Íñigo Díaz
El escenario del jazz eléctrico de los 70 no tiene absolutamente nada que ver con el de hoy. Al menos en lo que respecta al impacto que pueden generar en el público aquellos virtuosos solistas surgidos en la época de oro del jazz-rock y todos los engendros post-Miles Davis ácido. Es claro que hay una montonera de músicos que aún conservan entre sus más preciados recuerdos los discos de Weather Report, Mahavishnu Orchestra, Steps Ahead o los Yellowjackets, pero la onda no da para tanto más. La fusión entra en la medianía de adultez y compitiendo con otras propuestas frescas resulta muy fome. Si uno observa bien, en conciertos como los del prestigioso bajista norteamericano Jeff Berlin, el público tiene dos caras: o son melómanos sobre los 40 años, o son estudiantes de bajo eléctrico y otros instrumentos afines. Al nuevo auditor no le interesa escuchar este deteriorado jazz fusión.
Si uno quiere deslumbrarse con el virtuosismo técnico de Berlin en sus paseos de bajo probablemente lo logrará, porque este músico (siempre a la sombra de una estrella mundialmente aplaudida como Jaco Pastorius) puede lograr con su instrumento lo que se proponga en la cabeza. Pero destrezas como esas ya estás archiescuchadas. Al enfrentarse a Jeff Berlin, resulta mucho más interesante mentalizarse sobre aspectos como el siguiente: Berlin no tiene en su trío un saxofón solista. Entonces él mismo está ahí para suplir esa ausencia.
El bajo "pasivo" de Jeff Berlin es en sí mismo un saxofón. O una trompeta si se quiere. El traspaso de la función rítmica de un bajo eléctrico cualquiera a la función solística del bajo eléctrico de Berlin tiene tres décadas de estudio. Y como eso parece ser antinatural, merece toda nuestra atención.
Más allá de si este tipo toca a 120 kilómetros por hora con el metrónomo interno en milimétrico funcionamiento. Su trío binacional en el Campus Oriente, con el barbado y pensante pianista Richard Drexler y el infalible baterista chileno Cristóbal Rojas demostró que Berlin puede ser dos músicos al mismo tiempo. Cuando practica esas líneas tipo saxofón solista, se mantiene siempre con el tempo preciso sugiriendo walking basses tácitos pero muy presentes.
Cuando pone sus líneas de apoyo para el estupendo tecleo de Drexler, es un músico de acompañamiento fundamental. Dos cerebros paralelos en un mismo jazzista.
Así transcurrieron una tras otras las interpretaciones jazzísticas sobre standards como "What is this thing called love?", piezas propias como "Dave Liebman in a jet plane" o hits del ámbito pop como "Tears in heaven" (Clapton), pero cuando Berlin y Drexler se aventuraron a variar sobre el Intermezzo en La Mayor, op. 118, No. 2 de Johannes Brahms la cosa pasó a mayores.
Ni siquiera el metrónomo más perfecto, ni los dedos más plásticos, ni el pensamiento más armónico de ambos jazzistas fueron suficientes para hacer que la interpretación en dueto de esta melodía llegara a un final de aplausos cerrados. Berlin y Drexler se cruzaron, se entrecruzaron y se recruzaron.
Tanto así que se detuvieron y pidieron autorización al público para comenzar otra vez con Brahms. El segundo intento terminó peor que el primero y entonces volvieron al jazz. Berlin y Drexler se llevaron igualmente el aplauso cerrado.
Mucho mejor así, porque tropiezos como esos hacen más humano a un músico que de pronto parece una máquina de alta tecnología, de perfecto ajuste en sus piezas y de rendimiento total. Queremos más equivocaciones como éstas en el jazz.