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| Organizar eventos, montar estadios, preparar deportes y entenderlos, alimentar, y organizar a más de 5 mil deportistas no es fácil. Y fue posible. El medallero
está a punto de cerrarse y nosotros ya vamos camino a casa, cansados,
atontados, habiendo disfrutado un súper cierre, con una cálida
fiesta en medio del mar, debajo de la luna, llorando nuestras penas.Pero el dolor, la tristeza, el esfuerzo, las expectativas, la gente que confió, los que nos apoyaron, todas esas personas que hicieron de este sueño una realidad están en Santiago, esperándonos, y cargamos con nuestra propia auto incomprensión de las manos vacías. No todos -por supuesto-, porque hay oro para algunos, plata para varios, y bronce para muchos chilenos que sacaron la cara, y la sacaron bien. Nosotros estamos reflejados en su triunfo, y felices por haberlos conocido y compartido como lo hicimos. Finalmente, esto era un sueño, uno un poco más largo y tangible, pero medianamente virtual. No es la vida real, son accesorios que divierten y te convierten en mejor persona, pero no es una forma de vida. Y de eso se trata, de levantar. Al llegar a Chile, supe que mi hermano había estado grave, al borde de la muerte. Nadie me quiso hablar, lo mantuvieron en secreto, algo tan importante como eso, para no desconcentrarme. Ya está bien, sano y salvo, con su cara llena de risa –como es habitual en él- esperando por mi abrazo. Ahí empezó mi verdadero llanto. En milésimas de segundo me di cuenta que lo importante es competir, y que las medallas se van acumulando en el alma, día a día, como la que lleva él, siempre colgada a su cuello, de oro, y del más brillante. Amanda Kiran |
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