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Los desconocidos días de la Mistral en Estocolmo

Sabado, 20 de Diciembre de 2008

Luis Miranda Valderrama.
Beritta Sjörberg, 89 años, camina con rapidez por el living de su casa en El Arrayán. Sus ojos azules van de un lado a otro mostrando cuadros pintados en marfil, sillas fabricadas en Francia antes de la revolución de 1789 y fotos del centenario castillo familiar en Suecia. Beritta sonríe, sus ojos buscan ahora una pequeña revista diplomática de mala impresión donde aparecen fotos antiguas de embajadores y reuniones sociales. Y allí está. Sobre una mesa de centro, muy fina, se encuentra el testimonio. La abre y muestra una foto suya, rubia, hermosa, sonriente, al lado de una mujer serena, de rasgos duros y pelo cano, sin maquillaje: Gabriela Mistral.

"Ahí estoy yo, ¿me ve?", dice. "Yo estuve al lado de la Gabriela durante toda su visita a Suecia, para el Nobel. Tuve el honor de estar cada vez que ella me necesitaba".

La primera vez que Beritta vio a Gabriela Mistral fue en la cubierta de la motonave Ecuador, a un par de millas del puerto sueco de Gotemburg. Era el domingo 9 de diciembre de 1945, de noche; estaba lloviendo y nevando. Beritta Sjörberg era una joven sueca de una familia adinerada que había comenzado a trabajar como secretaria administrativa en la legación chilena en Suecia. Y con pocos meses en su puesto, recibió la misión de acompañar a Gabriela Mistral como traductora.

El barco no había podido llegar al puerto porque su carga de algodón comenzó a incendiarse y era peligroso recalar, de modo que Beritta contrató un bote que fuese a buscar a la flamante Premio Nobel de Literatura. Estaban la poetisa y su secretaria personal, Marion Terra.

"Era un invierno infernal. Muy triste -recuerda hoy, mientras revisa las fotos-. Había terminado la guerra hacía unos pocos meses y Europa aún estaba aturdida. Cuando el bote se acercó al barco, ella tenía dificultad para bajarse. Al llegar a tierra pasó una cosa muy inesperada. Le había comprado unos pasajes para el tren a Estocolmo, en primera clase. Pero de repente se apareció una muchacha de la Juventud Comunista de Gotemburg, y ¡casi me la roba! Habían organizado un acto en la universidad para darle la bienvenida. Pero yo me negué; discutimos, porque la Gabriela debía estar a las 8 de la mañana del día siguiente con el embajador y la gente de la Academia. Cómo la iba a dejar allí, perdida en Gotemburg".

Beritta ríe fuerte. Vive sola con un perro, un jardinero y una empleada. Enviudó hace cuatro años. Su mejor forma de vida es el recuerdo.

"Gabriela Mistral hablaba mucho", dice. "Cuando estuvimos en el tren me contaba de su estadía en Brasil, de lo que le alegraba estar en Suecia. Que el premio había sido inesperado. Le había llamado la atención el frío. Su secretaria no estaba, pensé que había perdido el tren, pero después de buscarla por todos los vagones la encontré en un asiento de tercera clase con un tripulante del barco. Cuando llegamos a Estocolmo todo el mundo quería verla, saludarla. Era una celebridad. La acompañé al Gran Hotel de Estocolmo".

El vestido de terciopelo
Para los suecos, la Mistral significaba el regreso de la premiación del Nobel. Era un símbolo. Después de una guerra que destruyó Europa, dejándola en la bancarrota, esta pequeña celebración otorgaba un grado de normalidad. Se trataba de volver a la vida en paz. Pero para Gabriela Mistral era un reconocimiento amargo. Dos años antes había perdido a su sobrino Yin Yin, quien se suicidó a los 17.

"Nunca la vi triste ni deprimida", cuenta Beritta. "Su agenda estaba siempre llena de eventos. Ella se quedó semanas en Estocolmo y todos querían pertenecer a la Gabriela durante unas horas. Pero le diré que era muy digna y de un trato muy educado. Siempre tenía un tema de conversación y era muy amable con todos, aunque se cansara. Lo único extraño es que a ella le costaba dormir. Yo le traía leche tibia, pero no le gustaba".

El lunes 10 de noviembre, en la mañana, se produjo un inconveniente que Beritta debió resolver. Gabriela Mistral no tenía un vestido para la gran ceremonia de la noche.

"Me pidió que le fuera a comprar un vestido muy particular", recuerda Beritta. "Que fuera negro, de terciopelo, manga larga y que le llegara hasta los pies. Encontrar un vestido así en una ciudad en donde se comía un huevo a la semana y 250 gramos de comida al mes, resultaba complejo. Pero encontré cinco vestidos con esas características y uno de ellos le quedó perfecto. Fue el que usó en la entrega de los premios. Yo no fui a la ceremonia, pero esa fue mi manera de estar allí. Días después, en el negocio donde compré el vestido pusieron la foto de la Gabriela y escribieron: 'Aquí se vendió el vestido de la Premio Nobel de Literatura'. Y a mi me regalaron un ramo de flores, lo que en Estocolmo, en diciembre, es como regalar un diamante".

El sueño cumplido
Beritta lleva puesto un traje de dos piezas de color crema y una espléndida blusa con un estampado que asemeja un tablero de ajedrez. Observa la foto de ella con Francisco José Oyarzún, diplomático, chileno: su esposo.

"Cuando era una niña veía a toda la gente a mi alrededor rubia, de ojos azules. Era una época en que la gente no viajaba y todos éramos así. Pero yo soñaba con un príncipe indio, de piel morena, ojos café, pelo negro. Nunca había visto gente de ojos café".

La buena situación de su familia le permitió hacer un viaje a Sudamérica en enero de 1939, seis años antes de su encuentro con Gabriela. Tras cruzar el Estrecho de Magallanes, el barco en que viajaban ella, sus padres y su abuela arribó al puerto de Valparaíso. Visitaron la ciudad y fueron a Recreo a tomar once. Ahí quedó embrujada.

"Nos sentamos y ahí estaba: un joven vestido de blanco, con otros muchachos. Y era como me lo había imaginado: moreno, de ojos café y pelo negro. Lo miré tanto que mi madre me dio un codazo. Él no me vio. Partimos de vuelta al barco y seguimos nuestro camino. En septiembre de 1939 los alemanes invadieron Polonia y empezó la guerra. Pero a ese hombre jamás lo olvidé".

Durante la Segunda Guerra, Beritta participó en labores de vigilancia (debía permanecer en el techo de una construcción y apagar el incendio con arena en caso de ataque de bombarderos). Gracias a que sabía cinco idiomas fue corresponsal de guerra para un diario japonés. Pero tras el fin de las hostilidades fue contratada como secretaria en la legación chilena en Suecia. Allí debió ser la traductora de Gabriela Mistral durante su visita, y un año más tarde sucedió lo increíble.

"Me avisaron que vendría el próximo secretario de la legación de Chile en Moscú", cuenta. "Tenía mis ojos en la máquina de escribir cuando se presentó. Lo vi y por única vez en la vida no tuve nada que decir. Ese hombre era el mismo joven que había visto en ese café en Recreo, siete años antes".

Francisco José Oyarzún la miró, le dio la mano y partió a Moscú. Pero ese reencuentro provocó una crisis en Beritta. Estaba comprometida con un destacado cardiólogo sueco, quien le había regalado un anillo de diamantes para sellar el compromiso. En su siguiente viaje a Estocolmo, Oyarzún la llamó y le pidió que salieran.Beritta respondió que no podía, porque tenía que pasear en el yate de su novio. El día del paseo, Oyarzún se presentó en el muelle. "Quién es ese cabeza de ratón", preguntó indignado el novio de Beritta. Un par de días después, salieron.

"Me propuso acompañarlo a Moscú y le respondí que en qué condiciones. Francisco me dijo que como su esposa. Estábamos frente al mar. Me saqué el anillo de diamantes que me regaló mi novio y lo lancé. Nos casamos 10 días después".

En Moscú, Beritta conoció al temido jefe del Estado soviético, Joseph Stalin. Y lo hizo reír a carcajadas.

"Fuimos invitados al Bolshoi y llegó Stalin. Todo el mundo estaba nervioso. Había una larga fila de diplomáticos para saludarlo y nosotros éramos los últimos. Stalin daba la mano y no decía nada. Cuando nos tocó, se me ocurrió una cosa. Con mi mejor ruso le dije: 'La estación de trenes está a la derecha'. Stalin me miró y preguntó a sus traductores. Y luego le respondí que esa era la única frase en ruso que me acordaba de mis clases. Estalló en carcajadas. Muy poca gente lo había visto sonreír. Ese día la delegación chilena fue la más requerida. Todos le preguntaban a mi esposo lo que habíamos hablado con Stalin, el hombre más poderoso del mundo. Mi esposo estaba orgulloso de mi".

Nadie pensó que iban a durar, siquiera, 12 meses casados. Pero estuvieron 58 años juntos. Hace cuatro que él murió. "Está conmigo siempre. Fue un hombre encantador. Un día, siendo embajadores de Chile en Bruselas, estuvimos en una hermosa fiesta. Fue el día más feliz de mi vida. Bailamos Guantanamera. Y le diré una cosa, hasta el día de hoy imagino que bailo con Francisco esa canción. Aquí en la casa, los dos juntos".

Beritta baja la vista, los ojos se le entrecierran. Cambia de tema.

"¿Sabía que el vestido que le compré a Gabriela Mistral para que recibiera el Nobel fue el mismo con que la vistieron cuando falleció?", dice. "De alguna extraña manera estuve cerca de ella, incluso en su muerte, ¿no cree?"

Las uvas de Gabriela
Gabriela Mistral estuvo cerca de un mes en Suecia. Las universidades le solicitaban charlas, los embajadores querían conocer a la primera latinoamericana en ganar el galardón y la prensa potenciaba su fama. Pero, a no ser que fuese realmente importante, Gabriela no salía del Gran Hotel de Estocolmo. Jamás quiso comprar más ropa que ese vestido negro de terciopelo. Un día, cerca de las tres de la tarde, nublado y oscuro, salió al balcón de su habitación. Miró al cielo y le dijo a Beritta.

-Parece que el sol nunca sale en Estocolmo.

Un día fueron a un colegio, y los niños le cantaron y le regalaron dibujos que la poetisa agradeció emocionada. Le pedían que hablara y, en una ocasión, durante el postre se puso de pie y habló tanto que el helado se convirtió en una sopa. Beritta siempre a su lado, traduciendo. A solas, muchas veces.

"En varias oportunidades me han preguntado: tú que estuviste tanto tiempo con ella, ¿era lesbiana? Yo era una mujer joven, era bonita, no como ahora que estoy vieja y la belleza no existe en mi. Pero frente a esa pregunta yo respondo que no. Me hubiera dado cuenta si lo hubiera sido, con un gesto, una mirada extraña. Estuve en muchas ocasiones sola con ella. En su habitación, por ejemplo. Y nunca advertí algo extraño".

La visita concluyó con una cena que el padre de Beritta organizó en honor de la chilena. Arrendó un trineo con antorchas que transportaría a la poetisa desde el Gran Hotel hasta la mansión familiar. Invitó a diversas personalidades, incluido el embajador de Chile en Suecia, Enrique Gajardo Villarroel, y miembros de la Academia Sueca. Y, como broche de oro, mandó a traer un racimo de uvas desde África del Norte por avión.

Pero no todo salió como se planificó.

"El trineo era hermoso, Gabriela fue acomodada allí y cubierta con pieles de lobos. Pero sucedió algo insólito para esa fecha: comenzó a llover y la nieve se deshizo. El trineo a duras penas podía ser movido por los caballos y las antorchas se apagaron. En la comida, Gabriela estaba cansada y se apoyó en lo que creyó que era la pata de la mesa, pero se trataba de la pierna de un miembro de la Academia Sueca, que se había quedado paralizado para no importunar a la invitada de honor".

El sol ilumina el jardín de la casa de Beritta. El jardinero corta el pasto con serenidad monacal. El mundo de Beritta, sin embargo, ahora está en Estocolmo, en esa maravillosa cena organizada por su papá; ella vestida como una princesa, en invierno, con lluvia.

"Llegó el momento del postre. Mucha de quienes estábamos en esa comida no habíamos visto una fruta en siete años de guerra. Mi padre presentó ese enorme racimo de uvas, con un hielo iluminado por debajo. Todos quedamos sorprendidos. A un costado había una tijera de plata para cortar una o dos uvas. Se lo mostraron a Gabriela, pero nadie sabía que ella provenía de un valle lleno de esta fruta. Cuando lo vio, agradeció y, bajo su costumbre, se comió el racimo entero. Quedamos en silencio. Ella no sabía y nosotros tampoco. Pero era Gabriela Mistral, la Premio Nobel de Literatura. Importaba más que comer una uva después de tantos años".

Cuando Gabriela Mistral se fue de Estocolmo, abrazó a Beritta. Le deseó lo mejor y luego le escribió una pequeña nota con la esquela del Gran Hotel que Beritta conservó por años, hasta que la dejó en una cartera que luego botó por error. Le agradecía su dedicación, su paciencia.

"Nunca tuve un roce con ella", cuenta. "Era una mujer templada. No se peleó con nadie del hotel, soportó las reuniones. Tampoco generó una cercanía especial con nadie. A pesar de que yo luego me casé con un chileno, jamás volví a verla".

Beritta vuelve desde 1945 y sonríe. Mira las fotos y las reúne en un puñado.

-Aquí está mi vida -dice-. Y he sido feliz, el resto es humo.

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