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Mel
Gibson y la Pasión de Cristo: Vía Propia, Vía Crucis En medio de una batalla de apoyos y acusaciones, la versión de Mel Gibson acerca de las últimas doce horas en la vida de Cristo puede resultar un trago amargo o iluminador, pero ante todo es una visión personal (y, por cierto, absolutamente extrema). Christian Ramírez Entre los muchos mitos urbanos que circulan sobre gente como Quentin Tarantino está el del Festival de Sundance de 1992, cuando él acudió como virtual desconocido a mostrar Perros de la calle, su filme debut. Al término de la función oficial un asistente levantó la mano y le preguntó al realizador cómo pretendía justificar la violencia que el público acababa de ver. La respuesta del director se convirtió en leyenda (y, para varios, en tremenda infamia): - No sé si usted, pero yo adoro las películas violentas. La violencia es una de las cosas más interesantes que se pueden ver en el cine. Edison inventó la cámara para hacer violencia. ¿OK? Era una frase ideal para armar polémica, pero al mismo tiempo una notable observación sobre la histórica obsesión del cine estadounidense por ir extremando límites. Tarantino, de hecho, ha sido un fiel soldado de esta visión de mundo y tanto el público como la crítica le han otorgado licencia para que siga por el mismo camino. Entonces, ¿por qué tanto revuelo con Mel Gibson y lo que varios han llamado "una ultraviolenta versión de la Pasión de Cristo"? El tema ha sido sobreexplotado por los medios: acusaciones de antisemitismo, distorsión de los evangelios, cuasi sadismo a la hora de mostrar el inacabable sufrimiento de Jesús de Nazaret. La condena para el realizador por haber insistido apasionadamente por narrar su propia versión de la historia sagrada y, peor aún, el hecho de que el proyecto se esté transformando en el primer gran éxito económico de 2004, como si fuese de por sí un pecado lucrar con esta clase de historias. Hasta cierto punto, es la propia película la que invita al espectador a contemplarla al mismo tiempo como controversial obra de arte, producto comercial y voluntaria manifestación de fe. Eso - desde ya- la pone a años luz de ser simplemente otra "cinta violenta", aunque deja abierto el escrutinio sobre cuál de esas facetas es la que predomina en el resultado final. Más aún: queda la duda sobre si el propio Mel Gibson comprende qué es lo que de verdad está pasando, o si es sólo uno más de todos los afectados por un proceso que comenzó como polémica local, se convirtió en escándalo nacional y ahora en eventual fenómeno global. La ambivalencia de Gibson en cuanto a sus objetivos se puede rastrear hasta los orígenes del filme: La Pasión de Cristo iba a ser una cinta pequeña y autofinanciada, filmada en Sassi di Matera, el mismo pueblo medieval construido en piedra que sirvió de set para el legendario Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Passolini. La cinta estaría hablada en arameo y latín, no llevaría subtítulos (decisión que después se revirtió) y su puesta en escena sería realista al cien por cien. Umbral de tolerancia Muchos creyeron que lo que Gibson estaba rodando en Italia era una suerte de capricho personal emanado de su ultraconservador catolicismo (y encubierto antisemitismo, según sus enemigos), un filme de arte financiado de su propio bolsillo que debutaría en un puñado de salas; pero el realizador de Braveheart pensaba de otra manera: estrenó la producción en 4.500 pantallas de Estados Unidos y en menos de un mes ha obtenido resultados sin precedentes (264 millones de dólares). Ahora, independiente de los números, es muy posible que no sea la calidad ni el mensaje ni la fe invertida en el proceso sino simple curiosidad lo que está empujando a hordas de gente a ver el filme y salir de una duda básica, sembrada tanto por los realizadores como por los críticos que la apoyan o la condenan: ¿esta Pasión es más cruda y real que las otras? Si de despejar dudas se trata hay que ser claro: es de lejos la versión más violenta jamás filmada, pero dista mucho de ser la más "real", porque el término, en este caso, resulta sencillamente inaplicable. La mayoría de las pasiones históricas - desde la representada en Intolerancia hasta el Jesús de Zeffirelli, pasando por Rey de reyes e incluso La última tentación- han sido conducidas por la ejemplificación de verdades universales, inquietudes espirituales, brutales contradicciones éticas u otra infinidad de motivos relacionados con Cristo, sea éste visto como pilar de la religión católica o como figura central de la cultura de Occidente. La versión de Gibson, en cambio, parece tener un objetivo bastante especializado: narrar a través de la representación gráfica de sus heridas y de cómo éstas fueron inferidas. Un realizador mártir La brutalidad de los castigos infligidos al Cristo encarnado por Jim Caviezel - golpizas, juicio sumario, flagelamiento, coronación de espinas, vejámenes públicos y crucifixión- puede funcionar como evidente muestra de la clase de horrores que el hombre ha impartido a sus congéneres a través de la historia, pero en el contexto de lo filmado por Gibson su énfasis es tal que termina por opacar todo lo que figura a su alrededor: tanto los aciertos (los breves flashbacks) en los que Jesús recuerda la vida junto a su Madre, el apedreamiento a la Magdalena, ciertos momentos de la Última Cena) como los errores (esas extrañas y maniqueas apariciones del diablo, la deslavada presencia de los apóstoles, el agotador uso de la cámara lenta). Si bien acaba por relegar a un segundo término el supuesto componente antisemita que se cuela en las escenas del templo de Jerusalén - el Sanedrín imaginado por Zeffirelli en la versión de 1977 parece harto más sospechoso a ese respecto- , el enfoque "realista" elegido por Gibson corre el riesgo de interpretarse al pie de la letra, de una forma similar a como se ha hecho con esos antiguos documentales con enfoques científicos acerca de la Pasión, y, si se quiere ir más lejos, con las detalladas descripciones de los castigos imaginadas por J.J. Benítez para su libro superventas "Caballo de troya". En el mediano plazo, quizás el aspecto más delicado de La Pasión de Cristo no tenga que ver con lo gráfico de sus imágenes - tan certeras al momento de captar el sufrimiento y tan despreocupadas de su poder redentor- , sino con la curiosa identificación de su director con la idea del martirio. Refiriéndose al ocasional uso de tomas en primera persona en la secuencia del Vía Crucis, algunos críticos han escrito que a Gibson este intento de simbiosis se le escapa de las manos; pero lo cierto es que más allá de intentar ponerse en el lugar de Jesucristo, lo que parece atormentar al realizador en cada una de las secuencias de su película es el pathos, lo fatídico de todo el proceso, la imposibilidad de revertirlo y la necesidad de llevarlo a cabo: Cristo lo repite para sí mismo en varios momentos del filme; Simón de Cirene lo refrenda al decirle "ya falta poco, ya se va a acabar", cuando ambos van rumbo al Calvario. A su modo, el actor había pisado un terreno similar al encarnar a los atormentados William Wallace en Corazón Valiente, Benjamin Martin en El patriota y también al reverendo Graham Hess en Señales, sin embargo al menos en las dos primeras el sufrimiento era sublimado con las supuestas compensaciones del heroísmo. Vista bajo esa luz, parece coherente que La Pasión de Cristo trate de ser la palabra definitiva del realizador en lo que se refiere a su personal exploración del dolor. Pero lo cierto es que Gibson no se ha detenido a pensar si el extremismo de su proceso interior puede resultar ofensivo a otros. O tal vez sí lo hizo y aun así decidió quemar las naves. Fuente: Artes y Letras, Domingo, 21 de Marzo de 2004 |