Gilberto Ponce
En el año de celebración del siglo y medio del Teatro Municipal, la compañía del Ballet de Santiago que dirige Marcia Haydée, pone en escena una de las obras más populares y significativas de la historia de la danza.
“El Lago de los Cisnes”, ha encantado y seguirá encantando a las generaciones que se cautivan con la maravillosa música de Tchaikovsky, con la mágica y romántica historia de Odette, la doncella cisne y el Príncipe Sigfrido, quien se debate entre el amor por ella y el de Odile, el cisne negro.
Con la escenografía de Enrique Campusano, el vestuario de Pablo Núñez, y la iluminación de José Luis Fiorruccio, el montaje nos lleva al mítico mundo de los cuentos de hadas. Esta reposición de Iván Nagy y Marilyn Burr plantea una serie de desafíos a las nuevas generaciones de bailarines de la compañía, que deben alcanzar niveles técnicos y expresivos similares a los profesionales.
En este sentido creemos que su desempeño, aún tímido, asegura el futuro. Sólo les falta ganar la confianza que da la práctica constante y que hará desaparecer las pequeñas descoordinaciones del estreno.
Entre los acompañantes de las figuras principales, podemos destacar la prestancia de Agustín Cañulef como Beno, el histrionismo de Patricio Melo como el brujo Rothbart. En los números para pequeños conjuntos encontramos corrección, pero con falta de fuerza expresiva. En este sentido atribuimos la responsabilidad al acompañamiento orquestal, que dirigió José Luis Domínguez, pues los
tempi con que abordó casi toda la obra, fueron con falta de brío y muchas veces atrasándolos. Eso debe haber desconcertado a los bailarines. Y perjudicó el resultado final.
No obstante la orquesta logró un hermoso sonido sólo descuidado en algunos balances entre las familias instrumentales. Una mención especial merecen los solos de violín y chelo en los
pas de deux de la pareja principal.
Lo anterior no debería dejar la sensación de un mal resultado, pues el entusiasmo de casi la totalidad del elenco en busca de un óptimo resultado, fue correspondido por las ovaciones del público que agradeció la reposición.
Hemos dejado para el final a las estrellas del montaje. Marcela Goicoechea y Luis Ortigoza son una muestra cabal de profesionalismo a toda prueba. Son poseedores de una consolidada técnica que ponen al servicio de los roles que representan. Maravillan. Se hacen dueños del espacio con una especie de levedad mágica que convierte en reales a sus personajes.
El hecho de haber compartido el escenario en innumerables ocasiones, los convierte en cómplices de cada gesto o movimiento. Por ello los cambios de ánimo del príncipe (Ortigoza), primero ante una etérea Odette, y luego ante la sensual Odile, convencen. La calidad de intérprete de Marcela Goicoechea queda en evidencia al personificar cada uno de esos opuestos papeles.
Sin dejar de destacar sus solos, debemos consignar el espacio poético creado por ambos en sus
pas de deux, de notable calidad técnica y expresiva. En justicia diremos que en esta parte el acompañamiento de Domínguez fue de gran calidad.
Un gran éxito para la compañía que de la mano de una de las leyendas del ballet está catalogada como una de las más importantes de América, y que celebra junto a los otros conjuntos, los 150 años del Teatro Municipal.