Pero fue como socia de la firma de abogados Sidley & Austin que Michelle conoció a Barack, el joven practicante de Harvard, de nombre chistoso, que la pretendió cerca de un mes antes que ella aceptara salir con él.
Desde su matrimonio a principios de los ’90, ella se convirtió en la mejor amiga del actual Presidente de Estados Unidos y en “la roca” de la familia Obama, tal como lo ha declarado el Mandatario.
Sus piropos no son gratuitos. Es Michelle quien se ha encargado de que el torbellino de las candidaturas políticas de su marido y su actual cargo en la Casa Blanca no perjudique la rutina de sus dos hijas, Malia y Sasha.
No sólo eso. Ha hecho un esfuerzo sobrehumano para que, en plena contienda electoral, su ausencia no sobrepasara las dos noches fuera de casa, dejando a las niñas al cuidado de su madre. También está pendiente de que el Presidente no falte a los eventos escolares de las niñas.
Pero sus preocupaciones del último tiempo no sólo han debido enfocarse en la familia. Su naturalidad y su sentido del humor, bastante particular, le han jugado en contra cuando toda una nación, y sobre todo sus detractores, están pendientes de todo cuanto ella diga.
Que Barack Obama ronca, que tiene las orejas grandes, que no es perfecto y que tiene mal aliento en las mañanas son algunas de sus declaraciones. Mientras algunos han quedado espantados con los comentarios, el Presidente celebra con risas la personalidad de su esposa, más aún cuando la prensa la tacha de mandona.
“De repente, que me olvidara de ordenar la cocina dejó de ser enternecedor. A la mañana, sólo me daba un beso en la mejilla", ha escrito Barack Obama en su libro “La audacia de la esperanza”, alimentando así este mito.
Pero fue durante un discurso en febrero del 2008 que Michelle le dio la oportunidad a los republicanos de hacer de ella el centro de las críticas, cuando la frase “por primera vez en mi vida adulta, estoy realmente orgullosa de mi país, porque se siente que la esperanza está retornando", le valió el apelativo de antipatriota.
Inmediatamente salió Barack, como esposo, en su defensa: "Si tienen diferencias conmigo en cuanto a políticas deben debatir conmigo. No con ella", declaró.
Fue una dura lección que debió aprender. Una que obliga a las esposas de figuras políticas del calibre de Obama, a preocuparse hasta del último detalle de su indumentaria y, más aún, de su discurso público.
Una vez superado el impasse, supo dar vuelta definitivamente la página, asistiendo a programas de televisión que la mostraron como una madre inteligente y sencilla, que sabe compaginar su trabajo y su rol familiar, imagen que se extiende hasta su papel actual, como Primera Dama.
“Mi familia para mí es lo primero, porque si no podemos criar a nuestros hijos y darles una vida saludable, ¿cómo los ciudadanos pueden confiar en nosotros para solucionarlos problemas del mundo?”, ha declarado “la roca”.
