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Por las calles, parecía
viejo pascuero llena de cosas. El gasto en total eran como de cinco mil
pesos, pero parecía que tuviera un supermercado entero, entre baldes,
cubetas, pinzas y otras cosas de gran porte y poco peso. No me veía debajo
de todo.
Estaba entusiasmada y contenta de lo que deparaba mi tarde.
De pronto, de una tienda ABC del centro, siento un grito... Escucho mi
nombre: “¡Amanda! ¡Hey! ¡Amanda!”.
Yo, con tanta cosa encima, no podía ni doblar el cuello. De hecho, todavía
no sé como me reconoció... Era el Nacho, un compañero de “universidad”
cuando recién salí del colegio.
Estuve un año estudiando fotografía, decidiendo
un poco mi norte, y él fue mi compadre ese año, creo que no lo veía desde
el último día que fui a clases.
- Amanda
-dice- tanto tiempo, ¿te ayudo?
Solté la cantidad de cosas que tenía encima, y le di su merecido abrazo.
Vestía una corbata a medio subir, un traje café, seguramente heredado
obligatoriamente del padre, para poder trabajar en ABC como vendedor.
En eso estaba cuando me divisó.
Me alegré mucho al verlo, recordé la cantidad de años que llevamos haciendo
nuestras cosas, sin recordar ni un sólo minuto lo que fui ese año. Es
como si nunca hubiese existido, hasta que lo vi a él, y todas las imágenes
vinieron a mi cabeza.
Las aventuras que tuve, las tonteras que hicimos, tal vez en lo que podría
estar transformada hoy. Fue nostálgico.
-Amanda -insiste- dejemos tus cosas en la tienda y acompáñame en mi hora
de colación.
Lo dudé unos segundos, tenía las justificaciones a flor de piel, pero
por los viejos tiempos no quise decir que no. El estaba realmente feliz
de verme y a mi no me costaba nada almorzar con él.
Entonces hablamos con su jefe, dejamos mis cosas, y partimos a almorzar.
Lo que nunca supe fue que el jefe, que era amigo de él, le había dado
la tarde libre, con una buena cerrada de ojos incluida. Yo ni me percaté.
Partimos al mercado. Su familia tenía la típica picá a la que íbamos siempre
después de clases. Al llegar nos empapamos del ambiente. Era dieciochero
total.
Miles de banderas por todos lados, la gente riendo por todo, los platos
especiales... etc. Mi trabajo ya empezaba, y mi artículo crecía en ideas
dentro de mí.
Al llegar al local, que había crecido considerablemente en estos últimos
diez años, nos salió a recibir su inolvidable tío, con un poco más de
guata, un poco más aliñado, pero igualmente cariñoso.
-Amandita, nuestra regalona, pensamos que no te volveríamos a ver.
Me sonrojé, y fue entonces donde empezó mi dieciocho.
Terminamos ahí, entre bombos y platillos, a las seis de la tarde. Yo ya
estaba bastante entusiasmada con algunas copas de vino, que se mezclaron
con el pisco sour del aperitivo.
El Nacho me invitó a su casa. Ya había llamado, me esperaban sus primos,
su familia y seguiríamos la celebración...
Para mi era un 18 triste y su calurosa invitación ya me tenía embriagada,
así que seguí con él y su familia celebrando el día de la patria. Sus
primos, la fiesta, la fonda casera, la chicha, sus padres, la música,
la cueca, todo, detalles que con mi familia no vivimos nunca, otra realidad,
otra forma, otro 18.
Desperté a la mañana siguiente en la cama de la hermana chica. Ella dormía
en el suelo junto a mí. Eran las ocho de la mañana y no se oía ningún
ruido. La casa dormía tranquila.
Me levanté con un leve dolor de cabeza que retumbaba en los oídos. Saqué
despacio mi chomba, estaba ya vestida (así dormí), sólo tomé mi bolso
y dejé un papel agradeciendo.
Así, sin despedidas, me fui. ¡Que dieciocho inolvidable!
Trabajé el resto del fin de semana, y no olvidé ningún detalle de lo vivido.
Fue un buen reportaje.
No he vuelto a ver al Nacho. No me atreví nunca más a ir a buscar mis
cosas. No sé por qué. Todo fue muy divertido, y prefiero dejarlo ahí.
Mi laboratorio sigue sin vida. Mi cargo de conciencia también.
Volví a una burbuja, por miedo a escapar para siempre y no saber el camino
de vuelta.
Así es mi vida, así soy feliz.
¡Feliz 18!
Amanda Kiran
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