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Segundo lugar : “Jaltón, el burro”

- “¡¡Basta!!” Rebuznó, sacando hasta la última gota de oxígeno que traía en sus viejos pulmones. Cada cierto tiempo reincidía su angustia al ver cómo iba perdiendo toda posibilidad de ver cumplido su sueño… su anhelado sueño, el sentido de su vida.

Toda la vida había pensado que no era un burro común y corriente. Creció con la convicción de que había sido escogido de entre todos los animales de la Tierra para llevar en su lomo al hijo de Dios. Así se lo comunicó un ángel apenas tuvo la edad suficiente para comprender claramente el mensaje.

Desde entonces que Jaltón, como se llamaba el asno, había puesto todas sus energías, su creatividad, su trabajo y talento en prepararse para transportar, entre palmeras, sobre una alfombra roja y en medio de gritos de júbilo, a Jesús, como le dijeron que se llamaría su pasajero de honor.

- “¿Hasta cuando voy a tener que aguantar? ¡Esta espera es insoportable!”, volvió a rebuznar Jaltón.

- “Siempre te he dicho lo mismo -replicó Burlón, un pequeño borrico de su establo- son sólo alucinaciones tuyas. ¿Como se te ocurre que Dios va a permitir que su hijo monte a un viejo burro, existiendo tantos animales elegantes sobre la Tierra?”

- “Así me lo comunicó un ángel”.

- “Pero si los ángeles no existen- insistió pequeño Burlón- además, tu eres viejo, y el hijo de Dios ni siquiera ha nacido. ¿Crees que es posible que vivas décadas más para ver tu sueño hecho realidad?”

- “Así me lo comunicó un ángel -repitió Jaltón, entre tímida y enojadamente- tal vez Jesús nació hace años y no lo supimos”.

- “Es hora de que dejes de soñar, Jaltón; es imposible no enterarse de la venida del hijo de Dios”, concluyó el pequeño asno.

Jaltón había tenido muchas discusiones similares con pequeño Burlón, pero esta vez los argumentos habían sido devastadores. Ni siquiera en sueños iba a volver a imaginarse entrando a Jerusalén con Jesús montado sobre su lomo, entre multitudes aclamándolo y haciendo flamear las palmeras para refrescarlo. Por fin comprendió que la visita del ángel no había sido más que otra de sus frecuentes alucinaciones.

Mientras seguía sumido en estos malos pensamientos, se le acercó un pastor que no había visto jamás por los alrededores.

- “Buenas tardes señor Jaltón, voy a pedirle un favor que ruego me conceda”.

 

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