emblemático primer movimiento dejó ver un ánimo conductor de una agilidad de exacerbada agitación, pero ésta se calmó en el Andante, para dejar paso a una interpretación enmarcada en moldes más tradicionales. En ella, no obstante, primó la fuerza, el cuidado detalle, la solemnidad y unos acertados toques personales en que la batuta extendió algunos sones de los vientos.
El programa había comenzado con la Obertura Leonora N.o 3, con un muy buen servicio, pero advertido de menor trascendencia ante el peso del resto de la jornada.