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La fuente encantada

Viernes, 02 de Diciembre de 2005

Hace 60 años, Gabriela Mistral estaba recibiendo, por estas mismas fechas, el Premio Nobel de Literatura. A modo de homenaje a la poeta que durante años trabajó como maestra de escuela, el inspirador de la película "Machuca", profesor, poeta y director de la SECH, escribe sobre la necesidad de incluir más poesía en la sala de clases. Los beneficios saltan a la vista. Y al oído.

Amante Eledín Parraguez

Cada tanto aparece un test o una prueba de medición que devela las dificultades de comprensión lectora y las carencias en la expresión escrita de nuestros alumnos. En este contexto, quisiera retomar la importancia de la literatura, y en particular de la poesía, como un bien cultural que nos ayuda a una mejor y mayor "alfabetización"; es decir, a la capacidad para leer y comprender el mundo que nos rodea para transformarlo en algo mejor. Esto, porque la mayor dificultad observada es la limitada capacidad de los alumnos para expresarse en forma escrita.

Por tradición - o comodidad- , el eje de nuestra metodología de enseñanza es la lectura y comprensión mecánica de textos. Esta actividad generalmente se realiza utilizando fichas de lectura, acompañadas de preguntas que los niños deben contestar. La situación empeora si asumimos que al abordar el lenguaje desde la gramática, éste pierde su dinamismo interior, su plasticidad, su cualidad rítmica y su apertura a nuevas posibilidades expresivas.

A veces nos invade el prejuicio de que los niños no son capaces de entender o asombrarse con la poesía. Tratando de facilitarles la tarea, se les proponen textos "fáciles", desconociendo que la poesía - y el arte en general- nos acerca a la belleza, que provoca en el lector un estado de armonía y asombro al mismo tiempo.

Mi experiencia de varios años como profesor de enseñanza básica me ha demostrado la riqueza y el potencial de la poesía en la enseñanza del castellano y del buen uso del lenguaje. He observado muchas veces cómo los niños se encantan con la lectura y declamación de poemas. Me refiero a textos de autores como Óscar Castro, Andrés Sabella, Efraín Barquero, Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Miguel Arteche, Pablo Neruda y, claro, Gabriela Mistral. El encanto es fundamental. Si no hay encanto, no hay lectura significativa: no hay comprensión ni aprendizaje. Porque leer es una acción que va más allá de descubrir el significado de una palabra; es también aprender a descifrar "el milagro", lo maravilloso, el secreto que guardan las palabras como trama.

Así, la poesía es una gran posibilidad de compartir con los niños la idea de un mundo sencillo, profundo y misterioso, y con nuestra participación, puede llegar a ser mejor y más bello aun. Los poemas están cargados de metáforas: de imágenes que invitan a jugar, interpretar y proponer nuevas imágenes.

El niño aprende a leer encantadamente por el ritmo que le entrega un verso; por la melodía que contiene un fragmento. "Las palabras humildes son armoniosos vuelos/ de pájaros celestes que no han venido al mundo...", dice el poeta Daniel de la Vega. Las palabras conocidas o desconocidas, entonces, no imponen un significado. Al contrario: sugieren un sentido. La propia Gabriela Mistral escribió en la revista "Orfeo" que "la belleza de la poesía está en la rima y en el ritmo y no en el tema, el cual puede ser escogido y expresado a voluntad". De hecho, hay muchos poemas donde Gabriela Mistral hace de esta idea una verdad. Voy a citar un fragmento de un poema que mis alumnos suelen declamar con gusto y placer:

"Una niña que es inválida
Dijo: - ¿Cómo danzo yo?
Le dijimos que pusiera
A danzar su corazón".

Esta realidad también ha sido constatada por el crítico José Miguel Ibáñez, para quien la enseñanza de un buen castellano tiene en la educación "la única salida posible". En cuanto a la enseñanza de la literatura, es todavía más enfático: "debe concentrarse casi exclusivamente en el gozo primario de la lectura, en el descubrimiento fresco y espontáneo de la belleza, y en la relación íntima entre la creación literaria y los problemas vitales y efectivos del alumno". El aprendizaje y el buen uso del lenguaje, según Ibáñez, no tienen que ver tanto con el uso de una heterodoxia verbal regida por normas y preceptos, "sino de alcanzar un contacto vivo con la palabra y las realidades que expresa".

¿Y LOS MAESTROS?
La enseñanza del castellano es una tarea que involucra a escritores, libreros, padres y editores. Sin embargo, como sostiene José Miguel Ibáñez, "sólo se necesitan - no poco, es cierto- los maestros, y los maestros de los maestros, que sepan tender los puentes". Éstos son los profesores de aula, hombres y mujeres que debieran aplicar el método socrático de la mayéutica, que no es otra cosa que "dar a luz el pensamiento". Como escribió Daniel de la Vega; y como declaman a coro los niños:

"Tienen un resplandor inmortal.
Es preciso
Saber amar las buenas palabras
transparentes.
Yo las amo. Conozco sus perfiles
ardientes.
Cada palabra tiene su oculto
paraíso".

Nadie podrá rebatir la importancia que tiene un profesor en la transmisión de cultura y conocimiento. Es un puente entre una generación y otra, entre una época y otra, entre un tiempo y otro. Debe transmitir, comunicar y unir un tiempo con otro. Sin embargo, no es un transmisor pasivo, sino un vaso comunicante que, al mismo tiempo, alimenta y estimula. En cierto modo purifica, pues su rol fundamental es ser mediador, propiciando un diálogo recreador de la cultura. Pero ésa es también la tarea de los poetas. Algo de sabio y maestro bonachón hubo en Andersen. Y en Gabriela Mistral, por supuesto, que fue maestra desde los primeros años de su vida adolescente.

El arte de enseñar, es un arte que debiera establecer la relación entre poesía natural del alumno y las obras literarias; entre los textos de la vida y la vida de los textos. No nos podemos quejar de falta de grandes obras: nuestro paisaje literario es inconmensurable.

Es de vital importancia pensar cómo mejorar la enseñanza de nuestro idioma, cómo emplearlo mejor para embellecer nuestra vida y solucionar nuestras carencias y problemas. Creo que los poetas lo han tenido siempre claro. Hay que darle tiempo a la lectura de poesía dentro de la sala de clases, porque no es una pérdida de tiempo. Y hay que dar espacio a los poetas, a los encantadores de las palabras. Y en Chile hay tantos de buena calidad. Ya lo señalan los innumerables reconocimientos que ha recibido nuestra poesía a nivel internacional. La poesía no es un relleno, es el plato principal, donde se nutre el alma de un ser y de toda una nación. Tener poemarios donde encontrar la belleza de la vida y el mundo es mi permanente aspiración.

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